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| Hoy
Domingo, 8 de febrero de 2004
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CORTáZAR POLEMISTA
Progresivamente, Cortázar abandona la imagen de artista puro para adoptar la piel del intelectual comprometido en los debates de su tiempo. De esa mutación dan cuenta las polémicas en las que Cortázar intervino a lo largo de su vida, algunas de las cuales se recogen en esta síntesis.
Al menos cuatro fueron las 
polémicas en las que Cortázar se vio envuelto. Siempre contra 
su voluntad porque, según decía, a él no le gustaban las 
polémicas (y daba un argumento etimológico: polémica 
viene de polemos que significa guerra). Con todo, y vistas en conjunto, 
las polémicas tienen un sabor entre amargo e inquietante, cuando no es 
la sorpresa la que domina: ¿esta clase de cosas se discutían con 
tanto fervor?, podría preguntarse alguien con un dejo de nostalgia 
incluso luego de contemplar el terreno yermo de las discusiones actuales. 
Lo seguro es que en cada una se ve al campo político metiéndose 
en el campo intelectual y por momentos devorándolo. 
Hacia fines de los 60, Cortázar discute con el escritor peruano José 
María Arguedas a propósito del mejor modo de retratar paisajes, 
regiones y habitantes. Para Arguedas había que convivir con la propia 
tierra para lograrlo; Cortázar completamente argentinizado en París, 
en cambio, afirma que el telurismo me es profundamente ajeno por estrecho, 
parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes 
no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de 
la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor de zona, 
pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo 
cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias 
culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los 
valores a secas. 
En ese ir y venir de argumentos, Arguedas publica un adelanto del primer capítulo 
de su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo en el que separa tajantemente 
las aguas de la intelectualidad entre indigenistas y europeístas. Del 
lado de Arguedas quedan Rulfo, Onetti y Guimaraes Rosa; Carlos Fuentes, Vargas 
Llosa, Lezama Lima y Cortázar juegan para el otro equipo, mientras García 
Márquez alterna. Todos somos provincianos, don Julio. Provincianos 
de las naciones y provincianos de lo supranacional, le espeta Arguedas.
Literatura 
y política 
Dada la seriedad y el esfuerzo que se vislumbra en su extensa respuesta, la 
polémica que Cortázar mantuvo con el escritor colombiano Oscar 
Collazos polémica número 2 parece ser de las que se 
tomó en serio. En un artículo que publicó la revista uruguaya 
Marcha en 1969, Collazos había atacado el distanciamiento que se operaba 
entre algunas novelas latinoamericanas de los escritores del boom (había 
palos también para Vargas Llosa, pero con Cortázar fue especialmente 
furibundo) y la realidad. En concreto, el desprecio de toda 
referencia concreta a partir de la cual se inicia la gestación del producto 
literario. Collazos también dice entre muchas cosas 
que la por entonces recientemente editada novela 62, modelo para armar es un 
intento de dar como válida esta dicotomía, esta escisión 
del ser político y del ser literario, en definitiva, una excesiva 
estetización de lo real. Collazos ponía en entredicho el excesivo 
vanguardismo de la obra cortazariana. A la hora de la respuesta, en un artículo 
sugestivamente titulado Literatura en la revolución y revolución 
en la literatura: algunos malentendidos a liquidar (también publicado 
en Marcha), Cortázar se defiende indicando que Collazos insiste 
en tomar por un `divorcio con la realidad lo que en escritores como el 
que habla es precisamente la búsqueda de una fusión más 
profunda del verbo con todas sus posibles correlaciones; y explica que 
la función del escritor como crítico es distinta y no debe ser 
confundida con el problema de la creación en sí. Y más 
adelante: ¿Olvido de la realidad? De ninguna manera: mis cuentos 
no solamente no la olvidan sino que la atacan por todos los flancos posibles, 
buscándole las venas más secretas y ricas. En la siguiente 
intervención de Collazos (Contrarrespuesta para armar), el 
colombiano tal vez emocionado se va a baraja, arría bandera, 
calla y otorga, todo junto, mientras no se cansa de llamarlo compañero 
Julio.
¿Tres?
Con Osvaldo Bayer, Cortázar no tuvo exactamente una polémica pública. 
Pero según parece (al menos así lo cuenta el autor de La Patagonia 
rebelde en el filme de Eduardo Montes Bradley titulado Cortázar: apuntes 
para un documental) Bayer le exigió a Cortázar una actitud ante 
la dictadura que el autor de Rayuela no pudo satisfacer. En un momento, cuando 
en Buenos Aires se iba a dar el traspaso del mando de Videla a Viola (1980/1981), 
Bayer le propone a Cortázar encabezar un charter de intelectuales en 
vuelo sorpresivo a Argentina y Cortázar se excusó dice Bayer 
porque andaba muy enamorado de Carol Dunlop, su última mujer, y además 
temía que le metieran un balazo en la cabeza.
Muy 
lilianamente 
Cortázar también polemizó con Liliana Heker. O algo así. 
Porque en realidad fue Heker quien recogió el guante de una ponencia 
del año 1978 en la que Cortázar se despachó a gusto 
sobre el ser de los exiliados argentinos y le contestó en duros 
términos. Cortázar luego escribe una Carta a una escritora 
argentina, en la que ciertamente no parece haber tomado muy en serio los 
argumentos de Heker. Pero que mejor lo cuente la autora de Diálogos sobre 
la vida y la muerte única escritora que quiso brindar testimonio 
sobre el asunto a Radarlibros: En ese escrito que levanta la revista colombiana 
Eco, que sin duda Cortázar pensó para los exiliados, había 
algo valorable: Cortázar sostenía que el exilio no debía 
ser un disvalor sino todo lo contrario, debía convertirse en un hecho 
positivo. Cosa con la que yo coincidía, y lo señalé. Lo 
que cuestionaba es que, por un lado, Cortázar se llamara a sí 
mismo un exiliado político cuando él no lo había sido (se 
fue en 1951). Aunque lo defendiéramos de cierta izquierda que se quejaba 
de que él vivía en París, no me parecía que Cortázar 
debía transformar ese vivir en París material insoslayable 
para el desarrollo de su literatura en un hecho político. El problema 
es que además desde París decretaba que la literatura en Argentina 
estaba aniquilada. Y él no podía decir eso por el solo hecho de 
que allá recibía menos obras de escritores argentinos. Yo decía: 
primero, que no había posibilidad de mandarlas a Francia, y otra, que 
tal vez para los jóvenes escritores los referentes eran otros, y no Cortázar, 
que ya era más bien un escritor sagrado. Otro punto que yo le cuestionaba 
es que postulara al exilio como una praxis, y yo creía que el exilio 
era una fatalidad, no una praxis revolucionaria, no algo que se pudiera planificar. 
Si uno se va, bueno, algo tiene que hacer con ese exilio, pero no se puede recomendar 
a quienes trabajaban como podían contra la dictadura, intelectuales o 
no, que se fueran. Cortázar veía nada más que a los escritores 
exiliados y no veía lo que estaba pasando acá, y juzgó 
en bloque: la literatura argentina está ocurriendo en el exilio 
y `en la Argentina la literatura está aniquilada. Fue un error 
que incluso Cortázar luego reconoció.
¿Cómo recuerda a Cortázar, 20 años después 
de su muerte?
Cortázar, tengo que decirlo, era un escritor al que admiré 
muchísimo, al que conocía, con el que nos carteábamos. 
Tengo cartas hermosísimas de él; y para mí fue uno de los 
maestros, un tipo querible, y eso es inalterable para mí. Y es que la 
polémica es una confrontación de ideas, que no puede hacerse con 
enemigos. Uno no puede polemizar con Videla, digamos, no hay polémica 
posible, es un asesino y no se pueden confrontar ideas. En cambio, con un escritor 
con el que se comparten muchas cosas, en una contingencia particular se puede 
polemizar. Me pareció que en el contexto de la dictadura era un momento 
oportuno, y que la polémica tuvo sentido.
En un reciente artículo de la revista Punto de vista, Alberto Giordano 
sostiene que Cortázar en realidad se negaba a polemizar en serio, porque 
estaba más bien ocupado en la celebración narcisista de 
su figura de escritor comprometido.
Es un poco duro, ¿no? Cortázar, como todo el mundo, pero 
de un modo más evidente, buscaba mucho que lo quisieran. Y a veces utilizaba 
un lenguaje que sabía que iba a causar simpatía; yo también 
creo que Cortázar no quería saber nada de polémicas. La 
que habló de polémicas fui yo. En su carta Cortázar se 
dirige a una joven simpática, y un poco tarada, pero que no era yo, nunca 
cita mis palabras. Dice Liliana, en el fondo estamos de acuerdo, 
pero no era cierto, no estábamos de acuerdo. Me trata con cierta benevolencia, 
pero al mismo tiempo yo siento que no discute ninguno de los conceptos que yo 
había pensado. En el momento para mí fue terriblemente irritativo, 
te aviso que caminaba por las paredes, y en mi respuesta se nota ese enojo. 
Pero, a la distancia, ya lo cuento como una anécdota. 
 
El...
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