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Sábado, 9 de agosto de 2014

Un café notable en Adrogué

 Por Gerardo Gómez Coronado*

...“Siempre que hablo de jardines,
siempre que hablo de árboles,
estoy en Adrogué”...
Jorge L. Borges

Miles de vecinos entienden estas palabras de Borges sobre el lugar donde pasaba los veranos de su infancia. Borges no fue el único ilustre que frecuentó estos pagos en la primera mitad del siglo pasado: Antonio Agri, Alfredo De Angelis, Alejandro Barletta, José Luis Romero y Ricardo Piglia, entre otros, disfrutaron de sus arboledas. No fue casual que estas familias eligieran el pueblo de Adrogué, fundado en 1873 con un concepto urbanista de avanzada. Se incorporaron diagonales, plazas y boulevares, cortando con el tradicional damero español.

Para muchos, éste fue el primer proyecto urbanístico con fines vacacionales del país. En esa época no existía la Ruta 2 y el FF.CC. Sur apenas llegaba a Chascomús. La traza fue diseñada por Nicolás y José Canale, destacados arquitectos e ingenieros genoveses, que incluyeron una serie de diagonales y plazas que inspiraron el posterior diseño de La Plata. Los Canale fueron autores también de la mayoría de los edificios públicos originales de Adrogué –el Palacio Municipal, la primera iglesia de San Gabriel, Castelforte– y también diseñaron la famosa Redonda, la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Belgrano.

El hotel La Delicia, originalmente residencia de verano de Esteban Adrogué, alojó a numerosas celebridades durante su época de esplendor: los Borges, Sarmiento, Pellegrini, Quintana, Belisario Roldán, Miguel Cané, Roberto Payró y el pintor Ernesto de la Cárcova. Fue demolido en los años ’50 cuando el tren, las rutas e incipientemente el avión posibilitaron a los porteños que podían vacacionar trasladarse al mar o las sierras. En varias residencias de Adrogué, entre las que se destacan Villa Lola frente a la plaza San Martín, se filmaron escenas de las películas Boquitas pintadas y La casa del ángel, de Leopoldo Torre Nilsson. Hoy en esta casona –su fachada está en muy buen estado– funciona la terminal de una conocida empresa de minibuses.

Pero no es esta descripción “wikipediana” la que permite el nexo identitario entre un lugar y la gente, entre un paisaje urbano –por más bonito que sea– y las vivencias que construyen recuerdos e identidades. Y justamente hace pocas semanas, los 600.000 vecinos del Municipio de Almirante Brown, del que Adrogué es cabecera, se enteraron azorados de que un símbolo social y cultural cerraba sus puertas. Es el Café y Restaurante Trote, el “último bastión de un Adrogué apacible y gentil, donde se podía disfrutar de un café bajo su glicina, una cerveza bajo su verde follaje en verano o una torta viendo las llamas de su estufa a leña. En fin, una postal viviente de lo que fue una Ciudad al sur de la Capital, Simple, Elegante y naturalmente maravillosa”, como escribió uno de sus parroquianos, Mario F. Lagana, en el blog que solicita su reapertura.

Como escribió otro vecino: “Trote es sinónimo de Adrogué, no es una confitería más, es un icono, cada una de sus mesas tiene una historia...”, y hay cientos de mensajes similares en las hojas pegadas en los ventanales de la confitería cerrada, en los blogs y páginas de Facebook abiertas por los clientes. Seguramente que fue esta espontánea y masiva movilización ciudadana la que llevó a los concejales del distrito a tener una ¿rápida y espontánea? reacción legislativa, declarándola Patrimonio Histórico Municipal. Dado el carácter privado que tiene el inmueble y por lo tanto el alcance limitado que tiene la declaración, muchos temen soluciones ramplonas, del estilo de la Richmond de la calle Florida, con la diferencia de que aquí el emprendedor no sería una marca de zapatillas, sino una cadena de electrodomésticos que originalmente se dedicaba a la música.

Vale recordar que Almirante Brown actualmente está gobernado por una especie de Cid Campeador, Darío Giustozzi, quien a pesar de haber dejado la Intendencia hace siete meses aparece en los anuncios de televisión como ejerciendo el cargo. Ojalá que en su posicionamiento mediático quiera exhibir una ciudad “de las artes y las ideas” donde se respete el patrimonio edificado. De esta forma podrá aventar la preocupación de las familias adroguenses que sienten que se está desdibujando el perfil de ciudad que los enorgullecía.

Quizás estos miedos ciudadanos sean exagerados, pero ¿cómo no creer que la variable que determinará la preservación del patrimonio no será exclusivamente la rentabilidad comercial, cuando el Estado –en este caso municipal– ha estado ausente o ha reaccionado tardíamente? Para peor, en estos días otros vecinos preocupados por preservar la identidad barrial sureña subieron a las redes sociales las fotos de una antigua casona que fue demolida para la construcción de un centro comercial que lleva como nave insignia a una reconocida cadena gastronómica.

Dado que esta misma cadena ha comprado la Confitería London de Avenida de Mayo y Perú para su próximo relanzamiento y temiendo un futuro destrato patrimonial, me encontré con Fabio Fernández, el dueño y cara visible de la empresa, que me dijo que “la esquina de Adrogué la compramos demolida” y que para la “London se estaba recurriendo al asesoramiento de expertos en patrimonio para darles un tratamiento adecuado a las reformas”. Estaremos alertas para que estas promesas puedan ser verificadas. Un dato alentador es que el empresario es respetado en el rubro por sus proveedores, empleados y colegas. Esperemos que ese mismo accionar que le valió ese reconocimiento lo exhiba en el respeto al patrimonio arquitectónico de sus establecimientos.

Mientras, haremos esfuerzos para que efectivamente se pueda encontrar una solución a la reapertura de Trote –existirían gestiones del gremio de gastronómicos entre otros a tal efecto–; lo más importante es que a partir de este hecho parece haberse despertado un accionar ciudadano preocupado y ocupado por la preservación de los lugares que formaron parte indisoluble de sus vivencias, y exigiendo a los gobiernos.

* Ex defensor del Pueblo Adjunto de la CABA.

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