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Sábado, 24 de diciembre de 2005

EN FOCO

Desde el bar y como siempre

Una reflexión acerca de “lo póstumo” y lo que le sucede a la muerte en literatura, a partir de Con toda intención, de C. E. Feiling.

 Por María Moreno

Cuando se anunció Con toda intención de C. E. Feiling como “libro póstumo”, el hecho de saber que el autor era un adicto al fantasy hacía imaginar un libro del que no existían pruebas materiales de las sucesivas etapas de su factura: ni de los manuscritos seleccionados, ni de la mano rectora capaz de organizarlos, ni de su paso por las distintas instancias de producción. Pero, claro, todo libro es, en cierto modo, póstumo, es decir, independiente de la presencia física de su autor, cuando logra estabilizarse en la serie de una obra. Según pasen los años, nada diferenciará Con toda intención de El agua electrizada o Amor a Roma más allá de la breve nota sobre las condiciones de su aparición y cuando su autor esté naturalmente adaptado a la serie de literatura no oficial pero justa que él aventuró enumerar: José Bianco, Miguel Briante, Fogwill y Ezequiel Martínez Estrada. “La historia oficial –escribió– tiende a generar una literatura asfixiante, que se desvive por inscribirse en esa misma historia y sólo se ocupa de ella.” A pesar de no contener inéditos, Con toda intención sin embargo crea el efecto de que Charlie Feiling sigue experimentando aún con esos géneros que el prejuicio prohíbe a los latinistas recurrentes y a los ingleses afiliados a la London Review of Books como él: la crónica. “En busca de sus mejores fotos” es el relato del recorrido de la caravana llamada “Buenos Aires - Pinamar: Por la justicia contra la impunidad” y realizada en conmemoración del asesinato de José Luis Cabezas. Allí C. E. Feiling no cede ni a la extorsión del recuento numérico ni al detalle del pintoresquismo pobrista, ni al apoyo retórico de sudorosas consignas. Registra, en cambio, la importancia de un solo hombre con pantalones Grafa y zapatillas Boyero que levanta el pulgar a lo largo de la caravana en el cruce de Florencio Varela, el hecho de que las mejores fotos no fueran las sacadas por Cabezas o en las que él figura sino las que tomó la gente de campo, las ciudades chicas y los pueblos para preservar ese evento del olvido. Su mirada sensible a la paradoja registra que las paredes de la ciudad de partida están tapizadas de carteles que recuerdan el octogésimo segundo aniversario del asesinato del pueblo armenio, él sospecha que el hombre de los pantalones Grafa y las Boyero seguramente ignora esa suerte, también la etimología persa de la palabra “caravana”, pero que igual cumple con toda intención el deber de la memoria. Como en la literatura la presencia de un solo hombre basta para representar la dimensión de un drama.

Con toda intención ha sido organizado por Gabriela Esquivada y Alfredo Grieco y Bavio sin estirar una obra de cuya talentosa heterogeneidad da cuenta y, al revés de los interminables Borges póstumos que se exhuman aún sin someter a prueba la legitimidad de los seudónimos, se concentra en textos visiblemente ya firmados por C. E. Feiling. Las secciones, algunas de la cuales incluyen un solo texto, logran que la variedad de registros, fruto de una exhaustiva investigación intelectual, no se confundan con el popurrí o el muestrario. Es una excelente resolución que “Vivir y beber en Inglaterra” cierre el libro, es decir, remate la sección Muerte que incluye “Astronautas y hospitales”. Allí, a raíz de la suspensión fatal y espectacular del transbordador Challenger en el espacio, Feiling imagina una muerte limpia de la degradación del cuerpo y los rituales de despedida.

Charlie tuvo una elegancia final muy comentada de la que sobresalta una invención: la cercanía de la muerte no como tragedia o temor sino como fastidio. En su mueca de los últimos días parecía leerse la contrariedad por la interrupción de un proyecto literario, la imposibilidad de terminar la noche en un pub de Oxford. Pero existen en innumerables textos de este libro indicaciones sobre la vitalidad de la obra por sobre la salud de sus autores. “Arroja una sombra inmóvil el agua de la canilla” traduce de un poema de Enderby para afirmar que la novela transforma el movimiento de la vida en sombra. Que muerto el novelista los lectores pueden abrir la canilla y volver a ver esas sombras. Que las sombras de Anthony Burgess son preferibles a la vida, más bellas que su vida y que la nuestra. La frase es ambigua porque afirma al mismo tiempo que la novela ensombrece la vida pero que sólo a través de esa sombra la vida puede brillar, pero que ya no se trata de vida material como la que Charlie perdió para ganar aquella donde sus amigos y lectores podamos ver en sus libros (creo que esta imagen no le hubiera disgustado) su sombra en canilla libre.

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