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Domingo, 30 de marzo de 2003

ANTICIPO

LUMíNELE, por Marosa Di Giorgio

por Marosa Di Giorgio

Allí el camino se bifurcaba, y luego volvía a bifurcarse de un modo bastante complicado.
Mi madre dijo: Tomemos por aquí. Por aquí es. Había comprado algo en la despensa, o era una dádiva. Seguimos trotando y surgían (y dejábamos atrás) varios altares, entre zarzas y matorrales.
Al hallar nuestra casacueva, mi madre comenzó rápidamente a cocinar. Y yo, sentada en el suelo, la miraba cocinar. Por el hueco que hacía de ventana, nos vimos en otro tiempo. La escena era casi idéntica: Mamá cocinaba y yo la miraba cocinar. Era una escena viva, nos veíamos vivir. Pero tenía como un satén, una pátina. No era la primera ocasión que esto acontecía. Quisimos desalentarlo, y no se pudo; tardó en debilitarse, aun cerrando la ventana, aparecía.
Al fin, ya no estuvo.
Una hora más tarde –es un decir, ¿quién contaba el tiempo?– llamaron a la puerta. Se vio al Hurón. Mi madre entreabrió y abrió con una tenue sonrisa. El Gran Ratón Dorado, el Gran Ratón de lilas, estaba allí, medio formato dentro.
Se expresó así: –Hay que postergar la boda. Unos tres días. No más.
Mi madre exclamó: –¡Oh, sí, tu casamiento!!
Y me miraba. Yo tenía vergüenza. El Hurón se fue. Y mamá sacó de una especie de baúl un vestidito blanco, como una enagua, al que había aplicado azahares, de los grandes, como de limón. Me probé y estaba bien. También me dio unos paños para el instante en que diera la virginidad.
Yo no quería casarme con el Hurón; que fuera otra. –Que vaya otra.
Pero en todo el ámbito no había macho para mí. Sólo que me parase por los caminos...
A la noche, cuando iba a dormirme, arañaron la puerta. Oí una clave. Esperé un instante, y tomé la decisión. Salí y el Hurón me dijo: –Antes del casamiento, tengo que probarla, señora. Venga por acá. Tengo que probarla bien.
Me hincó un diente como si fuera a devorarme; luego, otras partes de su ser me traspasaron. Decidí no gritar. Su empeño era tal que los pezones se me agrandaban como tremendas perlas.
Expresó, soltándome: –Bien, señora, esto está bastante bien. (Pero su hocico buscó un poco más, todos mis nidales.)
Yo corrí alrededor de la casa, ahora sí, clamando. Mi grito parecía no oírse, como en un sueño.
El Hurón volvió y me lamió la sangre. Y con la lengua hizo un pico y volvió a producirme el dolor sexual y el placer sexual.
Al fin entré y mi madre me esperaba con una luz. Me puso un paño blanco entre las piernas, y algodones. Y tres días después me casé.
El Hurón traía comida de los bosques. En ese lugar no había sol ni luna porque alguna montaña los ocultaba. Vivíamos en la penumbra.
El Hurón me acosaba a toda hora. Yo estaba siempre con el vestido de los azahares, y él hozaba.
Después de mucho tiempo parí, y luego de pocos meses, volví a parir.
Mi madre me ayudaba a cocinar.
Nunca fui infiel. Sólo un día en que estaba sola, y entró un leñador. Tenía forma humana como yo. Le dije, asustada: –Soy la señora del Hurón, soy su hembra; me tomó virgen. Parí dos veces.
Él miró las extrañas criaturas que dormían encimadas.
Propuso: –Vamos a la cocina. Está más oscuro. Pruebe conmigo. Venga, señora del Hurón. Hagamos de todo.
Hubimos varias cópulas... Y luego él salió huyendo. Y por la ventana me señalaba y se burlaba: –Eh, mujer de Hurón, mujer de hurón!!... Hurgué a la mujer del hurón! Está muy usada! Está...
Hubo esta desgracia también en mi vida.
Mamá me decía para hacer cartas, a ver si nos venían a rescatar. Las hicimos y pusimos en diversos sitios.
Pero nadie apareció nunca; nadie contestó las cartas.

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