Una revista VIP
La revista-suplemento Plus Ultra fue precursora de la mítica revista Sur. En las diferencias y semejanzas entre ambas publicaciones se deja leer una relación tensa entre modernidad y belle époque, que caracteriza el pasaje de la década del veinte al treinta.
Por David Viñas
“Y si Ud. lo quiere, se hará regalar alguna preciosa chinita de catorce abriles, tímida como una corzuela, de quien tendrá los huesos menudos y dócil como los gatos de San Juan.”
Ricardo Güiraldes a Valery Larbaud, octubre 22 de 1921
Si el grotesco, en la franja popular de los años veinte, se despega del sainete mediante interiorizaciones y una economía de procedimientos, Plus Ultra –por razones análogas, aunque en el otro extremo de la ciudad– se va distribuyendo entre 1916 y 1930 como suplemento de Caras y Caretas. La clase media porteña, durante Yrigoyen, contaba con su revista; pero Alvear implicó el gran modelo señorial que se iba encarnando en un aludido más allá. Aquella lectura semanal en Flores o en Caballito se había convertido en una necesidad, leer mensualmente una revista satinada con nombre en latín se trocaba en privilegio del Barrio Norte. El tránsito desde las insinuaciones carnavalescas a la divisa monárquica española fue subrayando así un valor agregado sobrentendido como linaje.
Especialista en interiores que ofertan el presunto prestigio de dormitorios y comedores apelando al “rango destacado” y a “la más fina originalidad, distinción y belleza”, Plus Ultra operaba la ritualización de las virtudes domésticas proyectadas, incluso, al confort de los autos Packard y Studebaker, con una simbiosis social: si usted, lector de nuestra revista, ostenta en su hogar un óleo de Sotomayor o un bargueño del siglo XVII, con sólo exhibirlos participa del halo iluminador que emiten esas propiedades. La gran tradición liberal siempre había ejecutado semejante estratagema: en Amalia, se sabe, la protagonista de Mármol se legitima por su parecido con cierta princesa austríaca; en los años del intendente Noel, Plus Ultra se fingía una caja de bombones decorada por las emanaciones provenientes del “21 Avenue des Champs Elysées”.
A partir del blasón hispánico de su título, Plus Ultra reitera un bamboleo entre Alfonso XIII y Marcelo T. de Alvear, y el busto del rey Borbón instalado en el primer piso del teatro Cervantes testimonia esa dialéctica particular. Personalmente había supuesto que esa insignia se superponía con el viaje del comandante Ramón Franco desde España a Buenos Aires: revista/aeroplano; el raíd aéreo se compaginaría oportunamente con las almas y la espiritualidad que recorren las páginas de la hidalga revista. Me había equivocado de género: no se trataba de una épica incidental sino de una táctica financiera. Los gauchos y las marquesas van poblando hasta las fotos de los finales dinásticos de nuestra sociedad patricia; boleadoras y mantillas logran hacer disfrutar simbólicamente a los padres más distinguidos de ambas comunidades. Magnos empresarios todos. La Madre Patria sabía ya justipreciar los patios andaluces de Sevilla o del doctor Enrique Larreta, así como los uniformes puntiagudos de Miguel Primo de Rivera y del ministro de Guerra del alvearismo.
Destacado por Arturo Cancela en sus Palabras socráticas, Agustín P. Justo en su homenaje a Mitre en 1921 hace pendant con un par de generales indelebles: Dellepiane y Uriburu; 1919/1930. Apertura y cierre de Plus Ultra, que si ni se ocupa de la Semana Trágica, exhibe su celo patriótico el 6 de septiembre. Aunque la figura que solapada pero enérgicamente avanza es Benito Mussolini caminando por encima de epígrafes neutrales, en óperas o inauguraciones, ladeando a Vittorio Emmanuele III y con incrementada presencia vaticana. El hombre de centro de 1925 es calvo, usa cuello palomita, muy aseado, sombrero hongo en la mano, polainas blancas y corbata plastrón.
La lista de colaboradores de Plus Ultra no es heterogénea; predomina el canon de la generación del Centenario: Lugones desde ya, Capdevila inevitable, Fernández Moreno tierno y municipal, Larreta y Rojas albergados en sus casas-museo. Lo neocolonial del palacio Noel rebota en la casa de Irurtia o en los Perfiles femeninos de Alvaro Melián Lafinur. De los escritores más íntimamente vinculados con la revista literaria de esa camada de escritores, Nosotros, no figura ninguno, lo que implica las reticencias, aun de la izquierda intelectual más moderada, respecto del tupido aristocraticismo de Plus Ultra.
Eludir o sobresaturar. Porque lo abundante es la galería, en estilo cortesano, con señoras entrelazadas con acontecimientos de “alta sociedad” o con una multitud de niños lánguidos, engominados y de dobles apelativos, abrazados o no a sus madres de perfil. Secuencia que, en ese momento, remite inexorablemente a la Guía Palma.
Plus Ultra, por esa suma de rasgos, representa la última reaparición de la genteel tradition argentina en repliegue y en conjuro alegórico frente al “terror rojo” provocado por los acontecimientos de enero del ’19. Semejante actitud, de manera latente pero concisa, recorre la década del radicalismo clásico, hasta desembocar, como reaparición redentora, en el septiembre uriburista.
Modernidad y belle époque
“El Seis Grande Sedan es el mejor auto Studebaker fabricado hasta hoy.
Llena todas las exigencias del espíritu más refinado. Su lujoso tapizado
de pelo de camello aterciopelado y su alfombraje son ricos y duraderos.”
Aviso en Plus Ultra, The Studebaker Corporation of America, julio 1925.
Mediatamente el núcleo significativo que predomina en Plus Ultra puede ser inscripto en un par de coordenadas históricas; dos categorías empleadas de forma imprecisa por la crítica tradicional argentina: modernidad, por su utilización restringida; belle époque a causa de su latitud desdibujada. Y ambas interactuándose en la producción de una secuencia de equívocos y abstracciones.
Designar como modernidad las entonaciones culturales del período del radicalismo clásico acentuando exclusivamente y sin contextualizar las diversas inflexiones de los vanguardismos literarios implica, por lo menos, una mutilación académica. Es que privilegiar a la tribu de Florida en detrimento de Boedo apelando al “buen gusto” presupone la esencialización de una serie de rasgos beatificados por el hegemonismo de un conjunto social que subestima, jerárquicamente, todo lo vinculado con la marginalidad.
Los otros –y éste es un lugar común reiterado en las demonizaciones canonizadas por la Argentina oficial– están representados por aquellos grupos cuyos perfiles no entraban en la supuesta racionalidad institucional. De acuerdo: no es un monopolio local. Pero en el siglo XIX de nuestro país, sucesivamente o de manera superpuesta, los excluidos fueron los montoneros provincianos, los paraguayos y los indios. Así como en el siglo XX, la negación oficial, con sus secuelas punitivas, se encarnizó con los sectores de origen inmigratorio que manifestaban su disconformidad o sus rebeldías enfrentando al Poder.
En otras oportunidades, una crítica alternativa frente a la exclusión con sus deformaciones o silencios se ocupó de señalar la continuidad que ensambla los síntomas aislados que van desde el antisemitismo aprendido en La France juive de Drumont pasando por la ley 4144, hasta desembocar en el discurso represivo de enero de 1919, que se prolonga, a su vez, en los fundamentos de la instalación de la Academia de Letras en 1931.
Abundar en los zigzagueos o en la estrategia de los supuestos matices resultaría, en esta ocasión, obvio por reiterativo.
Pero en el caso de la modernidad que opera con los consabidos “últimos hombres felices” –versión local de los roaring twenties norteamericanos-, que concluye, por su elusión de la historia concreta, en la apología del sector de “elegidos”, bastaría señalar, por ahora, algunos signos contradictorios. Así, por ejemplo, las reiteradas burlas que se hacen desde Martín Fierro y otras revistas análogas, del “italianismo” con que se caracteriza a los Barletta, Yunque y Castelnuovo. ¿Ironías entendidas como economías de afecto o disimuladas reacciones de clase? ¿Acaso las clases se evaporan cuando se hacen juicios de valor en el espacio de la cultura?
Desde ya, se trata de hipótesis que aluden a discusiones a partir de qué extensión o qué densidad tienen las mentalidades con sus repliegues y deslizamientos.
Gradaciones e intermediarios
Abreviando. Decía de la imprecisión debida, sobre todo, a la falta de contexto de la categoría modernidad. Con la belle époque se trata de un equívoco por falta de periodización. Tan es así que la historiografía tradicional la aplica al apogeo de la elite liberal entre 1880 y el 1900 o, indistintamente, a los años de la presidencia de Alvear.
Correspondería, en cambio, tomar como punto de partida el arco que dibuja el neopacto colonial con Gran Bretaña: la Argentina que produce lo que no consume y que consume lo que no produce; 1880, desde el Roca triunfante en la Campaña del Desierto, unificador de un mercado catalizado, hasta la crisis de ese contrato hacia 1930. De Roca a Uriburu: el general precursor que instala un sistema, el otro general retardado que emerge para intentar rescatarlo. Lugones –paradójica, trágicamente– advirtió ese itinerario pretendiendo ser, al mismo tiempo, el intelectual orgánico del 6 de septiembre y el biógrafo y panegirista de Roca.
Se podrían postular varios niveles de análisis que llevarían a una dialéctica entre la belle époque y la modernidad. En la franja literaria, la actualización que propone lo moderno abarca tres momentos, desde el naturalismo y la incidencia del modernismo rubendariano hasta las vanguardias de los años veinte. En el andarivel urbanístico, tres intendentes escenógrafos vinculados con una cultura de fachada: Torcuato de Alvear, Anchorena y Noel. Con tres monumentos insignia: el palacio de Obras Sanitarias, la Avenida de Mayo y la Costanera. Así como se puede inferir tres arquetipos de dandies señoriales: Mansilla, Jorge Newbery y Ricardo Güiraldes.
De manera consiguiente –y esquematizo por razones de espacio–, es posible plantear que la belle époque y sus articulaciones históricas con la modernidad entendidas como tótemes de la gentry, representan a las “tres vacas gordas” de la Argentina.
Plus Ultra y Sur
“De este número se han impreso cien ejemplares en papel de hilo Bond, numerados del 1 al 100, y reservados exclusivamente a los suscriptores de la edición de lujo.”
Revista Sur, Nº 1 (Buenos Aires: verano de 1931)
Diferencias entre esas dos revistas: la más notoria, que entre marzo de 1923 y el verano del ’31, la Victoria Ocampo que aparece en la tapa de Plus Ultra ha prescindido del ambiguo “de” que la vincula a un Estrada, rompiendo así con una etiqueta íntimamente vinculada con su clase de origen. El elitismo de Sur es un lugar común, pero me interesa verificarlo en minucias de su textura. Incluso en la separación de la directora de esa revista en la relación con su marido. Saludable escándalo y blasón de sus actitudes posteriores, definidas como transgresoras. Difamaciones, ninguneos y calumnias. Es la fractura más rescatable de la vida de la Ocampo (aunque he intentado rescatar, en contra de la despiadada versión de su cuñado, sus últimos tiempos en Nueva York donde se siente desolada, ella, una mujer ávidamente gustadora, cuando le sacan los dientes en un patético final que se complementa con sus solitarias sentadas en alguna butaca de cierto cine polvoriento en Manhattan).
Diferencias, decía, entre Plus Ultra y Sur. El elenco de colaboradores de la revista de los veinte: Lugones, Larreta, Rojas, Fernández Moreno, miembros conspicuos de la llamada generación del Centenario; en la otra empresa literaria, Borges, Guillermo de Torre, Alberto Prebisch, Enrique Bullrich, típicos representantes del supuestamente muy alborotado vanguardismo.
En la franja de la arquitectura, esas diferencias se hacen más notorias; porque si el neocolonialismo que se distribuye profusamente en Plus Ultra aparece ejemplarizado con las casas-museo de Larreta, Rojas, Irurtia y Noel, en cambio Le Corbusier, la Bauhaus y las precisiones de Alberto Prebisch marcan el tono predominante en Sur. En esta zona, resulta especialmente significativo el artículo de la Ocampo “La aventura del mueble”, donde cuestiona la tradicional acumulación en el mobiliario (de la que, y dicho sea de pasada, el modernista Eduardo Wilde se había burlado medio siglo antes), sobre todo los amontonamientos en dormitorios y comedores exaltados por Plus Ultra. Así como en la música, en lugar de la ópera italiana, se apela a las destrezas de Ansermet; y en el cine, por fin, funciona un corrimiento desde las anécdotas sobre las stars en dirección a los análisis técnicos.
En síntesis, el traslado desde Plus Ultra hacia el Sur inicial involucra un canje de escenografías y, sobre todo, una puesta à la page.
De ahí que el hispanoamericanismo emparentado con Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera es reemplazado por el americanismo vinculado con la incidencia sobre la Ocampo de 1930 por parte de Waldo Frank. Un americanismo que incluye a los Estados Unidos con los países latinoamericanos, en una proyección del juvenilismo en el que participan por igual las nuevas generaciones de Buenos Aires y Nueva York.
Los parecidos, en cambio, son más compactos. La naturaleza fotografiada en las dos revistas con un criterio paisajista se petrifica en atmósferas estáticas y deshabitadas, ya se trate de ciertas plazas, algún lago patagónico o una estancia en Cañuelas: nubes plácidas, plantas sumisas, arena recatada y siempre en contraluces.
Más aún: la mirada de propietarios, sumada a las referencias de linajes reivindicados, al superponerse con los viajes, son categorizados en ambas revistas como “elegantes”, “selectos”, “exclusivos” y “suntuosos”. La “distinción” es el arte de naturalizar la otredad; cualquier dato empírico que pase por el cuerpo señorial se convierte, por derecho, en un valor positivo. En cuanto a los habitantes del mundo que se subrayan, como tono hagiográfico, son los que arriba y a la derecha portan las “personalidades”. En esta intersección, el bosque de las genealogías nos brinda, ubérrimo, los frutos precursores de todos los carismas más o menos argentinos.
Si se admite que la primera etapa de Sur es una zona de pasaje entre 1930-1931, corresponde preguntar si el parentesco más significativo entre Plus Ultra y Sur (además de la carta tan soberana de Güiraldes a Larbaud publicada en el número inaugural de 1931) es la fascinación por Mussolini. ¿O no son signos de equívoca continuidad el entusiasmo de la directora del primer Sur por la arquitectura oficial promovida por el Duce, así como la conferencia pronunciada por la Ocampo de acuerdo con la explícita invitación del Instituto Interuniversitario Fascista de Cultura titulada “Supremacía del alma y la sangre”?