libros

Domingo, 23 de febrero de 2014

“A la gran muñeca”

Fragmentos del poema de Saer sobre Evita

Magaldi fue el que la trajo a la ciudad. Y ella ha de haber

escuchado, en la noche del pueblo, la voz dulzona

mitad urbana, mitad rural

que sonaba y después se diseminaba hacia las estrellas.

El gusto estético, el valor,

tienen, sepámoslo, su justo sitio en la caja china

del mundo, y la belleza, en la altura, creación de todos,

flota, como una casa deshecha por una bomba, sin forma.

(...)

Ahora hace rato que el telón,

como una guillotina

tejida con la sangre de las víctimas, cayó. Está de vuelta

en la pensión, después de haber hecho

como el hombre de la muchedumbre,

escala en todos los bares. El ronroneo, la miseria.

La enfermedad.

Y se equivocarán, años más tarde.

los que crean que todo viene de allí,

es decir, el golpe del que se ha defendido siempre,

el gran cadalso por el que ha de pasar el mundo

con el que sueña, en el momento de la muerte, el ahorcado.

No mintamos más.

Cortemos, de la historia, de un hachazo, la nariz,

adorable, por otra parte, de Cleopatra.

Ella fue anónima

y tuvo un nombre

cuando otros, con fervor, se lo enseñaron.

No se detengan

en el chisme

en la malicia.

(...)

No pretendo

nada

no soy

nada.

Escucho mi propia voz como un chorro de orín

rosado en la noche

en una casa solitaria.

Y que uso, dirán, el pretexto de una muerta

del tamaño, por otra parte, de una niña de 13 años,

para hablar, ladinamente, de mí.

Es posible.

Dejen, si quieren, de leer.

Pero digan, digan si es agradable

que paseen, durante años, el cadáver de uno,

embalsamado, por todas partes,

Ofelia flotando en el río del mundo,

rebotando, rígida, en las orillas,

si es agradable que la muerte

haya empezado a trabajar

desde el de la vida,

que le hagan a uno un soporte de yeso

para exhibirlo, sonriente, en las concentraciones.

(...)

Que sus íntimos nos cuenten, ahora, mentiras.

Y que nuestros sociólogos

le reprochen

la mélange de socialismo y beneficencia,

de cristianismo deslavado

y agresividad.

De política, admitámoslo, no entendía nada.

¿Y los que entienden qué hacen

aparte

de venderse al mejor postor,

de dar el culo por un ministerio

de elegir, según su conveniencia,

entre el viejo y el joven

Marx,

de hacer trabajo para la Ford?

Aprendamos,

de una vez por todas,

que el futuro, como ella misma, no tiene nombre.

Aprendamos

a escuchar el lenguaje de los otros

sin esperar, de sus palabras, las nuestras,

y a ver, en la muerte de los otros, la nuestra

(...)

Y reconozcámosle, aunque más no sea por un

momento,

el lugar que ocupa

la herida insondable que infligió;

ella, que según dicen se había acostado con medio mundo

para trepar;

ella, que irradió por su cuerpo, voluntariamente,

y desde su sexo, la muerte;

ella, que distrajo

a espaldas del Pacificador;

dinero de la Fundación destinándolo

a la compra

de pistolas.

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
  • “A la gran muñeca”
 
RADAR LIBROS
 indice
  • Nota de tapa
    EL ARTE DE ENSAYAR
    La publicación de Poemas no sólo culmina con el proyecto de dar a conocer los borradores...
    Por Daniel Freidemberg
  • SOMOS EL BOSQUE
    Por Juan Pablo Bertazza
  • COMUNIDAD DANI UMPI
    Por Hugo Salas
  • DÍAS CRUCIALES
    Por Guillermo Saccomanno
  • SOY WILDE
    Por Claudio Zeiger

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.