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Domingo, 12 de enero de 2014

EL RÍO CON ORILLAS

La editorial rosarina Iván Rosado acaba de publicar la obra reunida del poeta entrerriano Fernando Callero, en un libro que incluye ocho poemarios editados originalmente entre 1999 y 2013. Desde el neobarroco de los inicios hasta el registro más directo de la experiencia cotidiana de los poemas recientes, Al rayo del sol revela a una voz consciente de la sonoridad y el peso de cada palabra, y un universo poético amplísimo y empático.

 Por Mercedes Halfon

Al rayo del sol es el título de esta obra reunida o colección de colecciones de poemas escritos por Fernando Callero entre 1999 y 2013. El libro, lanzado por la exquisita editorial rosarina Iván Rosado, incluye ocho poemarios: Ramufo di Bihorp, publicado en 2001 por Ediciones Culturales Santafesinas; Aniversario (Cristobuey, 2002), El Amor (Cristobuey, 2005), Al rayo del sol, que fue originalmente el nombre de un poemario que el autor publicó en 2008 por la porteña Colección Chapita; Joya de 2009, también editado por Chapita; Casa, rancho, altillo, palacio (Cartonerita Solar, 2010); Una destrucción muy fina, un epub editado por el sello digital de poesía Determinado Rumor, en 2012. Completa el tomo Tokonoma, un poemario inédito. Todas publicaciones heterogéneas: desde artesanales y cartoneras, a premiadas y oficiales, pasando por la primera editorial digital argentina de poesía.

Fernando Callero, nacido en 1971 en Concordia (Entre Ríos) y radicado en Santo Tomé, tiene una obra extensa, que además se diversifica en otras disciplinas. Ha escrito narrativa, un Diario de viaje (Erizo Editora), es líder de la banda preciosamente pop Salvador Bachiller, dirige junto a Santiago Pontoni Ediciones Diatriba y es docente de Letras. Es, sin dudas, una de las voces más importantes y originales de la poesía del Litoral, con una influencia que excede ampliamente ese enclave. Como es sabido, esa zona ribereña ha proveído célebres autores para la poesía: Juan L. Ortiz, Juan Manuel Inchauspe, el mismo Juan José Saer, forman parte de una tradición en la que la poesía de Callero ingresa, para decir lo suyo.

¿Y qué es, entonces, lo que está “Al rayo del sol”? Una primera respuesta podría ser: todo lo viviente. Callero introduce desde el título a su universo poético, que se detiene precisamente en lo que está bajo el sol, pero no a modo de iluminación natural y diurna, sino lo que está bajo el influjo potente de sus rayos. Esto es, el paisaje sí, las personas que se desplazan por allí, los animales, las sustancias corporales y las artificiales, pero todo siempre en sus colores vibrantes, como bañado por una luz enceguecedora de mediodía, una intensidad que no es otra que la fuerza que proviene de esa estrella de fuego.

Esta poesía ya no es ningún secreto y por eso mismo merecía un volumen de mayor extensión como la que publica Iván Rosado. El material reunido permite ver un corpus contundente, que se planta con similitudes, pero también con fuertes diferencias de las estéticas que dominaron la lírica en los años ‘90, con la que le tocó convivir. Mariano Blatt, en la contratapa del libro, afirma que Al rayo del sol debería ser un best seller. Más allá de la dificultad que la poesía siempre ha tenido para lograr tamaño caudal de lectores, hay algo cierto: la poesía de Callero merece ser leída por muchos porque también les habla a muchos, porque su búsqueda es empática, porque su voz dibuja un ámbito, una época y un habla reconocible, y que sin embargo no había sido escrita antes.

Distintos ejes atraviesan el libro. Tratándose de un poeta del Litoral no es raro que el paisaje ocupe un rol central: “Cuántas cosas me rodean/ para que yo sea testigo/de la variedad profusa/ con que el mundo se regala”, dice. Pero hay que saber que ese paisaje no va a ser objeto de contemplación pasiva, ni tampoco va a ser necesariamente material para la metafísica: “UN SILBO tranquilo/ en el parque de la casa abandonada/ colocado en una horqueta/ el cardenal engarza en el aire/ su rara joya neumática”. Hay ojo para lo bello o para lo extraño. En esta línea se construye, con pinceladas de humor, su registro contemporáneo de un paisaje no idílico: “Llegó y se instaló la gran calor/ y estoy feliz por eso. /El cielo, las radios, los chicos en cuero/ yendo en bici a la pileta de suboficiales/ Yo también voy./Todo el panorama reseteado”.

Otro aspecto fundante en Al rayo del sol es el de los afectos: el libro entero está dedicado “a mamá”, pero al interior de sus páginas se habla de hermanas, hermanos, padre, primos. Uno de esos poemas, llamado tramposamente “Historia del rock”, desarrolla la relación entre familia, subjetividad y poesía, clave de la voz de Callero. Al contar la experiencia compartida con un hermano, de ser llevados por su madre a un recital de Rafaela Carrá, se devela que la historia del rock no es precisamente la de un género musical, sino la de su propia vida, la del viaje intenso hacia descubrir lo que se quiere, lo que produce fascinación y merece ser defendido frente a los envidiosos del barrio o el mundo mismo. Como se cifra en el hermoso “Reloj de sal”: “Que mi necesidad de ser libre/ no quede totalmente afuera/ del círculo sagrado de la casa/ y de la sangre...”

También hay espacio en los poemas para las reflexiones agudas, como las que aparecen en “Voy a plantear el tema del vicio/ Una vez más voy a confiar en que hay/ costumbres ociosas que sólo conducen al vacío y al derrumbe del Hombre. Pero/ ¿Y el preciado trabajo de los materialistas históricos,/ qué tiene de saludable?” Aquí la aparición de las drogas, como en muchos otros poemas, no tiene que ver con un gesto pretendidamente disruptivo, sino todo lo contrario. Forman parte de la vida, de los hábitos, de las personas, como una continuidad del paisaje, de todo lo sensible –lo que está al rayo del sol– que es finalmente la materia de todos los libros de Fernando Callero. Lo sensible que continúa sin interrupciones en el habla y de ahí a la poesía.

Al rayo del sol. Fernando Callero Iván Rosado 185 págs.

Y a través de los diferentes poemarios, a través de los años y los temas, se despliega una misma lengua que, sin embargo, parece en cambio permanente. El trabajo de Callero ha ido despojándose, desde sus primeros textos más ligados al barroco –o neobarroco a decir verdad– hacia un registro más directo de las experiencias que lo rodean. Pero ese comienzo de exceso lingüístico y experimentación verbal perdura transfigurado en una conciencia extrema de la sonoridad y peso de cada palabra. El lujo y sensualidad intrínseca de cada palabra es tenido en cada elección, incluso en la utilización de diminutivos, o jerga pop. “Todo lo que me dijeron las cosas es mi historia/ ellas se fueron apropiando de mí según mis juicios/ pero también yo había heredado una cabeza / Y miles de palabras viejas que después cambié por otras”, dice, promediando el libro. Unas palabras que sin dudas también se apropiarán del lector, a veces avispando, otras nublando su entendimiento, como suele pasar con la poesía.

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