Domingo, 3 de marzo de 2013 | Hoy
Hijo de uno de los editores franceses más importantes de la segunda mitad del siglo, discípulo de Michel Foucault durante seis años y autor él mismo, Mathieu Lindon somete sus jugosas memorias de una vida en el corazón de la intelectualidad gala a ese ejercicio que sus compatriotas practican con impenitencia: pensar el amor al mismo tiempo que sentirlo.
Por Juan Pablo Bertazza
En el ítem “comprender” de sus Fragmentos de un discurso amoroso, dice Barthes: “Querría saber lo que es el amor, pero estando dentro lo veo en existencia, no en esencia. Aquello donde yo quiero conocer (el amor) es la materia misma que uso para hablar (el discurso amoroso); estoy en el mal lugar del amor, que es su lugar deslumbrante: ‘El lugar más sombrío –dice un proverbio chino– está siempre bajo la lámpara’”.
En Lo que significa amar, obra merecedora del Premio Médicis 2011, el escritor Mathieu Lindon –prestigioso crítico literario del diario Libération– incurre también en el tan literario y prolífico error de hablar del amor desde adentro, es decir, intenta definirlo al mismo tiempo que lo experimenta: un sensible homenaje a sus seis años de relación con Michel Foucault, a quien define de manera magistral: “Un hombre tan fuera de lo común que no puede servir de ejemplo”. Manual de instrucción para convivir con la muerte, guía para sobrevivir, original autobiografía, Lindon tuvo la humildad no tan falsa de hablar de sí mismo hablando de su máximo referente, pero también de su padre, Jérôme Lindon, editor de Minuit (ver recuadro) y hasta de sus compañeros de ruta: entre ellos, Hervé Guibert, quien, dicho sea de paso, también había homenajeado al maestro con su libro Al amigo que no me salvó la vida, sobre los últimos años del filósofo y su muerte a causa del sida.
Lo que significa amar es un libro de linkeos, cruces y metonimias: Foucault es Michel, pero Foucault también es una especie de sustituto paternal y es la juventud idílica e irrecuperable de Mathieu y es también su emblemático departamento de Rue de Vaugirard donde fluían en iguales dosis el amor, la lectura, la alegría, el sexo y los ácidos.
Valioso documento acerca de la literatura francesa en general, y de la gestación de una de las obras más importantes del siglo XX francés en particular, Lo que significa amar constituye un fusil automático que dispara odas simultáneas a las dos relaciones filiales más importantes de su autor. Un hombre atravesado por dos padres ya muertos: el padre elegido que literalmente le puso fin a su adolescencia tormentosa y con su extraña mezcla de inteligencia y vitalidad lo salvó, paradójicamente, de pasarse la juventud encerrado y leyendo; y el padre biológico con el que lo unen sentimientos encontrados: por un lado el fuerte rechazo a sus ideas conservadoras (de hecho, Jérôme lo obligó a Mathieu a publicar su primer libro, Nuestros placeres, en 1983, bajo el seudónimo de Pierre-Sébastien Heudaux para preservar su apellido de las extravagantes costumbres sexuales de su hijo); pero, por el otro, el respeto por su excelente trabajo como editor que, entre otras cosas, le permitió conocer de muy cerca a escritores de la talla de Samuel Beckett, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Marguerite Duras, Pierre Bourdieu y Gilles Deleuze. Foucault era uno de los escritores del catálogo de Minuit aunque no de los que más relación tenía con Jérôme Lindon, quien no rechazaba ni tampoco celebraba la amistad entre el filósofo y su hijo. Pero Mathieu sí rescata un buen gesto de su padre el dificilísimo día de la muerte de Foucault: luego de un infrecuente abrazo, le dijo que él sabía muy bien lo que estaba sintiendo, en clara referencia a la larga amistad que había mantenido con Samuel Beckett. Dos padres, entonces, que no celaban por su hijo pero sí se tenían un respeto quizá demasiado frío. Dos padres, según cuenta Mathieu, unidos por una extraña paradoja: a pesar de constituir uno de sus temas de estudio más importantes, Foucault nunca se interesó por hacer valer el poder, mientras que su padre, que nunca escribió nada al respecto, siempre encontró la forma de ejercerlo.
Con un estilo que hace gala de la inexactitud, de la imprecisión (casi como una traducción realizada por alguien que no entiende del todo el idioma de partida), y a pesar del título, Lindon no pretende dar una definición concisa del amor, sino más bien descubrir nuevas vías para expresar el alcance y pertinencia del lenguaje a la hora de dar cuenta de sentimientos tan impactantes como laberínticos. En las antípodas de esa máxima de la literatura francesa que es la búsqueda de la palabra justa ordenada por Flaubert, Mathieu Lindon parece recurrir, adrede, a todo tipo de equívocos para que esa misma incertidumbre se tense hasta explotar de sentido, como es el caso de la palabra “amistad” con la que, a veces, alude a su relación con Foucault o incluso revelando lo que les respondía su correcto pero sincero padre a los escritores de otras editoriales que le enviaban sus libros: “Espero que su novela tenga el éxito que se merece”.
Libro tremendamente francés en la oblicuidad de su propuesta, además de resultar altamente disfrutable, Lo que significa amar es de esas obras que ofrecen el plus de funcionar como disparador para llegar a otras lecturas inolvidables.
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