Sábado, 5 de marzo de 2011 | Hoy
Por Facundo de Almeida*
Según algunos encuestadores, la política cultural porteña le redituaría electoralmente al actual jefe de Gobierno y a su ministro de Cultura. Tan es así que muchos analistas políticos ubican a Hernán Lombardi como uno de los ministros mejor posicionados para ser candidato a vicejefe de Gobierno por el oficialismo porteño.
¿Eso quiere decir que están llevando adelante una buena política cultural? Tal vez sí, para los que creen que el Estado deber ser una productora de espectáculos y de grandes eventos, el mascarón de proa del aparato electoral del gobierno de turno. Pero si pensamos que la cultura debe ser el eje de una acción de gobierno destinada a promover la igualdad de oportunidades y el desarrollo humano sostenible, esa política cultural será francamente errada o incluso contraproducente.
La decisión de gastar cuantiosas sumas de dinero en megaeventos efímeros en el espacio público, en detrimento de áreas como los museos, bibliotecas, producción artística no oficial, talleres de promoción cultural, restauración del patrimonio, etc., es lo que define el enfoque de la política cultural oficial, y no las declaraciones públicas de compromiso.
Este debate no es nuevo. El prestigioso gestor catalán Toni Puig dedica uno de sus libros a reflexionar sobre este tema, y desde el título fija su posición: “Se acabó la diversión”. Para Puig la cultura no debe estar centrada en el entretenimiento, sino tomar como punto de partida las necesidades y los retos de los ciudadanos, para recién después configurar una política cultural que les solucione sus necesidades y les proponga una vida mejor.
El mismo lo expresa: “Las políticas culturales han boicoteado la cultura para la convivencia ciudadana en libertad y solidaridad, desde los ochenta, al confundir artes con cultura y productos y actividades varias con sentido. Las artes aportan presencias para la cultura abierta al otro diferente, personal y común, cuando son arte y no ocurrencias. Es el momento de reinventar la cultura como atmósfera para la vida compartida, con una climatología para el avance humano global, en el tiempo del todo desactivado”.
El perfil cultural que nos propone el gobierno porteño, vinculado al espectáculo, se ve claramente expresado en sus decisiones presupuestarias. Estas incluso llevan a reasignaciones de partidas previamente aprobadas y destinadas a áreas sustantivas, que de un día para el otro ven reducidos sus recursos, frente a la “necesidad y urgencia” de financiar un megarrecital frente al Obelisco.
Las consecuencias de este enfoque quedan demostradas por la abdicación de la Subsecretaría de Cultura en cumplir con su obligación legal de preservar y resguardar el patrimonio cultural; en la disminución y bloqueo de las partidas presupuestarias de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural –tal como lo denunció hace una semana el editor de m2–, y en la reducción de los fondos destinados a la preservación del Casco Histórico, como surge de un nuevo y lapidario informe de la Auditoría General de la Ciudad.
Ese informe, realizado por un organismo presidido por el ex vicepresidente primero de la Legislatura, el macrista Santiago de Estrada, revela que en entre 2007 y 2009 se redujeron casi a la mitad los subsidios para mantener el Casco Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Según los datos relevados por los auditores, entre 2006 y 2007 se realizaron 40 obras, pero en 2009 sólo 12. Las ayudas económicas se redujeron un 48,8 por ciento en dos años y pasaron de 450 mil pesos en 2007 a 220 mil en 2009. La Dirección del Casco Histórico cuenta con un personal compuesto por 41 agentes y, en 2009, su presupuesto fue de $ 1.761.242. No tiene un presupuesto propio para la realización de obras.
La Auditoría analizó también el “Plan de Manejo del Casco Histórico” y dentro de éste el programa de Equipamiento Comunitario, orientado a mejorar y ampliar la oferta de equipamiento y servicios comunes. Durante 2009, el programa realizó una sola actividad: la elaboración de un proyecto para un centro juvenil, en forma conjunta con el California College of Arts de San Francisco.
Pobre tarea, que revela una decisión política que prioriza el evento, frente a las medidas sustantivas de producción, preservación y promoción cultural, por cierto obligaciones constitucionales del Estado que no pueden quedar sujetas a los gustos de los funcionarios de turno. Tal vez, para que se nos entienda, y contradiciendo a Queen, la banda de música predilecta del jefe de Gobierno, deberíamos decir: “The Show Must Go Off” (el show debe terminar).
* Lic. en Relaciones Internacionales. Magister en Gestión Cultural. Docente del Master en Gestión Cultural en la Universidad de Alcalá de Henares y del Programa de Conservación y Preservación del Patrimonio en la Universidad Torcuato Di Tella, http://facundodealmeida.wordpress.com
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