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Sábado, 8 de agosto de 2009

La vuelta de un tesoro

La casa particular de los Estrougamou está siendo restaurada luego de años de maltrato. La fachada ya reluce con inesperados tonos originales y los interiores ya muestran cómo se construía en 1905.

 Por Sergio Kiernan

En la esquina de Carlos Calvo y Salta se alza desde hace muchos años un gran caserón de esquina, una obvia residencia de gran fuste que mostraba su elegancia bajo las marcas del smog y los parches de pintura. No era un conventillo, destino de varias de sus vecinas, y se la recuerda como colegio y como oficina financiera. Pues resulta que la esquina ahora brilla casi a nuevo, está en pleno proceso de restauración y hasta está recordando su primera encarnación, la de casa particular de ese gran constructor, el ingeniero Pedro Estrougamou.

Quien tenga un gramo de aprecio por lo bien hecho conoce el inmenso edificio de la esquina de Maipú y Juncal, al tope de una de las pocas barrancas de esta ciudad plana. “El” Estrougamou sigue siendo una de las mejores direcciones porteñas, uno de esos edificios de gran tamaño, lujosamente planeados y realizados para una capital. Por ejemplo, en recientes trabajos en su fachada se descubrió que su amplio basamento fue revestido con verdadera piedra de París: no es el cemento así llamado por su imitación sino placas de verdadera piedra realmente cortada y exportada del macizo parisino. Ya limpias, las piedras hasta dejan ver las diminutas conchillas de cuando eran arena y fondo del mar.

Este edificio es tan hermoso que fue imitado por otros constructores barranca de Juncal para abajo, con lo que el Estrougamou parece tener una cuadra de largo. En realidad se trata de varios emprendimientos similares, cada uno con su entrada y su consorcio.

Conociendo esto, no extraña la calidad constructiva de la residencia del ingeniero, que pese a tener décadas de malos usos aguantó en excelente estado. Don Pedro se hizo su casona en 1905 en el terreno más grande de tres que compró. La casona abraza la esquina y se estira más por Salta, donde está la entrada principal. La impresión de solidez no es apenas visual, ya que el edificio no tiene estructura interna: los gruesos muros son sólidos y sostienen los dos pisos, con losas en bovedilla de metal y ladrillo apoyado. Estas paredes hasta tienen un complejo sistema interno de ductos para inducir la humedad y ventilarla.

Con los años, el frente se había ensuciado con los humos porteños y los parches de pintura. Ahora, restaurada, la fachada muestra sus glorias en su basamento de granito gris oscuro, de grano grueso, sus muros texturados de piedra de París –el cemento, no las placas– en un color casi tostado y los vívidos toques ornamentales en un crema tan zafado que sorprendió a los restauradores, que lo encontraron en los cateos. Las dos fachadas disfrutan de ese toque ya perdido de elegancia, con pilastras salientes para darle ritmo, ménsulas en los balcones, vegetaciones esculturales y piedras de clave sobre los ventanales. Las herrerías son canónicamente francesas, y las puertas y ventanales son de robles añejos. Algunos de los altos ventanales ya muestran las flamantes celosías de madera que se mandaron a hacer a medida y se están instalando ahora.

La casona fue evidentemente hecha a medida de las necesidades de una familia numerosa. La planta baja está elevada sobre el nivel de la calzada, lo que permite un semisótano parcial, a mitad de camino sobre Salta, con tres ventanas enrejadas para luz y aire en lo que era la cocina original. La entrada principal es en un lobby de gran elegancia, con escalinata de piedra dura y gran altura. Pasando una puerta de vidriería se encuentra uno en un vestíbulo que a la izquierda lleva a un recibidor y más allá al sector servicios, y de frente al gran hall central.

Este hall es el eje y centro del edificio, un amplio espacio de doble altura rematado por una gran lucarna que todavía exhibe restos de un vitral. Los pisos de maderas rubias destacan un sistema de puertas avitraladas a la francesa, entre paños con pilastras y un contorno con un waist más oscuro. Es un lugar de extrema elegancia, pero muy luminoso y nada solemne.

De este verdadero patio interno se accede a los ambientes de honor, un estar, un comedor y el espectacular living, único lugar que los financistas no se cargaron y que exhibe sus boisseries, sus entelados y hasta una notable araña de bronce originales. El resto se ve ahora limpio y blanco, con dos de los ambientes ya en camino de ser completamente decorados con colores demasiado estridentes para el estilo de la casa.

La planta baja se completa con otro acceso sobre Salta que da a un hall menor y a lo que fue el estudio del ingeniero, una fantasía medievalista de techos bajos completamente revestida en maderas y con un formidable hogar. Es un ambiente impactante y muy parecido a la biblioteca que preserva hoy La Maison del hotel Four Seasons en la calle Cerrito.

El primer piso es un perímetro de dormitorios conectados entre sí en el estilo tradicional italiano que, pese al vandalismo de los dueños anteriores, todavía muestra casi todo su ornamento. El ambiente más impactante es, por supuesto, el hall, pleno de columnas pareadas y balconeando a la planta baja. La escalinata de acceso es ejemplar, con una baranda francesa de hierros y bronces que se repite en el balcón del centro del ambiente. Esta circulación vertical es dominada por un bello vitral y por muros tratados de un modo que piden a los gritos un estucado en el canónico color caramelo de la época, el mismo que manda en los interiores del Colón.

El ingeniero no ahorró en casa propia y la calidad de todo es llamativa. La escalera de servicio es de mármoles blancos, con una herrería de gran elegancia. Todos los picaportes son de bronce y trabajados, hasta los de la lavandería. Los pavimentos de la planta baja tienen maderas tan refinadas que un restaurador se está preparando a medicar los raspados de tantos pulidores. Todo el edificio respira luz porque todos sus ambientes dan a la calle o al gran patio que recorre la fachada interior.

Pero Estrougamou no se conformó con una casa. Justo al lado, sobre Salta, se alza un edificio quintaesencialmente francés, con dos grandes portones de entrada y cinco pisos de altura. Allí vivían los hijos con sus familias, una por piso, en el confort de una residencia que se adentra hasta el pulmón de manzana en interminables ambientes. Ambos edificios se comunicaban antaño por un medio insólito: un frontón que todavía conserva un formidable “techo” de entramado de hierros, donde la familia se juntaba a pelotear.

La casa Estrougamou, recién catalogada por la Legislatura, pertenece ahora a una familia europea que vive en Buenos Aires. La obra está a cargo del arquitecto Damián Falik, del estudio Iglú, un profesional muy joven que se confiesa fascinado por la experiencia de restaurar semejante caserón. Tanto, que espera feedback de los vecinos del barrio en damian@iglu–online.com.ar. Lo que ya sabe Falik es el efecto multiplicador de una restauración, ya que muchos se acercaron a ver lo que hacían y a preguntar cómo reparar sus casas o edificios cercanos.

La actual etapa de los trabajos dejará el edificio con fachada a nuevo, terraza en perfecto estado, ambientes de honor en uso y muchos muros blancos. En el futuro se irán expandiendo a los tantos lugares de servicios y estares familiares, que incluyen un fascinante invernadero en el primer piso, casi como pensado para que jueguen los chicos. Es una gran casa porteña, hecha con lo mejor, que renace y se salva.

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La fachada sobre la calle Salta, con el acceso principal y su notable tratamiento de texturas con basamento en piedra gris, superficies tranquilas y molduras destacadas.

La elegante escalinata, un espacio que pide a gritos un estucado en color caramelo.
Imagen: Bernardino Avila
 
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