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Sábado, 29 de enero de 2005

Utopía se remodela

A principios de los setenta, los franceses cayeron nuevamente en la tentación de construir otra utopía. A ochocientos metros de la Torre Eiffel, sobre la Rive Gauche, se armaron un conjunto à la Brasilia llamado el Front de Seine. El lugar fue planificado para ser súper-ultra-racional: un nivel para los autos, otro más elevado para los peatones, otro para actividades sociales, torres de vivienda, torres de trabajo, un hotel, un shopping center, un estadio, todo dividido por funciones, idea que por alguna curiosa razón convence a los arquitectos que es muy deseable.

El resultado fue un desastre instantáneo. El shopping era lúgubre y fue un fracaso comercial en una ciudad plena de tiendas y calles caminables. Las sendas peatonales eran oscuras y daban miedo, las calles para autos confusas y difíciles de navegar. Los edificios, como tanta construcción moderna, resultaron de caro mantenimiento y proclives a perder partes y oxidarse. Para cuando la gran tormenta de 1999 comenzó a desprender partes enteras de sus exteriores, el Front de Seine era un lugar anómico, desagradable, que no había sido abandonado completamente sólo porque la vivienda en París es carísima y el lugar, después de todo, está a apenas ocho cuadras de un barrio de ensueño.

El gobierno parisino está trabajando ahora en el peliagudo problema de revitalizar y hacer menos alienante un conjunto de viviendas moderno y en altura. Con 200 millones de pesos de presupuesto sólo para estudios y para trabajos en las áreas públicas, París está limpiando, repavimentando e iluminando la utopía fracasada. Con algunos detalles dignos de copiarse —como dejar que los vecinos voten entre siete tipos de pavimento para las veredas, cosa que a los porteños probablemente nos ahorraría esas banditas de adoquines en que vivimos tropezando–, el plan sin embargo es fundamentalmente privado. Por ejemplo, el hotel local –el Flatotel– fue vendido en remate el año pasado, tan quebrado y roto estaba, por la compañía Pierre & Vacances, que a su vez contrató a la modernísima firma de arquitectos Valode et Pistre –autores del campus de la universidad Leonardo da Vinci y la fábrica L’Oreal– para rediseñarlo. Los arquitectos planifican dejar la estructura intacta, rehacer completamente la fachada, arrasar con el interior para crear 377 habitaciones y departamentos.

Tanto para el hotel como para las rampas peatonales y para el shopping, la idea es dejar entrar más luz. El centro comercial es un cajón cerrado que ahora será abierto, y las rampas ganarán troneras y ángulos para dejar pasar el sol. Se calcula que mejorar realmente el barrio tomará entre 10 y 15 años.

Dos cosas son llamativas de este proyecto. Primero, qué poco que dura la arquitectura moderna –o modernista, o modernuda, como se prefiera– que en menos de treinta años ya es huérfana de padre y madre, como las derrotas. Y segundo, un estupendo truco impositivo que Francia ofrece a los que construyan para el turismo: terminada la obra, el gobierno devuelve el IVA al que construyó o al que compró lo construido, a lo largo de veinte años. Es un reintegro a largo plazo que hace más apetecibles las inversiones, las estabiliza y evita curros diversos por el largo plazo que implica.

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