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Domingo, 22 de enero de 2012

Arlt debajo de la nariz

¿Cómo surge el deseo de escribir?

–Nací en un hogar obrero, en un hogar de militantes sindicales y políticos. Mi madre fue obrera en una fábrica de caramelos, mi padre obrero del vestido y desde los años ’20 hasta el ’45, dirigente del Vestido. El primer autor norteamericano que leo es John Dos Passos: la trilogía de Manhattan Transfer. El libro cae en mis manos porque la química y yo éramos incompatibles. Iba a una escuela industrial en Rivadavia al 7000, todos los días me hacía la rabona y compré la edición de Santiago Rueda, con la excepcional traducción de Max Dickmann, que estaba en ese entonces a cargo de la editorial. Yo venía de leer Los miserables de Victor Hugo, y después de Dos Passos recalé en William Faulkner, nada menos que en El sonido y la furia. Y fui detrás de Faulkner todo lo que pude.

¿Ahí empezás a leer?

–No, empiezo antes leyendo revistas, el Tit-Bits, El Tony donde aparecía Mandrake el Mago, Lothar, simbólicos ellos, símbolo de lo que pude empezar a ver mucho más tarde: hombre blanco/ sirviente negro. El primer libro que ejerce en mí una poderosísima influencia es Los miserables de Victor Hugo, en una edición muy modesta de una editorial que desapareció, Tor. Tapa blanda, papel de ínfima calidad, grueso, a dos columnas. Pesó sobre mí muchísimo. Y bueno, deben haber caído por ahí Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Después empecé a leer, como creo que corresponde, de un modo azaroso, arbitrario. Roberto Arlt y junto a Roberto Arlt, William Faulkner.

¿Qué te atraía de Arlt?

–Es muy difícil definirlo, estoy muy lejos de teorizar mis reacciones...pero hay algo compulsivo en Arlt, muy compulsivo y, entre otras cosas, no la descripción física de Buenos Aires sino algo que tenía que ver –detesto la palabra espíritu– con el cuerpo de Buenos Aires. Yo caminé Buenos Aires durante un año, mientras me hacía la rabona a la escuela, entonces al encontrarme con Arlt reconozco caras, perfiles, y no sólo las calles, sino lo que emanaba de esas calles.

(...)

¿En tu casa se leía?

–...a ver, mi padre vino solo a Buenos Aires, hijo único de padre tardío, que lo había destinado al rabinato, y que se enorgullecía de él –este es un relato oral– porque era capaz de recitar de memoria frente a los notables judíos de su pequeña ciudad natal, Lomza, versículos enteros de la Torah. A su vez, el padre de mi padre, se había casado con una mujer treinta años más joven que él. Cuando él muere, mi padre se sienta en las gradas de la sinagoga, come cerdo –carne impura–, los judíos del pueblo se horrorizan y tieneN que marcharse a Varsovia (...)

Mi padre fue socialdemócrata de izquierda en su país natal, en Polonia, y aquí militante del Partido Comunista. Hay que distinguir entre lo que es hoy el Partido Comunista y lo que era en los años ’20. Todavía tenía sobre sí la influencia, como todos los partidos comunistas del mundo, de la Revolución Rusa y también del anarquismo. De manera que sus militantes eran hombres y mujeres que frecuentaban los libros. Un solo nombre: La madre, de Máximo Gorki. Yo nací en ese ambiente, en ese clima. Tuve un tío por parte materna, tipógrafo, oficio que barrió la aparición de la computadora. Fue el que puso debajo de mi nariz a William Faulkner y a Roberto Arlt. El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas. Yo todavía era un adolescente, tendría dieciséis, diecisiete años...Mi tío Felipe me dijo “leé a este loco” y me encontré con el Astrólogo, con el Rufián Melancólico, con Erdosain (...) Mi tío Felipe hace toda la primaria aquí y adquiere el idioma de los argentinos, como diría Borges, a la perfección. Mi tía Celia, la menor de las mujeres, también va a la escuela y habla perfectamente el español. Felipe fue expulsado dos veces, no una, dos veces, del Partido Comunista por trotskista, y hubo un conflicto familiar, porque mi padre siempre se enorgulleció de trabajar en un taller organizado, en el que sus trabajadores cotizaban voluntariamente en los sindicatos y se afiliaban voluntariamente. ¿Cuál fue el conflicto? Mi padre era afiliado al Partido Comunista y el partido dice –le dice mi padre a mi madre– que Felipe no puede comer más en casa porque Felipe no estaba afiliado, era trotskista ¡cómo iba a comer en la casa de un comunista! Mi padre le dice esto a mi madre, y mi madre contesta: “¡Felipe viene a comer!”. Mi padre va a la dirección del partido y dice algo que siempre me pareció muy inteligente: “Vayan ustedes y peléense con Zulema” (risas). Felipe me inició en la cultura cinematográfica. Lo que uno ve de adolescente es muy importante. Esto es: tu tío te lleva los sábados al cine, te saca del cine y te lleva a cenar a un restaurante; eso, a mi juicio, es una influencia cultural que queda en el tiempo. Eso hizo Felipe conmigo.

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