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Domingo, 4 de mayo de 2003

RESEñAS

Si Flora viviera...

MI VIDA
Flora Tristán

Del Nuevo Extremo
Buenos Aires, 2003
302 páginas

POR IGNACIO MILLER
Hija ilegítima de un militar peruano y de una francesa refugiada en España, casada a los 17 años y separada a los 22, se recuerda a Flora Tristán por ser la abuela de Paul Gauguin (primero) y una protofeminista tenaz (segundo). Pero también se la considera una adelantada en la lucha por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y en concebir el proyecto de una unión internacional obrera, idea que ha quedado históricamente asociada a la figura y a los escritos de Karl Marx.
Mi vida, que es una selección de las memorias que Flora Tristán escribió en francés y publicó por primera vez en París en 1837 con el título de Peregrinaciones de una paria (1833-1834), se centra en el viaje que ella realizara a Perú en 1833, con el fin de reclamar la herencia paterna. Su salida de Francia, el trayecto en barco a través del Atlántico, la llegada al continente, el encuentro con sus familiares, la negativa a reconocerla como heredera por parte de su tío Pío de Tristán (de quien sólo obtiene, a título de dádiva, una pensión mucho menor a sus pretensiones) y su regreso a Europa, previa escala en Lima, constituyen las principales etapas de este viaje. Estructurado como un diario, el relato es continuamente interrumpido por apuntes y observaciones acerca de las personas y lugares que Flora va conociendo, y por los propios pensamientos provocados por los hechos que narra, todo ello en un tono deudor del romanticismo literario de la época.
Así, la travesía por el Atlántico es la ocasión para desarrollar la novelesca trama de un amor imposible: como buena heroína romántica, acaso como asidua lectora de Bernardin de Saint Pierre, Lamartine y Víctor Hugo, Flora rechaza la comodidad de un amor que ella sabe que no puede corresponder, para abrazar su ineludible destino de sufrimiento y desdicha. En este sentido, estas memorias podrían haber sido la crónica de un fracaso, o de una serie de fracasos, y pueden ser leídas como una suerte de novela de aprendizaje. Pero, como toda autobiografía, es además una justificación y una auto-apología, en la que hasta las virtudes que se reconocen en los otros sirven para apuntalar la imagen del yo.
Sin embargo, si hay una lógica que articula todo el relato, y sobre la cual se sustenta, esa lógica es la de la conversión. El viaje de Flora a Perú resulta ser su “camino de Damasco”, en el que descubre su misión de denunciar “a una sociedad que gime bajo el peso de las cadenas que se ha forjado y que no perdona a ninguno de los miembros que trata de liberarse de ellas”. Como a San Pablo, es esta “fe de apóstol” la que le permite, entonces, transmutar en lucha el simple resentimiento, y es a la luz de ella que se comprende el continuo interés que Flora manifiesta por los marginados sociales, no sólo los esclavos o los obreros, sino también, y en particular, ciertos marginados pertenecientes a la “buena sociedad” y condenados a una suerte de “exilio interior” –cuando no, al mero exilio– por causa de los prejuicios.
La publicación de este volumen, sin duda, responde a la intensa campaña de promoción de la última novela de Mario Vargas Llosa (El paraíso en la otra esquina). Más allá de que este gesto pueda entenderse como una muestra de un simple y apresurado oportunismo de mercado (ciertos descuidos de la edición, tales como el no citar a traductor alguno, carecer de cualquier tipo de índice, y que nadie, descontando al selloeditorial, se haga cargo del criterio con el que se ha realizado la selección, bastarían para avalar esta tesis), no deja de agradecerse el hecho de que se pueda acceder, siquiera parcialmente, al conocimiento de una personalidad a la que sobradamente le cabe el calificativo de fascinante.

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