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Domingo, 13 de enero de 2013

> MO YAN Y SUS PALABRAS A LA HORA DE RECIBIR EL NOBEL

Cuentacuentos

 Por MO YAN

Gracias a la televisión y a Internet puede que ustedes hayan conocido mi pueblo natal, el distrito Dongbei de Gaomi, que está muy lejos de aquí. A lo mejor puede que hayan visto también a mi padre, un señor de noventa años, o a mis hermanos, mi esposa, mi hija y mi nieta, una señorita de dieciséis meses. Sin embargo, en este momento tan glorioso, sólo echo de menos a una persona, y es a mi madre. A ella no podremos verla más. Cuando la noticia de que yo había conseguido el Premio Nobel se extendió por China, mucha gente me felicitó, pero ella no lo podrá hacer nunca.

Entendí la preocupación que tenía mi madre porque, en mi pueblo, un chico hablador no estaba bien visto, a veces podía traer problemas, para sí mismo e incluso para la familia. Madre me recordaba frecuentemente que hablara un poco menos porque esperaba que pudiera ser un chico tranquilo, generoso y callado. Sin embargo, yo había demostrado tener una enorme competencia lingüística y una gran disposición para hablar, lo que resultaba ser tremendamente peligroso. Pero mi capacidad para recitar los cuentos le producían mucha alegría a mi madre. ¡Qué gran dilema tenía ella!

Como dice un refrán chino: “Es fácil cambiar de dinastía, es difícil modificar la personalidad”, y aunque mis padres me habían educado con mucho cuidado, no consiguieron cambiar el hecho de que a mí me gustara hablar. Esto le había dado un sentido irónico a mi nombre Mo Yan, que significa “no hables”.

En febrero de 1976 cumplí todos los requisitos del reclutamiento militar, me llevé los cuatro volúmenes de la Breve historia de China que mi madre me había comprado con el dinero de unas joyas suyas que vendió, salí del distrito Dongbei de Gaomi, un lugar plagado de todos mis sentimientos, tanto positivos como negativos, y empecé una importante época de mi vida. Tengo que confesar que si no hubiera sido por los grandes progresos y el desarrollo de la sociedad china durante estos treinta años, por la apertura y la reforma, no existiría un escritor como yo.

Cuando escribí las novelas del tipo de Las baladas del ajo, es decir, las novelas realistas, el mayor problema que se me presentó no era que tuviera miedo de enfrentarme a las oscuridades sociales y criticarlas sino cómo controlar la pasión ardiente y la furia para no desviarme hacia la política, ni alejarme de la literatura. No quiero escribir una crónica de los acontecimientos sociales. Un novelista es parte de la sociedad, por lo que es natural que tenga sus propias opiniones e ideas; sin embargo, cuando está escribiendo debe ser justo, debe respetar a todos los personajes igual que respeta a las personas reales. Siempre y cuando se cumpla este requisito, la literatura puede nacer de la realidad e incluso superarla, puede preocuparse por la política, pero estar por encima de ella.

Los largos y difíciles períodos de tiempo que he vivido me han dado una profunda comprensión de la humanidad. Sé qué es la verdadera valentía y qué es la auténtica misericordia. Entiendo que en el corazón del ser humano existe un espacio que no se puede definir por bondad ni por maldad; es un espacio grisáceo que le da a un escritor la gran posibilidad de elaborar una obra majestuosa. Siempre y cuando haya elegido correctamente y descripto vívidamente este espacio grisáceo e incierto, su obra podrá tener calidad, superar el límite de la política y ser verdadera literatura.

Dado que soy escritor, la mejor manera de comunicar al público es escribir. Todo lo que tengo que decir está en mis obras. Las palabras que salen de la boca se las lleva el viento, sin embargo las que están escritas quedarán para la historia. Espero que ustedes puedan leer pacientemente mis obras, aunque por supuesto no tengo ningún derecho a obligarles a leerlas. Y si ya las han leído, no puedo obligarles a cambiar la opinión que tengan de ellas porque en este mundo no existe un escritor que pueda satisfacer a todos los lectores, sobre todo en una época como la que estamos viviendo ahora.

No quería comentar nada más pero, teniendo en cuenta el momento y el lugar, siento que debo hacerlo, así que les hablaré de la única manera que sé.

Soy un cuentacuentos y sigo queriendo contarles cuentos.

Fragmentos del discurso dado por Mo Yan el 7 de diciembre de 2012 con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura. Puede encontrarse la versión completa en PDF en www.nobelprize.com

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MO YAN, EL FLAMANTE PREMIO NOBEL DE LITERATURA, EN EL OJO DE LA TORMENTA
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