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Domingo, 14 de abril de 2002

Una escritura totalizadora

Por Guillermo Saccomanno

Ensayos imprudentes de José Pablo Feinmann, subtitulado Argentina, el horizonte y el abismo, puede ser leído desde distintas perspectivas. En principio, se trata de un ensayo que, asumiendo la provisoriedad del género, no obstante se arroja, en el mismo sentido que lo hizo Walsh al escribir su “Carta de un escritor a la Junta Militar”, contra el poder. Pero “el poder” no quiere decir nada si no se lo identifica. Feinmann señala, con nombres y apellidos, quiénes integran el poder. Feinmann escribe contra quienes representan la impunidad, los políticos ligados a intereses mafiosos, los empresarios que entran por unos días en una celda de lujo y aquellos que integran la corporación de la intelligentzia acomodaticia y trepadora.
Es una redundancia advertir que éste es un libro de análisis político de la realidad argentina y que, en consecuencia, puede leerse a la vez como herramienta teórica y manifiesto, un arma feroz de denuncia. Mejor es anticipar que está formulado con un cuidado narrativo que lo vuelve literario como pocos ensayos. Así, estos “escritos” se leen con la urgencia y la ansiedad que inspiran los conflictos sociales inmediatos, con un aliento en el que lo filosófico y lo novelesco se entreveran una y otra vez imprimiéndole esa emocionalidad que sólo pueden brindarnos unas contadísimas obras literarias. A propósito, Piglia preguntó no hace tanto quién estaría escribiendo el Facundo de este tiempo. Me animo a responder: Feinmann. Porque, al igual que en su anterior libro, La sangre derramada, Escritos imprudentes comparte con el texto de Sarmiento más de un rasgo: la vocación narrativa, la virulencia del panfleto y una propuesta ideológico-política.
Ahora, algunas preguntas para meditar. En el enfoque de la Argentina paranoica, Feinmann alude con precisión a los millones de pobres del país. Creo que en la actualidad la cifra supera los catorce millones (y al escribir “creo”, al vacilar en esa cifra, me pregunto no sólo por la exactitud de ese número sino también por su traducción. Cuanto más inabarcable se vuelve esa cifra, más espeluznante. La estadística fría de las noticias suelen despojar de rostro la tragedia y transforman la individualidad de esos seres en una masa, subespecie animal).
Preguntémonos ahora cuántos ejemplares se editaron de Escritos imprudentes. Supongamos una tirada exitosa, unos pocos miles. Bien, pensemos ahora, en esta época donde la miseria ya alcanza las librerías, cuántos de esos libros encontrarán los lectores que el libro busca. Sin duda, la cifra será acotada. Los Escritos imprudentes serán leídos no por aquellos a quienes su autor propone como víctimas y de quienes se erige en defensor. Con seguridad, y este dato tampoco insufla demasiado optimismo, los escritos circularán entre algunos universitarios, algunos intelectuales, algunos progres.
Frente a este panorama ahora propongo otra pregunta: ¿cuál es el sentido de la escritura en estos tiempos? Feinmann también se lo ha preguntado. Muchas veces. Por ejemplo, en sus contratapas para Página/12, recopiladas ahora en este libro, Feinmann se ha preguntado cómo escribir después de la ESMA. En la misma pregunta sobre el sentido de la escritura frente a la injusticia está la respuesta. Sartre, hace ya décadas, se planteaba estos mismos interrogantes: qué es la literatura, pero también para qué escribir. Escritos imprudentes lleva un epígrafe de Sartre: “No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”. Entonces, a partir de esta idea de Sartre se comprende mejor el sentido de este libro, con su conjugación de furia y lucidez a través de una prosa brillante, imaginativa, que propone, inagotable, una idea en cada línea. Feinmann recobra el aliento de los textos fundantes de nuestra literatura, el pasaje que va desde Facundo hasta la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” y viene a plantear que, cuando los tiempos que se viven son de masacre, es cuando se vuelve más necesaria esta interpretación de la literatura como instrumento. Comprender así la literatura, por cierto, define, además del coraje personal, la certidumbre de la palabra como un puente hacia el otro. Hablo de literatura. Y hablo, en consecuencia, de solidaridad.
Una pregunta más: ¿ustedes creen que puede haber un objeto más solidario que un libro? ¿Ustedes creen que un libro puede modificar una realidad tan aterradora? Con seguridad, muchos pensarán que confiar en la potencia de un libro representa un idealismo decimonónico patético en estos años de cada vez más impresionante licuación ideológica. Se equivocan.
Andrés Rivera dijo alguna vez: “Feinmann es un intelectual como enseñó Sartre que deben ser los intelectuales: del lado izquierdo de la calle”. Pero hay otro rasgo de Feinmann que también lo define como intelectual sartreano y es esa voluntad totalizadora en la escritura que encara con igual fervor el ensayo, la novela, el periodismo, el cine, el teatro y la docencia. En Escritos imprudentes, esta capacidad se comprueba en la forma en que Feinmann alterna la hipótesis de corte filosófico con el aguafuerte, la reflexión literaria con el relato histórico. En este aspecto, Escritos imprudentes es una summa de Feinmann que, en sus 584 páginas, sintetiza lo que el autor entiende por la filosofía y su práctica, sino también como generoso y desmesurado aporte para pensar la Argentina. Si bien el libro está conformado por notas y artículos publicados a lo largo de cinco años, constituye un corpus mucho más que una recopilación. Lo que está en juego no es ni la cantidad de páginas del libro ni la cantidad de notas y artículos que su autor, prolífico como pocos, escribió en este período, sino su ensamble, que lo erige en un texto teórico inusual por su dureza para analizar nuestra historia sin categorías impostadas ni lugares comunes.
Conviene subrayar que estas páginas fueron escritas en el riesgo de la más absoluta actualidad. Es decir, proponiendo una reflexión sobre la coyuntura, pero que no se agota en sus instancias. Cada artículo, ahora secuenciado el material en diferentes bloques y capítulos, dispone de una revisión crítica a través de correcciones, ajustes y apostillas que Feinmann ha denominado, en varias ocasiones, al modo de su maestro Sartre, “situaciones”. Aquello que proviene de la coyuntura se organiza en un entramado que le confiere historicidad. El menemismo, el asesinato de Cabezas, la xenofobia, la discusión de los setenta, Borges, las Torres Gemelas, la colonización mediática, los piqueteros devienen, entre muchos temas, ocasiones fenomenales para una escritura que, al encarar lo político, lo trasciende.
Porque no se trata de una simple “intervención”, la columnita facilonga que escribe un opinólogo más o menos entendido para probar en los medios que sigue vivo más que para inspirar la polémica. Lo sabemos: no hay diario ni suplemento ni semanario que no disponga de un casting de psicólogos, sociólogos, filósofos, semiólogos, historiadores y “especialistas” necesitados de un ratito de fama. En todo caso, siempre a la manera sartreana, con Feinmann estamos ante un ejercicio literario permanente de compromiso en la mirada y la reflexión sobre el día a día. La historia encarada como un relato. Un gran relato. Apasionante. Porque al leer esta realidad compleja y sufriente, estos Escritos imprudentes, si un mérito notable pueden tener, es la articulación de ese presente inmediato en función de una lectura de la historia. Y la necesidad de cambiarla.

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