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Domingo, 13 de febrero de 2011

> UN FRAGMENTO DE LA BIOGRAFIA

La trémula melodía de la Segunda Guerra

 Por Kenneth Slawenski

En 1945, Salinger había afirmado que sus compañeros veteranos de guerra “merecían algún tipo de melodía trémula que les rindiera homenaje sin vergüenza ni arrepentimiento”. Podría argüirse que el escritor empezó esa melodía con The Stranger o, seguramente, con Un día perfecto para el pez banana y la continuó con otras historias posteriores; pero, antes de permitirse a sí mismo continuar con su novela, se sentía obligado a completar la melodía. El resultado fue Para Esmé, con amor y sordidez, ampliamente considerada como una de las piezas literarias más bellas surgidas de la Segunda Guerra Mundial.

Todo parece indicar que Salinger ya había terminado el borrador original de Para Esmé cuando se trasladó a Westport. Inicialmente devuelta por The New Yorker, Salinger decidió reescribirla. En febrero de 1950, informó a Gus Lobrano que había recortado seis páginas del relato. Esta versión final sobresale entre los trabajos más logrados de Salinger y muestra una atención al detalle que recuerda Un día perfecto para el pez banana. Cuando fue publicada en The New Yorker dos meses más tarde, en la mente de los lectores quedaron pocas dudas de que Salinger había creado su mejor obra hasta la fecha.

Los objetivos de Para Esmé, con amor y sordidez son “edificar, instruir”. A lo largo de ese relato, Salinger intentará informar al mundo civil de los persistentes traumas que soportaban los soldados de la Segunda Guerra Mundial. Pero su finalidad principal es rendir homenaje a esos soldados y ofrecer una lección sobre el poder del amor para superar el sufrimiento. Esta es la “melodía trémula” de Salinger, su homenaje a sus camaradas. Al elaborar el relato, el escritor profundizó en los acontecimientos de su propia vida con fuentes de inspiración que sólo un veterano podía poseer.

La historia apareció en una época de patriotismo incontestable y conformismo creciente. Cinco años después del final de la guerra, la realidad de aquella experiencia se iba disolviendo en la conciencia del público y era reemplazada por una visión más romántica. Este romanticismo a la carta no dejaba lugar para la poco gloriosa realidad del trastorno de estrés postraumático. Para muchos ex soldados, la vergüenza y la incomprensión eran un impedimento a la hora de expresar el trauma con el que se debatían a diario. Sufrían en silencio. A través de Para Esmé, con amor y sordidez, Salinger habló en nombre de aquellos hombres como nadie lo había hecho.

El narrador de la historia se parece sospechosamente al propio Salinger: un escritor que sirve en Europa como sargento de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial. Tras una breve introducción, la historia comienza en Devon, Inglaterra, un lluvioso día de abril de 1944. La atmósfera inicial es pesada. El sargento se siente muy solo y se percibe la conciencia implícita de que sólo faltan unas semanas para el día D. Intranquilo, se da una vuelta por la ciudad y allí lo arrastran a una iglesia donde unos niños ensayan en el coro. Mientras los escucha, su atención se centra en uno de los miembros en particular, una niña de unos trece años. Tras dejar la iglesia, se refugia de la lluvia en un salón de té cercano, seguido de cerca por dos niños empapados: Esmé, la niña que le había llamado la atención en la iglesia, y su hermano de siete años, Charles. Al notar la soledad del narrador, la niña se acerca a él y ambos inician una conversación al mismo tiempo cortés y reveladora.

Esmé y su hermano son huérfanos. Su madre ha fallecido recientemente (suponemos que en un bombardeo) y su padre murió combatiendo en las filas del ejército británico. En su honor, Esmé lleva con orgullo su enorme reloj militar. Cuando confiesa la pérdida de su padre, Esmé deletrea la palabra “m-a-t-a-r” en lugar de pronunciarla, con la intención de evitarle a Charles el doloroso recuerdo. Antes de abandonar el salón de té, Esmé promete escribir al narrador. A cambio, le pide que cree para ella un relato sobre la sordidez. La sordidez ha sido una experiencia reciente, pero Esmé ha afrontado la devastación de su vida y ha decidido conservar su compasión y proteger a su hermano de caer en la amargura.

La acción salta en mayo de 1945 y se sitúa en Bavaria. Se trata de “la parte sórdida o emotiva” de la historia, se nos dice, y no sólo cambia el escenario, sino que “los personajes también cambian”. Disfrazado “con (...) astucia” como el “sargento X” el narrador se aloja, junto con otros soldados, en un hogar alemán ocupado. X está sentado a la mesa de su oscura y caótica habitación, intentando en vano leer. Ese mismo día ha sido atendido en un hospital por una crisis nerviosa. Las encías todavía le sangran, las manos le tiemblan, tiene tics faciales y está sentado en la oscuridad después de vomitar en una papelera. Delante de X hay una pila de correo sin abrir. Busca en el montón y extrae una carta escrita por su hermano mayor desde casa pidiéndole “unas bayonetas o unas esvásticas”. X rompe la misiva en pedazos, con disgusto y desesperanza. El silencio se interrumpe con la entrada del compañero de jeep del sargento X, el cabo Clay (también denominado “cabo Z”). Cubierto de cintas y medallas, Clay suelta un eructo y hace comentarios insensibles sobre la lamentable condición de X. Menciona que le ha escrito a su novia diciéndole que X ha sufrido una crisis nerviosa, dando a entender que el sargento ya debía de estar desequilibrado antes de la guerra.

Cuando el insufrible Clay se marcha por fin, el sargento X se queda de nuevo a solas con su depresión y con el montón de correo sin abrir. Hurga de manera distraída en la pila y saca un pequeño paquete. La caja contiene una carta de Esmé, quien además ha incluido el reloj de su padre. La carta explica que el reloj es “sumamente sumergible y a prueba de golpes” e invita al sargento X a llevarlo “en estos días difíciles”. Al final de la carta, Esmé expresa su esperanza de que el sargento X se mantenga en contacto; y Charles ha añadido su propio saludo: “Hola Hola Hola [...] Recuerdos y besos Charles”.

Estas sencillas palabras hacen que el sargento X evoque su yo anterior. Le demuestran que el amor de Esmé ha preservado, contra toda expectativa, la inocente pureza de Charles. Le ofrecen a X la esperanza de que el amor llegue a triunfar de forma similar en su propia vida. Después de leer la carta y de examinar el reloj, el sargento X se deja vencer por la somnolencia, no sin antes asegurar al lector que ahora podrá encontrar la fuerza para superar la miseria de sus experiencias y volver a conectar con los valores que tenía antes de la guerra.

El símbolo principal del relato es el reloj del padre de Esmé, y su significado cambia a medida que avanza la historia. En la primera parte, simboliza la conexión de la niña con su padre muerto y dirige la atención del lector hacia la tragedia que sufre Esmé por culpa de la guerra. En la segunda parte, cuando X descubre el reloj dentro de la carta de Esmé, se convierte en símbolo del propio sargento. Al examinar el reloj, nota que se ha parado y que en el viaje se ha “roto el cristal”, una clara analogía con su propio estado emocional, en la que el viaje del reloj se identifica con su propio periplo a través de la guerra. X se pregunta entonces si “además (el reloj) no se habría estropeado”, pensando en la capacidad del amor para superar los efectos del trauma. Al reconocer que el amor puede de verdad superar la sordidez, el sargento X queda transformado.

Las últimas palabras del relato constituyen la confirmación por parte de X de que podrá recupera sus “fa-cul-ta-des”. También pueden representar el ritmo del reloj, que para entonces el lector está seguro de que sólo ha sufrido daños leves. Este es el reconocimiento de la esperanza por parte de Salinger. En su manera de confortar y animar a sus camaradas.

Al escribir Para Esmé, con amor y sordidez, Salinger tuvo que revivir los acontecimientos de su propio pasado. El hecho de que esta historia fuera escrita por un veterano que había sufrido el mismo estrés postraumático que el narrador otorga a Para Esmé... una cierta autoridad moral. Sin embargo, Salinger no escribió la historia como una evocación personal, ni para llamar la atención hacia su propia experiencia. Lo que hizo, en cambio, es garantizar su autenticidad mediante su propio conocimiento de los hechos. Para los interesados por la vida de Salinger, el examen de los paralelismos entre el autor y sus personajes resulta tentador, pero semejante inspección es contraria al espíritu con el que fue creado el relato. Aunque es posible que nosotros reconozcamos a Salinger en el personaje del sargento X, los veteranos de la época se reconocían a sí mismos.

La más profunda autoexpresión del autor no reside en los datos, acontecimientos o escenarios de la historia, sino en su coincidencia personal con las posturas emocionales y espirituales de sus personajes. Las palabras de Esmé en el salón de té sobre conservar la compasión son un eco de las del propio Salinger. En la primavera de 1944, mientras se hallaba en Devon esperando la invasión del día D, él expresaba exactamente la misma determinación de mostrarse menos frío y más compasivo con los que le rodeaban. Salinger, igual que el sargento X, perdió de vista sus propósitos después de la guerra. Aquí, las palabras de Esmé le recuerdan al autor aquella decisión. De este modo, el propio Salinger participa de la curación que ofrece Para Esmé, con amor y sordidez.

Este fragmento pertenece a Salinger: una vida oculta, que está saliendo este mes en España por Galaxia Gutenberg.

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¿Teddy?: Salinger con Erik, el hijo de su amiga Lilian Ross, durante su visita a Nueva York, a comienzos de los ’60. Una de las pocas fotos ineditas que se conocieron tras su muerte.
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