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Sábado, 19 de julio de 2003

RESEñA

Una superstición chilena

Gabriela Mistral,
una mujer sin rostro
Lila Zemborain

Beatriz Viterbo
Rosario, 2003
160 págs.

Por Cecilia Pavón

“¿Qué hacen los textos escritos por mujeres cuando dicen ‘yo’?”. La pregunta lanzada por Silvia Molloy en su libro Women writers in Latin America (1991) y citada en la introducción de Gabriela Mistral estructura según las propias palabras de Zemborain la búsqueda de su trabajo. En este sentido, el libro se inscribe en la tradición de la crítica feminista que trabaja con las auto-representaciones que las mujeres construyen, considerando sus potencialidades emancipatorias o bien tomándolas como enclaves donde descifrar construcciones culturales opresivas.
Así, Zemborain se ocupa del “yo camaleónico” de la Mistral y lo desmenuza a través de un ejercicio de relectura de algunos de los lugares “clásicos” de su poesía. La relación con el seudónimo, la construcción de sujetos elegíaco y profético, y la figura maternal, son los cuatro ejes a través de los cuales la autora revisita a la poeta chilena, iluminando aspectos que trazan una Mistral a contrapelo de la lectura que durante décadas dominó su percepción oficial. Es muy probable que Gabriela Mistral sea la escritora latinoamericana que más revisiones de este tipo ha suscitado en el mundo de la crítica académica, especialmente la norteamericana, en cuyas tradiciones Zemborain se inscribe (este ensayo surge de su tesis doctoral para la Universidad de Nueva York).
Esta fiebre por desacralizar a la primera Premio Nobel chilena se relaciona con la canonización paralizante que sufrió (y sufre) en su país, donde es, además de la imagen del billete de 5000 pesos, la figura más representada en estatuas pueblerinas –hasta en las estaciones de policía puede encontrarse uno de sus bustos de bronce– y donde suena a blasfemia y genera debates con ribetes de escándalo cualquier alusión pública a su (más que posible) homosexualidad.
Pero el aporte de Zemborain es valioso porque su mirada no se limita a revertir los clichés de la maestra rural abnegada o de la sufrida madre frustrada escritora de rondas infantiles, presentando a una Mistral más queer, dueña de una escritura liberada y difícil; también investiga las operaciones textuales de la propia Mistral que ayudaron a la creación de esos mitos oficiales. Como cuando cita pasajes de sus artículos didácticos y reaccionarios (que más de una feminista quisiera pasar por alto): la mujer debe ser paciente, incorruptiblemente buena, instintiva, infaliblemente sabia –sabia no para su propio provecho sino para la renuncia de sí misma, sabia no de manera que se haga superior a su marido, sino de un modo que no pueda faltar a su lado.
Hacia el final del libro, Zemborain incluye un apéndice en el que en una suerte de trabajo de campo recoge los testimonios de distintas poetas latinoamericanas en cuanto a sus experiencias de lectura con la poeta chilena. En la mayoría se percibe un proceso similar: rechazo al comienzo por su imagen acartonada, y descubrimiento luego de una Mistral insólita y viva. Una experiencia similar es la que llevó a Zemborain –ella misma poeta antes que crítica, con tres libros ya publicados– a la elección de su objeto de estudio.
Cuando Zemborain sigue lo que ha escrito en el prólogo (“La lectura de estos textos me llevó a comprender que únicamente la libertad creativa posibilita la constitución de un sujeto que enuncia múltiples identidades. Una libertad que yo intentaba vanamente alcanzar pero que tenía al alcance de mi mano a través de la experiencia creativa de Gabriela Mistral”), el libro adquiere su dimensión más interesante, la imaginación crítica seenlaza con la imaginación poética, y se vuelve el registro de cómo una poeta lee a otra en busca de pistas de escritura.

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