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Jueves, 13 de enero de 2005

EL GAUCHITO GIL FRENTE A LA DIFUNTA CORREA

Cuestión de fe

 Por Mariano Blejman

Ambas historias tienen base real. Fueron contemporáneas y hasta podrían haber sido pareja entre ellos. Pero el mercado de la fe se mueve como las montañas. Los años de monopolio fetichista que inundaron las rutas argentinas de botellitas de agua por la sanjuanina Difunta Correa, han dado paso a un tipo distinto de superchería que va ganando terreno: el Gauchito Gil, que tiene cada vez más estaciones camineras. Ahora, la Difunta Correa es una santita venida a menos. En la época de los unitarios contra los federales, en 1841 Deolinda Correa siguió a su marido preso sola a pie con su hijo de meses en brazos, entre San Juan, Valle Fértil y La Rioja. Iba cruzando el semidesierto, pero falleció y su hijo se salvó, amamantandose de su seno de larga duración. La Difunta Correa fue consagrada en su sede central (a 62 kilómetros de San Juan) y la gente comenzó a pedirle que la cuide cuando salía de viaje por las rutas argentinas. Ese es el trueque: uno deja una agüita en cualquiera de sus sucursales y la Difunta se encarga de llevarlo a buen puerto. Actualmente, sigue vigente: hay contingentes que llegan a dejarle vestidos de novias, planos de casas, autos, bronces que agradecen los innumerables deseos concebidos.
Científicamente no se sabe si la crisis de diciembre de 2001 tiene algo que ver, pero no debe ser casual el boom del Gauchito Gil, un clásico “bandido rural” litoraleño, que ahora viene abriendo sucursales por todos lados, aún en la tierra de la Difunta. El Gauchito Gil es de Mercedes, provincia de Corrientes. Hizo de las suyas en la época de caudillos y montoneras, fue peón, se volvió matrero y pasó a ser un Robin Hood de las Pampas: le robaba a los ricos para darles a los pobres. Gil fue su apellido, aunque bien podría pensarse, que así le pusieron para dar a entender su pensamiento sobre esa extraña costumbre de robar al estilo Coraje. De todos modos, bien no le fue: los federales litoraleños lo colgaron cabeza abajo, aunque el Gauchito decidió que iba a convertirse en leyenda y comenzó con los milagros antes de morir. El 8 de enero, se conmemoró su día y miles de personas se acercan a saludarlo hasta Corrientes. Cada vez más, sus banderas coloradas van apareciendo entre recónditos kilómetros del país. Aún en lugares donde el monopolio era de Correa. Incluso se ha visto un santuario de Gil en Thames y Santa Rosa, pleno Palermo. Como sea, por si salís a la ruta, el No te aconseja que dejes una botellita de agua en algún santuario de la Difunta Correa y detenete a saludar al Gauchito. Que de Gil, sólo tiene el apellido.

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