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Domingo, 20 de diciembre de 2015

OSVALDO BAIGORRIA

HACER EL AMOR

Cuando dos años atrás publicó Sobre Sánchez, Osvaldo Baigorria no sólo ponía el foco sobre la figura del escritor Néstor Sánchez y su circunstancia, sino también sobre sí mismo. Venía de reeditar sus columnas y notas en medios alternativos en los 80 y 90 y empezaba a reconstruir una genealogía artística que había experimentado en carne propia. Figura nómada desde su juventud, beatnik y hippie, artesano y militante con más de un exilio y un regreso a cuestas, Baigorria reedita ahora su primera novela, publicada originalmente en 1989. Llévatela, amigo, por el bien de los tres sigue los pasos de la vida en comunidad, el amor abierto en la pareja, la sinceridad erótica y la ineludible complejidad de todos los vínculos. En esta entrevista repasa su vida y las circunstancias en las que empezó a incursionar en la literatura y el periodismo.

 Por Mercedes Halfon

Llévatela amigo, por el bien de los tres arranca con un protagonista que reflexiona sobre los modos de mantener el calor en la pareja: su paisaje imaginario es la estepa y el objetivo poblar el iglú para pasar el invierno. Lo fundamental es evitar quedarse solo, o solo de a dos, que es lo mismo pero peor. El protagonista está construyendo un territorio simbólico para comenzar su relato de aventuras sobre una pareja abierta, su pareja, sostenida durante veinte años, hasta su inevitable descenso y meditada caída. La novela es una estampa húmeda sobre el amor tal y como lo entendían ciertos grupos de libertarios de los años sesenta y setenta, entre los que sin dudas estaba el autor del relato, Osvaldo Baigorria.

El narrador escribe desde el final y rememora. Escribe desde un departamento a metros del parque Centenario mientras observa ese ritual extraño de las novias radiantes y rígidas como merengues que van a fotografiarse a orillas del lago artificial. “Nada de esto existía antes”, escribe. “El parque era un baldío salvaje. Las parejas venían a coger entre los matorrales, no hacían falta autos, no había novias de blanco. Cada domingo se juntaban por aquí los rockeros de entonces, a guitarrear, cantar o escuchar los versos de algún poeta intoxicado o los sermones de los místicos o las consignas de los bolcheviques psicodélicos que intentaban formar grupos de estudio, o imprimir boletines a mimeógrafo, o pintar en las paredes vecinas cosas como: “todo espacio es tu cuerpo/ vivan los combatientes/ muera la muerte/ hoy una pared, mañana el mundo”.

Tan lejos y tan cerca de hoy. Llévatela amigo, por el bien de los tres está nuevamente en librerías reeditado por Caja Negra, en un volumen que mantiene el texto original al que le suma una “posdata” del autor en la que recontextualiza y resume algunos comentarios sobre el libro publicados en su momento de edición. Publicada en 1989, la primera novela de Osvaldo Baigorria estaba a la fecha casi inhallable. Estaríamos ahora entonces, en un tercer tiempo de ese parque Centenario nocturno que tanto aparece en el libro, ese interregno donde el protagonista –Eduardo– va a observar otros modos del amor, mientras lanza frases como proyectiles encendidos y que encienden. Ese mismo parque hoy enrejado, intransitable en la noche, como muchos otros espacios públicos que dejan de serlo. Ese mismo Parque que hace poco fue lugar de encuentro y de fiesta al pedido de Más amor, junto a otras consignas.

Osvaldo Baigorria viene del suceso de Sobre Sánchez (Mansalva, 2013) una suerte de biografía de Néstor Sánchez –escritor devenido clochard siguiendo el camino propuesto por Gurdieff, maestro de espiritualidad en auge en los 60– cruzada con su propia autobiografía en tiempos de trashumancia y peregrinaje artesano, beat, anarco, amorosamente libre. Sobre Sánchez es un libro anómalo y extraordinario que hoy está agotado; y así como trajo de vuelta a librerías a ese escritor exquisito y olvidado, también puso en foco a otro raro, el propio Osvaldo Baigorria.

En 2014 llegó Cerdos y porteños (Blatt y Ríos) que hizo circular nuevamente sus notas periodísticas escritas en medios alternativos en los 80. Entre las piezas que faltaban para terminar de acercarnos a su producción estaba sin dudas su primera novela, Llévatela amigo, por el bien de los tres.

Textos intensos, que articulan vida, pensamiento y ficción, en un cruce de géneros único, sin duda producto de una figura igualmente compleja: ensayista, escritor, periodista y docente, vivió entre 1974 y 1993 como un nómada, con intermitencias de décadas que lo mantenían fuera de la órbita cultural de nuestro país. La novela que acaba de editarse entonces, era una pieza clave para conocer a este beatnik argentino que vive en Tigre pero circula por lecturas y presentaciones de la literatura alternativa local. Intimo amigo de Néstor Perlongher, compilador de textos sobre anarquía, eros, crotos y temas afines a la contracultura y la libertad.

¿Cómo era tu vida y tu entorno –trabajo, estudio, militancia, vida nocturna– previo a irte del país en el 74?

–Artesano un poco en cuero y sobre todo en metal. Collares, pulseras, anillos de alpaca, cobre, bronce para vender en la feria paralela de Plaza Francia y otros puntos de la ciudad, siempre ilegal, siempre listo para escapar de las visitas policiales. Estudiaba en el Instituto Superior de Periodismo, escribía para la revista 2001. Noche en La Paz, La Giralda, Politeama, La Perla del Once. Relación con grupos contraculturales, algunos de estudio y agitación callejera, como el grupo Política Sexual donde conocí a Néstor Perlongher, y el Movimiento Parque con sus reuniones semanales y abiertas de la subcultura rocker en el parque Centenario, antes del ascenso de la Triple A y la ultraderecha instalada en el gobierno de Perón a partir de setiembre del 73.

¿Cuál era tu relación con la literatura por aquellos años?

–Poca relación con la literatura argentina. Lectura de poetas: Rimbaud, Baudelaire, William Blake, Allen Ginsberg, Artaud, SaintJohn Perse, T. S. Eliot, enumerando caóticamente y de memoria. En narrativa, R.L. Stevenson, Henry Miller, Jack Kerouac, William Burroughs, Kurt Vonnegut...Y luego, pero mucho más tarde, ya en los 80 y 90, se sumaron hispanoamericanos y argentinos, de César Vallejo a Lezama Lima, de Lucio Mansilla a César Aira, de Mario Santiago a Emeterio Cerro, de José Sbarra a Osvaldo Lamborghini y un largo etcétera. Sigo sumando.

¿Cómo fue que te hiciste amigo de Néstor Perlogher?

–Lo conocí en ese grupo Política Sexual que mencionaba, que se postulaba como una especie de alianza de minorías. Él participaba como representante del Frente de Liberación Homosexual. Fuimos juntos a fiestas, manifestaciones, volanteadas callejeras, acciones contra los edictos policiales, debates en largas noches de insomnio. Leíamos a Freud, Reich, Marcuse, Kate Millet, Cooper, Debord, Simone de Beauvior, entre otros.... Años más tarde llegaría Deleuze.

Estuviste afuera quince años, largo de relatar y a la vez lo vas contando de modo disperso en tu literatura, fundamentalmente en Sobre Sánchez... Se sabe que del 1976 al 84 viviste en una comunidad en los bosques de las montañas rocosas. ¿Cómo fue esa experiencia de vida en comunidad?

–Llegué desde San Francisco, donde había derivado por ruta desde Buenos Aires con mis artesanías, en un viaje de dos años. En una revista de aquella ciudad leí el aviso de unos franceses que querían formar una comuna en la Columbia Británica del Canadá y les escribí. Fui de visita, no me quedé pero desde allí me trasladé hacia una comunidad cercana, en la que vivían unas 150 personas, fundada por cuáqueros y en la que había budistas, feministas, ecologistas, anarquistas y ex infractores del servicio militar estadounidense, entre otros refugiados en los bosques. Residían familias, cooperativas y comunas: en la que me instalé, cada uno tenía su cabaña, o tipi o lo que hubiese podido construir como vivienda. Eramos entre ocho y diez personas que compartíamos la propiedad de la tierra, un huerto comunitario central, árboles frutales, animales de corral.

¿Y cómo transcurrían tus días?

–Hacíamos una agricultura de semisubsistencia, aunque también teníamos que trabajar para ganar dinero, no mucho porque en esa zona rural se gastaba poco. Los trabajos más comunes eran la siembra de coníferas durante la primavera en lugares de desmonte, y también como bomberos en incendios forestales durante el verano. Con eso acumulábamos reservas para durar todo el año. Era una existencia muy conectada al clima, a las estaciones, a la vida y la muerte, con visitas habituales de una fauna silvestre que incluía osos, ciervos, coyotes, y hasta el ocasional cougar o puma americano, a los que había que mantener alejados, incluso con armas de fuego, para que no se comieran las gallinas o los cabritos. En invierno descansábamos, casi en estado de hibernación de diciembre a marzo, cuando la temperatura podía bajar a 15 ó 20 grados bajo cero. El pueblo más cercano, donde íbamos a hacer las compras, estaba a unos 40 kilómetros. Decidí que se había terminado entre 1984/ 85, cuando se abrió la esperanza del fin de las dictaduras militares en Argentina y la posibilidad del retorno a un país diferente.

Retornaste a Buenos Aires y empezaste a trabajar fuerte escribiendo ¿Cómo fue tu pasaje por las redacciones de aquellos épocas?

–En 1985 empecé a colaborar con El Porteño y Cerdos y Peces por recomendación de Perlongher. También colaboré en otras revistas como CantaRock, Uno Mismo, Crisis, El Periodista... En esos años uno podía ganarse la vida con colaboraciones freelance en revistas minoritarias pero que se vendían como pan caliente en los kioscos. No sé qué tipo de periodismo intentaba hacer, creo que buscábamos difundir hechos de la cultura que abrían los límites de lo posible y de lo pensable. En la posdata que escribí para la reedición de Llévatela... traté de reponer algo de ese contexto, en la última etapa de la llamada “primavera democrática” que luego dejaría paso al falso veranito y definitivo invierno del neoliberalismo. Era un entorno oscilante entre la rebeldía de la cultura underground emergente de principios de los 80 y la decadencia del consumismo y la frivolidad que pronto empezarían a imponerse. La caída del muro de Berlín era inminente y el derrumbe de todas las utopías de las décadas precedentes ya era un hecho, así que se trataba de un momento muy especial, paradójico, de fin de época, con sensaciones de derrota y también con fuertes expectativas de libertad.

VIVIR PARA CONTARLO

En la cabecera de la cama de Lila y Eduardo, la pareja central de la novela, está escrita una frase de David Cooper, figura medular de la contracultura de los 60, justamente el fundador de la antipsiquiatría: “Hacer el amor es algo bueno en sí mismo, y tanto mejor cuando más veces ocurre, de cualquier manera concebible, entre el mayor número de personas y durante el mayor tiempo posible”.

Era una apuesta muy alta, un compromiso que ponía la vara del amor en un punto arriesgado y nuevo. Veinticinco años después de la publicación de la novela, y Tinder mediante, los encuentros múltiples y ocasionales son usuales. Pero esa militancia sobre la sinceridad en la pareja hasta sus últimas consecuencias se ha perdido. La frase de Cooper –que de algún modo sintetiza el espíritu de la novela– su potencia y sus contradicciones, tiene la rara cualidad de resistir al paso del tiempo. Claro que sus significados hoy son otros, por eso es interesante volver a leerla, a pensarla, a sopesarla. Exponerla al sol y al aire del presente, para ver qué ocurre.

¿Cómo y por qué te decidiste a reeditar la novela?

–Por la propuesta e insistencia de los editores de Caja Negra. Tenía abandonada esta novela desde el momento de su primera edición, no sé por qué, quizá por inseguridad. Siempre fui bastante inseguro, dubitativo, indeciso. Supongo que al despertarse el interés de nuevos lectores me vino la curiosidad por saber cómo sería leída por otros un cuarto de siglo más tarde.

En tu posdata dice que la novela fue “escrita de un tirón”. ¿Tenías un manuscrito, notas, algo previo o fue realmente –alla Kerouac– escrita sin mirar atrás?

–En la posdata escribí “diríase de un tirón, casi sin corrección”. El “casi” sugiere que hubo un proceso mixto: escribí la primera versión directamente en la máquina, tipeando de principio a fin sin mirar atrás para no perder impulso. Luego releí lo que había escrito y taché y tiré muchas páginas, más del doble de lo que quedó al final. Creo que la novela ganó por sustracción. Ojo que Kerouac tampoco escribió En el camino de un tirón sino por etapas: empezó como diario personal en 1948; luego en 1951 la tipeó en ese famoso papel de teletipo durante tres semanas pero esta versión fue revisada y editada varias veces hasta su edición definitiva en 1957. Parece que con el paso del tiempo Kerouac prefirió recordar solo esas tres semanas, una imagen que le serviría para ilustrar sus ideas sobre la “prosa espontánea”.

Leída después de Sobre Sánchez y Correrías de un infiel, Llévatela... hace al lector asociar automáticamente con vos y tu autobiografía; si bien desde el vamos el pacto que propone es el de la ficción. ¿Cuánto hay de vos en el personaje de Eduardo? ¿O como pensás lo autobiográfico en esta novela?

–En todos mis libros hay agenciamientos autobiográficos. No lo pienso mucho cuando me pongo a escribir. Parto de una idea, una escena o una historia que empieza a desarrollarse y asociarse con otras ideas, escenas e historias, es decir, con palabras y oraciones que se suceden unas a otras. Y siempre se cruzan fantasías, intimidades, imaginaciones y recuerdos. No calculo porcentajes ni cantidades de “mí” que pueda haber en otros personajes porque creo que estoy en todos o en ninguno y porque el propio “yo” es una ficción, un recuerdo ya editado varias veces de una autoidentidad que es relativa y pertenece a un pasado sujeto a revisión constante.

Pareciera ser una novela mixta, de cruce de géneros: entre lo ensayístico sobre el amor libre, lo autobiográfico velado, la trama ficcional. ¿Cómo la pensaste vos en ese momento?

–Los géneros son ficciones, convenciones para poner libros en los escaques y anaqueles del mercado editorial. La cruza es el devenir natural de toda escritura que se suelte y sienta en libertad desde el inicio de la primera frase.

También está sembrada de momentos fuertemente eróticos ¿Hay alguna tradición de novela erótica en nuestro país? ¿Quiénes eran tus referentes en este aspecto?

–Ningún referente local en el momento de la escritura. Años después leí El frasquito de Luis Gusmán y El fiord de Lamborghini, pero de ninguna manera me parecen “novela erótica”. Supongo que mis lecturas de autores que pensaron la revolución sexual, el deseo y el erotismo, como David Cooper, Reich, Bataille, Deleuze pudieron haber influido. Miguel Vitagliano dice que Llévatela, amigo... puede ser leída como un “conte philosophique sobre el amor”. Me gusta la idea de que esta es una novela de amor.

Decís en la posdata que “Algunos se tomaron como un libro de combate contra la monogamia y otros se separaron de sus esposas” ¿hubo ese tipo de experiencias de lecturas en la primera edición?

–Sé de dos que se pusieron a leerla juntos, decidieron contarse toda la verdad sobre las relaciones extraconyugales que habían tenido hasta ese momento y terminaron separados, pero esto quizá iba a ocurrir de todos modos.

Me preguntaba también si lo concebiste como un artefacto político, un texto capaz de hacer que los lectores se hagan preguntas sobre su modo de afrontar cuestiones como la monogamia, la infidelidad, el deseo, la hipocresía en las relaciones de pareja.

–En casi todo lo que escribo emergen dispositivos políticos, pero porque me sale así, no porque los conciba previamente de ese modo. Tal vez los tengo naturalizados. Simplemente me inclino a compartir con otras personas las preguntas que me hago a mí mismo sobre la posesividad, la propiedad privada sobre el cuerpo ajeno, los celos, la mentira y la verdad. Cuestiones que desde luego son tan políticas como éticas.

Llévatela amigo, por el bien de los tres. Osvaldo Baigorria Caja Negra 139 páginas

La novela se cierra también en parque Centenario. Eduardo lo recorre por última vez antes de partir nuevamente de viaje. Algunas de sus utopías cayeron, otras se ajustaron y robustecieron. El plural fue reemplazado por un singular que ahora lo lleva más lejos: “Hace unos años vine a este lugar en pareja; hoy me voy solo, aunque mi corazón esté lleno de aceptación hacia lo que fui y hacia lo que soy. Me hubiera gustado llevar en el avión a todos mis afectos. No solo a Lila o a Mimí sino también a sus amigos, mis amigos, sus familias, mis familias. ¿Acaso era posible extender la red, la comunidad o el campamento nómade hasta que abarcara la humanidad entera?”

La pregunta se extiende en su potencia y su angustia hasta nuestros días.

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Imagen: Nora Lezano
 
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