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Domingo, 11 de enero de 2015

QUERER EXPERIMENTAR

Es parte de la sólida tradición de la narrativa breve norteamericana, pero también pilar de su renovación y su ruptura. Lydia Davis traslada ciertos tonos y formalismos de su conocimiento de la literatura francesa a un universo de consolidado narrativismo. El resultado es una obra experimental, fragmentaria y en diálogo tirante con el cuento corto y sus raíces.

 Por Mercedes Halfon

Cuando 2014 ya parecía literariamente acabado, atravesó el aire una noticia: la salida de Ni puedo ni quiero, primer libro de la cuentista norteamericana Lydia Davis que se edita en nuestro país. Una novedad extraordinaria, teniendo en cuenta que hasta el momento sólo había sido editada en nuestro idioma en dos traducciones hechas en España y que habían llegado hasta aquí con cuentagotas la antología Samuel Johnson está indignado (Emecé) y el elegante y rosado tomo de sus Cuentos completos (Seix Barral), de edición reciente. Hay que decir ya que Lydia Davis (Massachusetts, 1947) es una de las cuentistas contemporáneas más importantes del panorama internacional. Sólo mirar la tapa del tomo lanzado por Eterna Cadencia –con la excelente traducción de Inés Garland– se nota que nos encontramos ante una pieza única. A falta de una imagen ilustrativa, es el propio texto que da nombre al volumen el que está escrito íntegramente en la portada. Se trata, además, de un relato de sólo cinco líneas. ¿Graffitti? ¿Aforismo? ¿Epigrama? ¿Cuento? ¿Poema en prosa? En ese tenue y tenso hilo es que esta autora camina sin perder jamás el equilibrio.

La rareza de la obra de Lydia Davis es lo que la hace por un lado sucesora y nuevo eslabón de la tradición norteamericana del cuento, y a la vez lo que la distingue y la separa enormemente de antecesores como Flannery O’Connor o Ernest Hemingway, o más acá John Cheever, J. D. Salinger o Raymond Carver. Ella misma ha declarado que la palabra “cuento” por sí misma puede incluir formas más excéntricas, y es ahí donde vamos a encontrarla. Lleva publicadas seis colecciones de relatos, entre ellos Desglose (1986), Sin apenas memoria (1997) y Variedades de perturbación (2007, finalista del National Book Award). En 2013 fue la ganadora del Man Booker International Prize entre muchas distinciones. Davis además ha realizado traducciones de autores franceses como Maurice Blanchot, Michel Leiris y más recientemente Marcel Proust y Flaubert.

Ni puedo ni quiero defraudará a quien busque en esta colección de relatos una maquinaria de engranajes aceitados y finales contundentes. Aquí la brevedad del cuento está al servicio de la paradoja, de una escritura liviana como una pluma y que sin embargo deja marcas oscuras ahí donde se posa. Hay un punto de vista femenino en su lateralidad, aunque no se trate siempre de personajes del mismo sexo, ni de las mismas edades, ni siquiera en todos los casos, del género humano. Anotaciones cotidianas, reflexiones sobre hábitos culinarios, viajes en tren, vecinos, hermanos o alfombras viejas. A veces se trata de listas –de aparentes palabras que dicen los electrodomésticos, de cosas que irritan un poco–, de juegos de palabras al estilo Raymond Queneau –la hazaña entre una gata y una araña, lo que garabatea en un papel una mujer mientras habla por teléfono con su madre– o incluso de cartas a diferentes instituciones o empresas que por alguna razón ponen al narrador en situación de pronunciarse.

En esa extravagante colección hay dos secciones que al pasar las páginas azarosamente se repiten. Por un lado, los textos que se nombran como “relato Flaubert”: formados con material real de las cartas escritas por Flaubert, la mayoría a una amiga y amante suya en el período en que trabajaba en Madame Bovary. Estos relatos parecen ser una suerte de adscripción o pronunciamiento estético de la autora, y además como un contrapunto a la impronta contemporánea y minimalismo narrativo del resto del volumen. Describen un universo antiguo y europeo, con paisajes y sentimientos de gran delicadeza. El advenimiento de las máquinas a través de una reflexión sobre cómo en Manchester se pasan la vida haciendo alfileres se contrapone, en la seguidilla de los relatos que integran el volumen, a otro donde una joven norteamericana sufre las neurosis típicas de viajar en avión.

Por otro lado están los cuentos a los que cierra el epígrafe “sueño”, en donde con esa excusa onírica Davis se permite una libertad argumental total, impredecible. Suele predicarse de sus relatos su perfume poético y quizás en estos capítulos es donde más fuertemente se ve ese espíritu disparatado y embebido en un humor extraño, pasado de rosca.

Hay que tener en cuenta que se trata de una escritora que como traductora ha estado sumergida en el universo de Proust y en el del mencionado Flaubert, y que es una especialista en los modos en que estos autores construyeron sus ficciones. Sin duda, algo de eso se traslada a su obra. Como si esa sensibilidad extrema para los detalles, esa lupa amplificando los costados menos iluminados de la subjetividad, y el paso del tiempo, encontraran una nueva forma de plasmarse. En relatos aparentemente inocuos de tan cotidianos, en la extrema economía de recursos con la que Davis escribe está ese amplificador, ese zumbido de fondo. Incluso en su deliberada inclinación experimental. Siempre se está probando algo, siempre se está jugando con las palabras, con los límites del relato, con los asuntos en los que merece la pena detenerse. Es una autora que incluye un cuento de más de veinte páginas como “Las focas” –la desgarradora carta que le escribe una chica en un viaje en tren a su media hermana mayor recientemente fallecida, recordando todos los veranos que pasaron juntas en distintas playas de Estados Unidos–, seguido de la “Carta a la fundación”, donde una atribulada becaria universitaria suplica dejar de dar clases a sus aterradores alumnos.

Ni puedo ni quiero. Lydia Davis Eterna Cadencia 316 páginas

En sus más de trescientas páginas, Ni puedo ni quiero permite una experiencia de lectura salteada, adictiva, donde siempre hay una sorpresa al dar la vuelta la página. El humor formalista francés pervirtiendo las bien cimentadas bases del cuento corto norteamericano. Para los que puedan y quieran sorprenderse.

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