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Sábado, 7 de mayo de 2011

Trabajo interno

Más que un portal sobre interiores, “Casa Chaucha, amantes de la decoración popular” es un manifiesto por los hogares reales. Celebración de la gente que vive como piensa.

 Por Luján Cambariere

nAun para quienes no suelen navegar por la web, ser un voyeur de este sitio es sumamente placentero. Pueden ser ideas, circunstancias, detalles, soluciones, colores. Aunque, fundamentalmente, Casa Chaucha es un pasaporte a casas vividas. Gente que no pide permiso para ser. Llena de stickers la mesa del comedor, pone un millón de fotos en la heladera, luces de árbol de Navidad o cotillón en el living, recibe con amor las herencias, rescata lo que sirve y lo que no lo aggiorna con pinceladas estridentes. Actitud, diversión, desenfado, juego. Como si fuera poco, su autora detalla el detrás de escena. Siempre revela algo de la historia de las personas que habitan esos lugares y la trama para que las cosas estén donde estén. Por eso los títulos de cada espacio se parecen más a los de las novelas que a los de revistas deco: “El despegue”, “Sueños lúcidos”, “Primavera Eterna”. Para quienes les importan las personas que hay detrás de los objetos, una delicia.

María Tórtora, de ella se trata, es una diseñadora de interiores disidente, no sólo porque vive del diseño web sino porque creó el sitio por la necesidad de canalizar y de algún modo reivindicarse con una profesión que eligió y ama pero la hizo renegar y sentirse sapo de otro pozo en la universidad. Es que, básicamente, Tórtora no adhiere a la interpretación que se le da acá. Ni por ciertos profesionales ni en la universidad. “Mucho deber ser, mucho show off. Yo adhiero a la decoración que refleje a la persona que habita ese espacio. No esas puestas artificiales para aparentar. De hecho, para mí ocuparse de la casa es altamente terapéutico. Desde que empecé con el portal me reconcilié con el interiorismo. Vivo sola desde hace 10 años y en ese tiempo cambié de casa unas seis veces. Contara con las herramientas que contara, siempre conseguí buenos resultados”, señala.

¿El nombre Casa Chaucha? “Habla de lo mismo. No hay nada más común, simple, pero a la vez auténtico que una chaucha. Tal vez por eso aún no cayó en las garras de la movida gourmet. Es lo que es. Lo que hay.”

Así, anuncia desde su página: “Buscamos incansablemente casas con historia y personalidad, decoradas por sus dueños. Y que están buenas, claro. Las visitamos y fotografiamos tal cual están: no producimos ni movemos cosas. Todo lo que ves acá es cien por ciento real”.

–¿Cómo nace Casa Chaucha?  

–Yo quería hacer algo propio, como nos pasa a todos los inconformistas a cierta edad. Busqué el leitmotiv dentro mío: mi carrera, diseño de interiores, estaba archivadísima. Me aburrían desde la clientela hasta las publicaciones, además de las casas que conocía que intentaban regirse bajo sus parámetros. Siempre me gustó encontrar en los lugares que visitaba detalles que hablaran del dueño, recursos ingeniosos, sorpresas, descontractura, y que a la vez el conjunto te lleve a decir ¡qué buena casa! Elegí, entonces, mostrar esa forma de ver la decoración. Lugares que logren inspirar más que frustrar. La idea de hacerlo vía blog fue más que nada para arrancar sin inversión ni depender de nadie.

–¿Qué evaluás y valorás a la hora de publicar?

–Es difícil enumerar las condiciones que reúnen las casas que elijo, porque en el momento en que veo fotos me doy cuenta muy naturalmente si va. No lo estudio demasiado. Sí es muy importante la cuestión estética. Que sea descontracturada no significa que dé lo mismo cómo luce. Busco signos de uso. Casi todas las casas llevan mucho tiempo de armado, y eso es algo que se nota a simple vista. 

–¿Cómo son los perfiles de la gente de esas casas? 

–El público tiende a creer que hay un usuario común de las casas que muestro, y se sorprenderían al ver la diversidad de perfiles que reúno. Hay mucha gente de alguna manera relacionada con el diseño, pero también hay abogados, contadores, amas de casa, cocineros, administrativas y empleados. Gente amiga del consumo y gente que no compra más que lo imprescindible. Personas que planearon cada rincón, y otras a las que les sale espontáneamente. Las edades sí podrían agruparse: la gran mayoría ronda los 30 años. 

–¿Qué sentís en ellas cuando llegás? 

–Lo voy a llevar a un plano poco poético: ¡Poder supremo! Puedo chusmear impunemente.  

–Se nota que te importa la historia, la persona detrás de esa puesta... 

–¡Es lo que más me importa! Puedo irme de un lugar sin haber pedido un solo dato técnico, pero sabiendo mucho del autor y su experiencia ahí, por más que en lo que cuente después devele poco. Creo que el aspecto de la casa está enteramente ligado a situaciones de la vida, por eso es que no termino de aceptar el “maquillaje” por sí solo.     

–Me contabas eso de mirar para adentro, de lo terapéutico que te resulta ocuparte de tu casa... 

–Una casa linda es el resultado de mucho tiempo dedicado a algo que pocos verán (por más sociables que seamos). Hay tanta cosa afuera que te lleva a la pose que, si no te agarrás fuerte de algo, la ola te arrastra. Lograr vivir en un lugar que te guste hace que todos los días te hagas un regalo. Por más que empieces a ocuparte de ella por el motivo que sea, el proceso lleva sí o sí a que algo interno se acomode, se asiente.  

–¿Existe una clave para que una casa se convierta en un hogar? 

–Creo que debe tener que ver con el sentirse bien ahí. Para mí es una búsqueda personal permanente. Y esto, obviamente, tiene más que ver con cuestiones de afecto que con estética. Pero como te decía antes, puede cambiarnos muchísimo la predisposición al hogar si la casa nos gusta, además, cómo se ve. Hace algunos años alquilé a un amigo su departamento mientras él viajaba por Europa. Por una suma simbólica y el compromiso de pagar sus cuentas pasé de una situación semi-homeless a tener para mí sola un mono-ambiente nuevísimo y completamente equipado. Luego de disfrutar de un tiempo de éxtasis total por la situación nueva, la alegría que borroneaba el criterio se fue y logré mirar con detenimiento a mi alrededor: Oh-my-God, la modernidad. Llámanme desagradecida. O enroscada. Pero cuando uno gusta de un estilo determinado y ya experimentó lo lindo de vivir en un lugar que le calce perfecto a su personalidad, rodearse de lo opuesto se siente como traición. El escritorio gigante de fórmica negra con su silla mucho más gigante y pretenciosa no iban conmigo. El acero inoxidable que quizás sea el sueño de otro a mí me hacía mal. En serio lo digo: re mal. El no saber cuándo volvería el dueño funcionó como razón lógica –o excusa– para no hacer algo al respecto. ¿Pero qué podía hacer? Sacar sus cosas a la calle no era una opción. Incorporar otras, tampoco, porque no había ni espacio ni dinero. Cambiar de casa era imposible, extremo y, para esto sí lo permito, ridículo. La respuesta llegó sola, y de golpe. Un sábado a la tarde me senté en el piso (flotante, claro) a revisar cajas que había mudado y archivado sin mirar. Ahí me topé con cosas que había olvidado que tenía y que quería: libros, fotos, postales, muñecos, lapiceros, cajas, latas, cuadernos. No quise volverlos a la caja; eran lo más “yo” que había tenido cerca en mucho tiempo. Así que busqué la manera de ubicar todo eso sobre el escritorio de CEO que odiaba. Después de unas horas de mate y de “esto va acá / no, mejor allá / mmm esto con esto queda mal / tengo que conseguir algo rojo para contrastar este rincón / uy no hay nada rojo / ¡sí hay! en la alacena, un jarrito / ¿da pegar cosas a la pared con cinta scotch? / ma sí, sí da...” la fiesta concluyó y yo estaba feliz con el resultado. Esa noche quise mirar una peli, pero la atención estaba en otro lado. El escritorio me encantaba tanto, pero tanto, que no podía dejar de contemplarlo. ¡Estaba enamorada! A partir de ese día no paré. Mis cosas, aunque pequeñas y sin autoridad decorativa, lograron imponerse frente al estilo dominante del departamento. No vi nunca más la imitación wengue de la mesa, la cuerina negra gastada de los puffs, el cromado, las dicroicas. Todo perdió protagonismo gracias al piquete que le hice con lo único que tenía: mis bártulos. Logré decir de él “mi casa”. Y de mis casas, fue una de las más lindas.

–¿A qué apunta tu proyecto? 

–Desde lo personal, a amigarme con el concepto de decoración. Recordar que estaba bueno lo que me llevó a estudiar esa carrera. Y hacia los que consumen Casa Chaucha, inspirarlos. Que les dé ganas de hacer lucir lo que tienen. No sueño con que quieran copiar cada detalle que ven, eso es técnicamente imposible. Pero el ojo se entrena: cuanto más cosas bien compuestas y dispuestas veamos, más fácil nos saldrá organizar un rincón con armonía. Enterarme de que alguien se enamoró de su casa por haberla mirado con otros ojos después de recorrer el blog es lo mejor.  

www.casachaucha.com.ar

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