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Sábado, 19 de julio de 2003

EL FUTURO DE LA IZQUIERDA

¿De qué genero es la clase?

En Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda se plantean los principales debates teóricos que afectan a la política de izquierda tanto en el mundo desarrollado como en países como el nuestro. Radarlibros aprovechó la presencia en Buenos Aires de Ernesto Laclau, uno de los tres participantes de ese volumen, para interrogarlo sobre la crisis de la representación y la profundización de la democracia.

por Leonor Arfuch

¿Qué es lo que constituye una teoría viable de la representación para la vida política contemporánea? ¿Es compatible la afirmación de los derechos universales con la afirmación de las especificidades comunitarias? ¿Qué alternativas ofrece hoy un proyecto emancipador? Estas son algunas de las preguntas que disparan el debate, por cierto apasionante, entre Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek en Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica.
Tres voces mayores del escenario contemporáneo, que deciden medir sus acuerdos y diferencias a partir de los interrogantes que cada uno pone en juego, donde se delinean a un tiempo las trayectorias teóricas respectivas y un campo de problemas de urgente actualidad. Voces que escapan a la lógica temporal de la réplica o de los “turnos” para entremezclarse, anticiparse al otro, hacerse guiños, deslindar posiciones; en definitiva, tallar el propio argumento en una rara simultaneidad enunciativa e intertextual.
Las cuestiones a dirimir no son simples: la negatividad inherente a todo intento de “totalización”, y por ende, el límite interno, el antagonismo que impide su realización plena –se trate del sentido, del sujeto, de la identidad o de la política–; el carácter esencialmente paradójico de lo universal, imposible de ser reducido a un contenido dado, a priori, y al mismo tiempo necesario, en tanto articulación contingente, para todo proyecto emancipador; la hegemonía, precisamente como ese momento articulador de las diferencias en un nivel superior, donde se juega el carácter eminentemente político de la representación.
En la alternancia de los capítulos cada interlocutor va a ir tematizando diversamente estas problemáticas, sobre todo a través de lecturas confrontativas de Kant, Hegel, Marx y Lacan y, como en todo buen debate, de acusaciones cruzadas sobre el cultivo “impropio” de esas feligresías. Así, Butler cuestiona el estatuto ahistórico de lo Real lacaniano como límite instituyente de la diferencia sexual, postulando en cambio sus determinaciones sociales e históricas, su anclaje material, los “cuerpos que importan” y entonces, la relevancia que en cada momento tienen las políticas de inclusión/exclusión.
En contrapunto, Zizek reafirma la potencialidad del paradigma lacaniano tanto para el análisis de la diferencia sexual como para el de la cultura y la política, pero su principal apuesta es justamente la política. Retoma aquí su crítica al multiculturalismo, que ha subsumido la categoría de clase –y de lucha de clases– como mera enumeración entre otras diferencias –étnicas, raciales, religiosas, sexuales–, cuando sigue siendo para él el principio opositivo y estructurante de la serie, y enfatiza el “olvido” del capital como terreno determinante de las multiplicidades, así como el del propio término de “trabajadores”, tanto en el léxico político como en el teórico, incluido por supuesto el de sus compañeros de ruta.
La polémica se enciende con la respuesta de Laclau, quien encuentra en estas acusaciones la supervivencia de entidades fetiches ya despojadas de significación, que tornarían nuevamente a la vieja distinción entre estructura (económica) y superestructura y a cierto esencialismo de una clase predeterminada. Dando por sentada una común preocupación por las luchas sociales actuales y, más aún, por la forma en que la izquierda visualiza sus responsabilidades en el mundo contemporáneo, Laclau argumenta a su vez –con una lógica minuciosa no exenta de ironía– que si bien ninguno de los particularismos que pueblan hoy la escena política -ni los de las “políticas de identidad” ni el de la “clase trabajadora”– es capaz por sí mismo de tornarse un sujeto revolucionario, ello no es razón para no apoyar sus demandas que, sin embargo, vinculadas a undiscurso emancipatorio más global, podrían conducir a formas más radicales de democracia, con una mayor equidad y justicia.
Sobre estos aspectos, que despertaron especial interés en las conferencias que dictó en esta última semana en Buenos Aires, Radarlibros sostuvo con Laclau un breve diálogo:
En el rechazo a la representación, que en la Argentina se plasmó emblemáticamente en el “que se vayan todos” parecería haber una confusión de niveles entre lo que usted llama el contenido “óntico” –es decir, las formas concretas y hasta espurias que aquélla puede asumir– y lo ontológico, es decir, el principio mismo de la representación y, por ende, de la política. ¿No resulta paradójico que la negación de este principio en aras de la exaltación de las puras diferencias, de la “multitud”, sea visto como “progresista”, cuando la necesidad de un cambio radical, que su posición misma sostiene, parecería requerir justamente, para ser posible, de nuevas formas organizativas?
–Es que la idea de multitud es algo que se plantea como negación de todo particularismo institucional –que, pese a que se lo niegue, sigue sin embargo funcionando– y hay una especie de tierra de nadie entre el momento abstracto de la multitud y el momento particularista que no puede ser negado. La cuestión de la política pasa por la negociación complicada entre estas dimensiones, que son las que definen el juego político. Este momento de la ruptura no puede ser reconducido a alguna lógica más fundamental que fuera la esencia profunda del todo social; requiere justamente ser producido. La creciente proliferación de demandas particularísticas, centradas en objetivos precisos, crean el potencial, pero sólo el potencial, de cadenas de equivalencias más extensas que en el pasado. La cuestión es cómo construir lenguajes capaces de proveer ese elemento de universalidad que permita justamente el cambio de nivel, la articulación.
Si el libro ofrece un terreno de alta densidad teórica para pensar los problemas contemporáneos, también cumple, quizá de modo implícito, con otro objetivo no menos importante: el de delinear los contornos del intelectual en nuestro tiempo, para quien el compromiso con la teoría es indisociable de la política.

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