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Sábado, 24 de septiembre de 2005

El Metropolitan, a nuevo

La gloriosa fachada Bellas Artes del Museo Metropolitano de Nueva York ya está casi completamente restaurada. A casi cuatro años de comenzados los trabajos, el frente del enorme museo sobre la Quinta Avenida, su entrada principal, va a cumplir los 103 años con su color original y sus detalles vueltos al foco. Curiosamente, es la primera vez que esta masiva colección de granitos de Indiana recibe un buen lavado y puesta en valor.

Los trabajos comenzaron para el centenario del formidable museo, en 2002. El personal del Met notó que la fachada estaba mostrando señales de inestabilidad alarmantes, aunque un estudio en profundidad mostró que los daños no eran graves. Los principales villanos en la historia son tres: el duro clima de Nueva York, con extremos de temperatura que van de menos 20 a 35 grados; reparaciones parciales hechas en los setenta con cemento Portland, demasiado duro y quebradizo; y el sistema de pluviales instalado en los años cuarenta, largamente podrido y filtrando aguas por detrás de la fachada. El presupuesto de la obra es francamente neoyorquino, más de doce millones de dólares.

La fachada del museo sobre la avenida fue creada por Morris Hunt, el primer arquitecto norteamericano que estudió en la Escuela de Bellas Artes de París y uno de los primeros miembros del directorio del Met. El edificio que hoy vemos es el resultado de una larga evolución que arranca con un edificio gótico victoriano diseñado por Calvert Vaux y Jacob Wrey Mould e inaugurado en 1880. A esta pieza se le agregaron dos alas en estilo victoriano, una en 1888 diseñada por Theodore Weston y otra en 1894 creada por Arthur Tuckerman. El conjunto fue unificado en 1902 por la monumental fachada de Hunt, dominada por tres carcos flanqueados por columnas corintias pareadas y profusamente ornada.

Hunt era un profesional acostumbrado a trabajar muy por lo alto y un determinado fan de la ornamentación. Era el favorito de los Vanderbilt, la primera fortuna de su tiempo, y les había creado residencias como la Breakers, en Newport, y la Biltmore, un palacio renacentista francés de 250 ambientes en Carolina del Norte que sigue siendo la mayor casa privada de Estados Unidos. Hunt quería revestir la fachada en mármol blanco y ornarla con un total de 31 esculturas. Pero tras su muerte en 1895, apenas unos meses después de entregar los planos, la obra pasó a su hijo Richard y al arquitecto George Post.

El directorio del museo decidió que el concepto era demasiado caro. Lo primero en volar fue el mármol, lo que es una suerte porque la piedra de Indiana es más dura y menos porosa, por lo que el edificio muestra pocas señales de erosión. Luego se eliminaron seis paneles en altorrelieve en los laterales, inscripciones monumentales en las cornisas y esculturas verticales a colocar en los espacios entre las columnas pareadas. Lo que se aprobó pero nunca se construyó fue un grupo de cuatro esculturas representando el arte egipcio, el clásico, el renacentista y el “moderno” a colocar por encima de los remates de las columnas de la entrada. En rigor, el Met está sin terminar y cuatro grandes bloques lisos de 20 toneladas cada uno todavía esperan el cincel justo encima de los capiteles.

Richard Hunt contrató al vienés Karl Bitter para que diseñara cuatro grandes cariátides representando las cuatro grandes ramas del arte –música, pintura, escultura y arquitectura– y seis medallones con los retratos de Bramante, Miguel Angel, Rafael, Rembrandt, Velázquez y Durero. Además, se realizaron 46 medallones con los rostros de unas bellas diosas para dentar el coronamiento del edificio, por encima de la cornisa principal.

Todo este conjunto resistió notablemente bien. Durante meses, las esculturas fueron lavadas gentilmente con agua, sin ácidos ni abrasivos, y con muy poco cepillo. Se cubrieron grietas, usando mortero a la cal, se sellaron superficies y se reemplazaron las pocas piezas faltantes. Una de las diosas recibió una nueva nariz, tallada y ajustada en el lugar por el especialista Shi-Jia Chen. Una de las cariátides tuvo un brazo reparado, herida recibida al parecer cuando fue instalada en 1902. Y la escultura que representa a la pintura perdió misteriosamente uno de los pinceles que sostiene en la mano izquierda. Como la documentación original se perdió, los restauradores copiaron otro de los sobrevivientes.

La única intervención dura que requirió la fachada fue en una de las columnas, cuyo capitel mostraba una rajadura en zigzag que fue anclada con piezas de bronce. El resto –ventanales de bronce, kilómetros de ornamentos en las cornisas– fue simplemente lavado, pulido, encerado. Lo más curioso del caso es que todo este detallado trabajo resulta prácticamente invisible para el público. Las diosas que rematan el Met están a diez metros de altura, con lo que las grietas y faltantes son invisibles a menos que se use un largavista.

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