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Jueves, 9 de junio de 2005

CRONICAS DE ROCK MESTIZO

Música sin papeles

Tres mundos dentro de uno, haciendo de trovadores punk de la nueva era. El barrio está lleno de música: Africa, Asia, América latina... tres continentes ingresan en Barcelona, se mezclan con los sonidos locales, se remasterizan y adquieren un formato exportable. El boom del rock mestizo tarde o temprano reemplazará la idea de world music. Hacia esa maraña de sonidos se metió el No durante una semana. Y no sobrevivió, pero igual lo cuenta.

 Por Mariano Blejman


Desde Barcelona

El Barrio Gótico es un lugar ideal para esconder gente: son calles finitas, con recovecos endiablados, con unos marroquíes que venden shawarmas y kebabs, unas catalanas que después se van para la playa a hacer topless pero pasan antes por acá, unos senegaleses que rapean música afro, unos argentinos que usan las calles chiquitas, medievales, atravesadas de turistas para pasearse, fumar un poco de hash, y después seguir haciendo de argentinos y de turistas. Hace años vienen llegando: se hicieron un lugar entre los pasadizos de esta ciudad medieval y moderna, y se pusieron a hacer música. Sin pedir permiso, sin avisarle a nadie que aquí, frente a los miles de giris que atruenan con sus cámaras de fotos sin piedad, que se dejan robar otra vez por los marroquíes o los argelinos, se fueron instalando para mezclarse, para mestizarse. Sacaron la guitarra, se pusieron a cantar su música en los pasadizos del Primer Mundo. Y la ciudad se fue enterando. Parecía que no traían nada, pero venían con todo.

Ahora, un mercado de acentos importados ocurre a metros de la Rambla, en la plaza catalana de San Jaume, en el Trippie, o en el Raval que alguna vez fue barrio chino. Ese escenario encontró el rock mestizo de Barcelona para dejarse escuchar por el resto del mundo. Si hay un futuro en la mezcla de músicas, éste seguro está en las calles de Barcelona. Un movimiento subterráneo que no ha ganado el mainstream, no sale en los diarios, ni mueve millones, pero que está generando algunas de las mixturas sonoras más atractivas de un futuro no tan lejano. Tres mundos metidos en el embudo del Gótico, ejerciendo un oficio valioso: ¿para qué ir a buscar música afuera, si la trajeron los amigos y se la fueron pasando en la cola esa que hacen los que no tienen papeles? En esa maraña de sonidos se zambulle el No. Uff.

Radio Chango

“... y qué es Colifata, y qué es Colifata? La Colifata es una radio argentina, una compilación clandestina con músicos argentinos”, se escucha en el disco Radiochango.com Añejo Reserva que salió en abril del 2005. El sitio lleva cuatro años promoviendo grupos jóvenes “con ayuda de los más conocidos”, dicen. Tienen 500 mil visitas mensuales. “Cuatro años de denuncia de los disfuncionamientos del sistema económico y político mundial, ilustrando los textos de los artistas comprometidos”, dice el disco que viene con un texto explicativo sobre el Comercio Justo. Manu Chao se mudó al barrio hace casi una década, y –si bien no se le puede adjudicar el nacimiento del rock mestizo– desde entonces las cosas se aceleraron. La movida existía, como buen puerto, desde hace miles de años. Es así: cuando llega un vecino nuevo, y un poco famoso, todos se acercan a saludar. Algunos se van quedando por empatía o por el orgullo de poder contárselo a otros vecinos, que van llegando a ver si pueden hacer lo suyo. Entonces esa presencia más o menos extraña se convierte en catalizadora de fenómenos que se venían gestando.

El argentino Karim Beldjoudi regentea los jueves la sala de New York, uno de los bares-discos más mestizos de la noche catalana. Allí tocaron hace poco Soma Raza, los potentísimos rapers senegaleses Daraa J y DJ Eva a Todo Color. Otro argentino, Arturo –quien oficiará de guía de lujo para el No durante días– está empezando a llevar bandas para la Argentina. Hace unos meses viajó con Fermín Muguruza, el ex de Negu Gorriak que tocó en El Teatro. La próxima será Amparanoia, reina del rock mestizo. Karim, por su parte, tiene una cruza inédita de padres argelinos y mendocinos. Ambos argentos están ahora en un departamento a pocas cuadras de plaza San Jaume, a pasadizos del Trippie por el bar Bidasoa, donde a veces va el Manu a comerse unos callos y unas papas bravas.

La crema actual del rock mestizo se conforma de ritmos mezclados, en abundantes idiomas, con una coincidencia: gran espíritu punk. “Venga tío, nos tomamos una caña más tarde”, cuenta Jairo de Muchachito Bombo Infierno, a punto de comenzar un show en un barrio residencial de Llucmajor. Lo de Muchachito es mezcla de rumba y flamenco con soul, blues o reggae que llaman “rumba boxing”. Se planta sin artificios ni efectos, con el apoyo de Tito, que pinta un mural durante su actuación. También están los mezclaos de flamenquillos con jip jop en la voz profunda de Marina de Ojos de Brujo (que con su sello La Fábrica de Colores sacó Vamos que nos vamos) cruzando catalanes con brasileños. La rumba de Macaco en tanto tiene integrantes tricontinentales, la granadina Amparanoia se nutre de cuatro cubanos y un búlgaro, la Kinky Beat y los Cheb Balowski ascienden al Africa. Los Lumbalú aportan candombe y colombianos, y los semiindios de Shiva Sound ponen su tercer ojo en la frente.

Entre los argentinos, los marplatenses de Che Sudaka suman dos colombianos, Go.Lem System mezcla argentinos (uno anduvo de gira con Fun People por Estados Unidos), brasileños y españoles. “Musicalmente nos ha influenciado todo: el tango, el mambo, el son, el hip hop, el jazz, el rock, la alquimia, la poesía, el cine, la pintura, los movimientos sociales, los movimientos sexuales, los idiomas, los acentos, soñar”, dicen. Y Alcohol Fino, que mezcla argentinos, colombianos, venezolanos, uruguayos, españoles y japoneses para el deleite del mercado alemán.

De Africa andan dando vueltas por acá Nino Galissa con su Mindjer, el impresionante proyecto de 08001 Raval ta Joie que reúne gente de Guinea, Marruecos, Francia, California, Barcelona y Buenos Aires, donde destaca Adlen Kloufi, vocalista de Constantina. Como dice Julián, productor de 08001, “poco se sabe de él, pero cuando canta no hace falta saber más”. La base electrónica está: las voces del mundo, las bandas del barrio y el sound system de fondo. Barcelona se hace exportable.

El vecindario

Se le dice “tripi” a las pastillas y de ahí viene el sobrenombre que adquirió la plaza George Orwell, en el Gótico. No es fácil encontrarla. Es lugar de músicos callejeros desde tiempos fenicios, en el corazón del Barrio Gótico. Hace un par de años, el gobierno puso cámaras en cada esquina. Tal vez en honor al Gran Hermano, delatan a quien toque en horarios prohibidos. Pero entre el delirio y el ruido popular vive un mundo subterráneo. Así se llama el primer disco de los argentinos Che Sudaka: Trippie Town, que hicieron después de haber participado de La Colifata de Radio Bemba. Entre quienes participaron del proyecto estaba Gambeat, el único Mano Negra que aún acompaña al Manu. Gambeat se subió al tren que viajó por Colombia en 1994. Las dos últimas veces que Manu viajó a la Argentina, Gambeat llegó acompañado de su mujer de Necochea.

Desde que se paró Radio Bemba hace un año y medio, se puso un estudio de grabación en Hospitalet. “Manu hizo un break y me tuve que poner a trabajar”, se ríe Gambeat, que recibe al No una noche fresca de la primavera catalana en su estudio. Si uno se lo cruza por la calle, la tendencia natural será cambiarse de vereda (aunque las veredas no existan). Porque Gambeat es tan grande, tan enérgico y desafiante, como su contrabajo con el que tocó en las calles de París. Entrenó a los Che Sudaka en una especie de Operación triunfo de rock mestizo. Hasta les enseñó puesta en escena para su segundo disco Alerta Bihotza, que editara K Producciones. Por ahora, Gambeat piensa en sacar su ¿disco? Piratas urbanos con mucho sound system, música pinchada, bases electrónicas. “Quiero poner Internet en el estudio para subir música. Hay unos diez millones de copias piratas de Manu Chao y Mano Negra”, cuenta. Hace siete años, su mujer argentina le enseñó a tomar mate. Por ella se fue a vivir a la casa okupada La Montaña, a metros del Parc Güel. Tatuado por todos lados, es un puesto fijo del recorrido catalán con una energía que nada debe envidiarle al tenista Rafael Nadal.

Un día después, los Che Sudaka están en Plaza San Jaume para conversar con el No. Se acercan otros dreadlocks, cada uno con su historia. ¡Qué joder! Los marplatenses venían de tocar en Correcaminos: llegaron a Barcelona clandestinamente y a la semana se pelearon. Dos de ellos armaron Che Sudaka. Alerta Bihotza tiene el euskera de Fermín, el árabe de Yacine (Cheb Balowski), el francés de Gambeat. “Como argentinos, somos igual de clandestinos que el resto. Pero como parecemos europeos no nos joden tanto. Podemos hablar en nombre de nuestros amigos”, cuenta Leo, voz y guitarra. En tres años hicieron 200 conciertos por Francia, Italia, Bélgica, Alemania, Suiza y Australia. Quieren salir, pero faltan papeles. “Estamos orgullosos de haber trabajado con Gambeat. Lo veíamos por la tele cuando éramos chiquitos”, dice Leo.

“Vení, hacele una nota a éstos”, ofrece Arturo. Es un día soleado, pero la sombra del Gótico pega de lleno. “Estos” son los de Mañana Me Chanto, que vienen de gira por Estados Unidos. “Teníamos un concierto asegurado y tocamos catorce”, cuentan. La historia se resume así: músicos chilenos, que tocaban con Go.Lem System y Batuqueros de la calle. Buscando donde quedarse conocieron al trompetista suizo, grabaron su primer álbum y salieron de gira por Alemania, Suiza, Francia, España, Marruecos y Mauritania. “Cruzamos el Sahara en dos viejos camiones e hicimos canciones nuevas, pero el álbum nunca salió porque se rompió la compu”, cuentan. Aglutinados, Mañana Me Chanto tiene también gente de Marruecos, Chile y La Pampa. “Pero no estamos acostumbrados a irnos: Barcelona es nuestra casa. Aunque la casa cansa, nos gustar estar”, cuentan.

El vecino

“Natacha/ vengo del Este/ tan clara/ mercado soy/ mis papeles son agua”, canta Amparo Sánchez de Amparanoia en Radio Chango, pero también en su disco Rebeldía con alegría que estará en agosto en Buenos Aires. Amparo tiene el mote de “reina del rock mestizo”. El Manu colaboró con ella y con el Muñeco (cubano de Camagüey) desde la época en que ambos vivían en Madrid. Amparanoia no puede entrar en Estados Unidos con su banda. Pero como no puede, no quiere. “¡No voy a cambiar mi banda por una cuestión de papeles!”, dice quien tiene a cuatro cubanos y un búlgaro. De la rumba a los Balcanes, toma la música gitana y la convierte en rock furioso. En su álbum participa Manu y Gambeat. En enero ganó el BBC3 World Music Award.

Desde hace poco vive en San Pere de Ribes, a kilometritos de Sitges. “Las fronteras se cierran y se abren. Las otras culturas, que llegan, refuerzan la nuestra. Europa aún me sorprende por el movimiento solidario”, dice Amparo, que canta varios idiomas. “Las lenguas son una riqueza. Son el sonido de la vida”, dice en un barcito de Sitges, regenteado por latinos. En Rebeldía con alegría aparece una frase desafiante: “Hagamos del respeto a la mujer una costumbre”. Cuenta que la vio en una bandera de los zapatistas que iban de Chiapas al DF.

“¿Lo has visto al vecino?”, le preguntan a otra mujer también llamada Amparo, de la productora Hace Color. Dice que no. Que si el vecino no da señales, debe ser que no está. En uno de los antiguos barrios proletarios de Barcelona, en Poble Nou, estará el próximo estudio de Manu, que viene de un concierto del dúo Amadou y Mariam, esos senegaleses ciegos que pasaron la barrera de los cien mil discos vendidos en Francia. Antes de irse, el Manu había estado pintando la escalera. Ahora que volvió, podrá continuar.

Joni y Amparo llevan a Cheb Balowski y acaban de rodar con la Kinky Beat por México, Nueva York, Europa y Africa. El primer disco de Cheb Balowski se llamó Bartzeloona; el segundo, Potiner, tuvo distribución internacional. Su tercer trabajo Plou plom (musiqueta que enamora) se lanzó en simultáneo en Europa y arrancó congira mundial por Marruecos, Argelia, Finlandia, Bélgica, Alemania, Holanda, Jordania. Cheb Balowski está liderado por Yacine Belahcene Belet y mezcla ritmos algerianos y catalanes. Amparo de Hace Color cuenta que durante el gobierno de Aznar, lo de Fermín (por su militancia vasca) estaba bravo, pero con Zapatero las cosas están tranquilas. “Estamos en el rollo del mestizaje. Ahora hay más caña por el Manu, pero este lugar siempre fue así. América latina, Africa y Asia se respira en los barrios, sumado a la trayectoria autogestiva de los tiempos anárquicos.” (Por si no sabían, en Barcelona la anarquía ocupó el poder durante casi un año.)

La Kinky Beat se convirtió en referencia mestiza. Acaban de terminar su primer disco Made in Barna que se mueve entre el rock steady, el reggae y el punk más salvaje. Está publicado por Kasba Music y distribuido por K Industria. Kasba Music es un nuevo sello creado por gente de Radio Bemba, Color Humano, Dusminguet, el Joni de Hace Color y Enric Pedascoll de K Industria. También con Hace Color está La Carrau, que mezcla instrumentos en un vendaval de revolución folk; y Sagarroi comandado por Iñigo Muguruza (ex Negu Gorriak), que evolucionó desde el crudo post-hardcore hacia el festivo ragga-core. Su reciente disco se llama Toulouse, en honor a esa ciudad del sur de Francia, crisol de culturas. Por algo en la tapa del disco está Anthony Quinn, paradigma del mestizaje.

Los del barrio

El emerger de las bandas mestizas girando la ciudad, el turismo permanente, los festivales como el Sónar o el Primavera Sound pusieron a la ciudad en el centro de la moda. “Barcelona es la puerta de ingreso a Europa. Uno edita pensando en el mercado mundial. En Europa hay circuitos para bandas exportables”, cuenta Enric de K Industria. Ojos de Brujo lleva más de 150 mil discos vendidos, Muchachito más de 20 mil en España. “El rock sajón tiene dueños claros: Estados Unidos e Inglaterra. Hay que apostar a otro sonido”, dice este catalán de madre argentina. Ahora bien, ¿qué pasará en el futuro? “Va a haber un embudo. Cada vez hay más grupos, más ofertas, pero tenemos los mismos medios. Los grandes nos dan la espaldas. No nos dejan entrar a la radio o a la televisión ni pagando: dimos 9 mil euros para promocionar discos y nos tomaron el pelo. Por ahora, la posibilidad es exportar estas bandas. Queremos trabajar con la Argentina, que tiene una gran riqueza cultural. No sabemos cómo editar allí porque los costos no dan. La única forma es licenciar y confiar.”

Arturo, el argentino, viene con la bicicleta un poco rengueando por una reciente operación. La ata al lado de la Estación Barceloneta, que no es la Estación Esperanza de Madrid, ni se parece. Espera Dani Carbonell, cantante de Macaco, en un bar de la Barceloneta. “Siempre llegaron los inmigrantes. Pero recién ahora se puso pesao”, cuenta Dani. Sus raíces musicales llegan hasta Brasil y Cuba, de donde provienen también sus músicos. Dani tocó en el primer Ojos de Brujo como bajista, pero después se abrió. “Lo del colectivo no me lo creo. Alguien tiene que tomar decisiones”, dice. Con Macaco creó el sello Mundo Zurdo. “Porque en la época de Franco a los zurdos los hacían escribir con la derecha. Y en mi familia somos zurdos en todos los sentidos.” Ahora, el sonido callejero se remasteriza. Tal vez lo nuevo no sea sólo musical sino que esté en poder aggiornar estos sonidos y adoptarlos a una estética rockera. Como en toda escena que se precie de serlo, siempre es necesaria la polémica: “Manu Chao no es el padrino. Eso es una gran mentira”, desmitifica el Dani. “A mí no me ayudó. Aquí siempre existió la fusión.”

El Javi de El Ventilador, otro pequeño sello mestizo, piensa así: “Aquí hacemos las cosas de otra manera. Queremos pasarla bien, más que ganar plata. La movida surgió de la calle, pero se profesionalizó. Sin embargo, aquí se quiere recuperar la alegría”, dice, y se pone de un lado de la polémica, que verdaderamente poca importancia tiene a esta altura. “Aquí,el Manu es una especie de Dios: se mea en los sellos internacionales, pero igual van a buscarlo y arrastra masas. Es el vértice, el cataclismo. Cuando empezaron a llevarse los instrumentos de la calle, salió con Gambeat a tocar. Provocó una onda expansiva que fue creciendo y, en pocos minutos, de 300 personas fueron 5 mil.” Para llegar, por cierto, cada uno había usado su propia carretera.


El comienzo

El estallido arrancó en 1992, durante la oferta cultural de las Olimpíadas en Barcelona. Después de la world music de Peter Gabriel, “España recibió el afluente de grupos étnicos. Barcelona se puso al día con los sonidos del mundo”, cuenta Javi Zarco al No, de la productora de Ojos de Brujo. Pero la world music es un concepto raro. Si ésa era la música del mundo, ¿el resto es de otro planeta? Sin avisarle a nadie, sin salir en la prensa, sin tanto alboroto (el bullicio estaba en las calles), llegaron nuevas oleadas inmigrantes desde los ‘90. En ese contexto, el Javi y su gente armaron el Club Mestizo. “Con las bandas legalizamos a varios músicos”, se jacta Javi.

Cuando el Manu llegó al barrio, se armó la caña: se desbordó el local, se esparció la esperanza. Mestizo Promo se hizo durante el apogeo de Los Fabulosos Cadillacs, Maldita Vecindad y Mano Negra. América latina redescubría sus orígenes. Color Humano estalló en Madrid, Dusminguet en Barcelona, Sargento García en Francia. A fines del ‘98, Macaco se puso rudo y en otro rincón de Barcelona, Joni creaba Hace Color. Entonces aparecieron los periodistas –siempre un poco tarde, tratando de poner orden sobre algo que no inventaron– y etiquetaron todo de “mestizo”. Para cambiar por “world music” no venía mal. Pero no deja de ser injusto: en lo mestizo siempre predomina algún cromosoma (o sale rubio, o sale morocho, o sale japonés). Y, claro, el riesgo de mezclar tanto es no poder distinguir el marrón. El riesgo y la virtud. Lo raro fue la inclusión mediática de personajes poco mestizos como Tonino Carotone (“me cago en el amor”). Desde el ‘95 al ‘00, la corriente migrante se estabilizó. Después del ‘98, apareció la oleada argentina (expulsada por cinco presidentes). Se juntaron a comer shawarmas con los marroquíes, a vender oro con los nigerianos, a jugar al fútbol con los argelinos, aunque tampoco se juntaron tanto.

“Los artistas latinos estaban mal acostumbrados a los grandes sellos”, cuenta el Javi. “Sólo Manu se permitió locuras y empezó a apoyar pequeñas bandas, a producirlas, a hablar de ellos en las entrevistas”, dice Javi. Y éstas se ven iluminadas con la convocatoria del ex Mano Negra. Aparece la música electrónica, el chill out y el sound system. Barcelona provoca un mixturado sonoro del nivel de Nueva York, Inglaterra, París, Amsterdam o Berlín, o incluso mejor. Pero el boom de rock mestizo se da entre ‘02 y ‘05. Se expande por Europa Ojos de Brujo con Vengue, Bari, y un remixado no editado en la Argentina. Arman el sello colectivo La Fábrica de Colores, llaman a ilustrar a El Niño de las Pinturas, un grafitero de Granada. La mezcla de flamenquillo y hip hop enamoraba a la rumba, mientras los bares del Gótico ven crecer al Jairo, de Muchachito Bombo Infierno. Y esto es recién el comienzo.

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