libros

Domingo, 26 de abril de 2015

CITA CON LAS MUSAS

Macoco dijo que antes de ir a un cóctel literario prefería morirse y hasta leer un libro.

–Todo, todo me parece mejor que hablar horas de pie con gente que tiene cara de oler feo, por la nariz fruncida. Me hacen sentirme mal bañado o con los zapatos rotos o con la camisa afuera.

–¡No! –exclamó–. ¡No! Anda vos sola. Los maridos sobran en las literaturas.

De modo que fui, vestida de negro y con una alhaja no figurativa hecha con un pedazo de vía de tren y un ladrillo colgando. Apenas llegué vi que todas las mujeres o sus equivalentes, tenían alhajas no figurativas, aunque ninguna, la verdad sea dicha, tan fina como la mía. Me desilusioné un poco porque a mí me la habían vendido carísima, como pieza única; pero el asunto tenía su lado bueno porque así todas parecíamos escritoras.

–¿Leíste el último libro de Onedenetti? –me preguntó al oído Terencio, que estaba hecho un amor, con una remera verde pálido y un amigo de barba haciendo juego.

–¡Malísimo! Horrendo, che. ¿Sabes cómo empieza?

–¡Mónica! ¡Estás la locura, nena! –Maricuela Benítez me había agarrado el ladrillo con las dos manos y no me soltaba.

–¿Legítimo, che? ¿Proletario de veras?

–¡Ay, Maricuela! –chilló Terencio–. ¿Cuándo viste que Mónica se compre algo imitación? –Y le clavó los ganchos en el collar que tenía puesto ella, un trozo de cadena de bicicleta rematando en un vidrio de damajuana–. ¿Es un Noriega? –le preguntó el muy contra sabiendo que con los derechos de autor, qué collar se podrá comprar la desgraciada.

–Es un Noriega, fíjate –le contestó. Y de paso le hizo tamaño tajo en el dedo con el vidrio colgante–. ¿No estuviste con Onedenetti, che? –dijo enseguida para cambiar de tema, mientras Terencio se ataba el dedo con el pañuelo–. ¡Acaba de escribir algo sensacional, el libro del año, tenés que ver cómo empieza!

–¡No me digas! ¡Me muero por conocerlo! ¿No me lo presentás?

Y fuimos acercándonos a un montón de mujeres con collares no figurativos que chillaban alrededor de un tipo calvo, de lentes negros, completamente dormido.

–¡Ay, es divino! –decía una que tenía un huevo duro atado con un piolín al cuello y tan nerviosa estaba que se lo comía–. ¡Es tan magnético! ¡Tan sublimático! –Y le daba tarascones al huevo.

Al parecer, el genial escritor no dormía porque de cuando en cuando abría un ojo y al ver esas mujeres de negro hablando sin cesar, volvía a refugiarse detrás de los párpados.

–¿Usted lo conoce? –me preguntó un adolescente que tenía una remera cortita, como se usan ahora, que dejaba entrever su piel suave y perfumada–. Yo lo adoro –dijo extasiado–. A él le debo mi carrera literaria. ¿Y usted?

–Yo... –comencé a decir, cuando vi que él mozalbete observaba con atención mi ladrillo–. Yo, yo soy poetisa abstracta; era, mejor dicho –corregí advirtiendo un destello de alarma en sus ojos.

–Ahora estoy en lo pop. ¿Más yo, sabe? Ultrasensitiva a la presencia de lo tangencial.

Vi que el párpado de Onedenetti temblaba. Me sentí observada, perdí peso, me resbalé en la inconciencia, no pude frenarme.

–...y en realidad, menos libre en cuanto a la forma, aunque girando siempre dentro de los límites de una dimensión..., no correlativa...,imagínese, que no presiona sino que libera..., ¿entiende...? ¡Tangencial, tangencial a muerte!

–¡Ay, pero qué notable! –ululaba el secretario del famoso escritor–.

¡Es preciso que el Maestro la prologue!

Pero el Maestro me hizo un guiño con el ojo.

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ELINA BERRO CON ÁNGEL RAMA EN LA REDACCIÓN DE MARCHA
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