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Domingo, 3 de agosto de 2003

RESEñA

Las palabras y las cosas del Estado

Estado
Léxico de política
Pier Paolo Portinaro

trad. Heber Cardoso
Nueva Visión
Buenos Aires, 2003
186 págs.

Por Martín De Ambrosio

Como suele suceder con una amplia variedad de objetos de estudio (no sólo con el Estado), existieron demasiados experimentos históricos que recibieron el mismo nombre; y cada objeto, cada Estado, tiene un resquicio, una (a veces sutil) diferencia que dificulta enormemente una definición abarcadora, y de una vez y para siempre. Estado de bienestar, Estado de derecho, Estado predador y Estado tecnocrático –por nombrar desordenadamente algunas de las infinitas pieles que se puso el Leviatán– demuestran que se trata de un objeto tan elusivo que garantiza teorías del Estado para rato y que “ha dado trabajo, en cada comunidad nacional y científica, a ejércitos de clasificadores”, como sostiene el autor. Así, de un rápido vistazo emerge un panorama en el que la teoría (lo abstracto) y la historia (lo concreto) se entretejen, se confunden, y se puede llegar a algunas preguntas quizás inquietantes. Por ejemplo: ¿la historia es el sustrato, el elemento fundamental de la teoría? ¿O es que las teorías, es decir las ideas, crean a la historia? ¿Dónde nace una y mueren las otras?
Pier Paolo Portinaro, profesor de la Universidad de Turín, hace en este libro un recorrido histórico por el “concepto Estado” y sus diferentes teorizaciones, de Platón y su República hasta el imperio inglés del siglo XIX, pasando por los consejos al príncipe de Maquiavelo, y llegando finalmente a cierta encrucijada a la que se le da el globalizador nombre de globalización. Estado resulta una síntesis de tópicos estatales (como soberanía, legalidad-legitimidad, constitucionalismo, nacionalidades, etc., etc.) y de escritores que hicieron teoría del Estado (en un verdadero desfile de estrellas: clásicos como Hobbes, Hegel, Max Weber, Carl Schmitt, Hannah Arendt y Michel Foucault y otros actuales e igualmente interesantes como Theda Skocpol, Jürgen Habermas, Immanuel Wallerstein y Charles Tilly).
Y bien, en medio del collage, queda en evidencia que la historia de la palabra y la historia de la cosa no corren por vías paralelas, tampoco en el caso del viejo, a veces querido y siempre gris Estado. “Cuando la palabra hace su aparición en un contexto de representaciones semánticas en verdad más bien indeterminado, el referente no es todavía una organización centralizada, ni una empresa institucional de tipo racional, ni un grupo político reconocido como legítimo”, afirma Portinaro. La palabra –la teoría, lo abstracto– esperando por la historia: según el recorrido que hace el autor, durante la antigüedad su campo semántico estuvo cubierto por la polis, se pierde en los feudos medievales hasta que reaparece en “reinos” y “repúblicas”, va delineando sus contornos definitivos con los contractualistas y toma el perfil tal vez definitivo con Weber (al que Portinaro consecuentemente recurre en busca de una definición). Acotación al margen: como las historias de la filosofía o de la ciencia occidentales, y sólo occidentales, Estado da cuenta de los orígenes y consecuencias del Estado en tanto fenómeno europeo que se derrama –para bien y para mal– al resto del mundo.
El libro es, como señala el subtítulo, un léxico, una introducción al arduo tema, sin grandes tesis, que no se propone demostrar nada, pero en el que sí queda como secundario efecto de sentido la certeza de la aridezestatal. En síntesis, se trata de un libro que puede funcionar más que bien como un resumen de lo publicado, y en el que Portinaro casi nunca hace ver su propia condición de teórico, y su perspectiva apenas si se entrevé en la profunda voz de un austero glosador.

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