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Jueves, 4 de julio de 2002

REPIQUETEOS

“Manifiestos, escritos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas, ¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua! Las palabras entonces no sirven: son palabras.”

Rafael Alberti


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El pibe piquetero tiene en sus manos un palo. Y un pañuelo como de palestino. Tiene el jean roto en las rodillas y una campera de cuero. Tiene barba y el pelo largo y desprolijo.
El comisario de la Bonaerense tiene en sus manos una escopeta. Usa chaleco antibalas. El uniforme está como nuevo. Tiene el rostro recién afeitado y un gesto soberbio en el rostro.

Pausa. Congelen la imagen. Pongan “Selvagem!”, de Paralamas. Play, otra vez.
Es miércoles 26 en Puente Avellaneda y hay olor a tragedia en el aire. Los piqueteros se han jurado cortar el puente para protestar por el hambre de la gente, la falta de trabajo, la desocupación. Los policías han recibido la orden de impedirlo. Para impedir que los piqueteros corten el puente, la policía corta el puente.
El pibe piquetero y el comisario se miran, ahora, en un momento clave: el combate callejero los ha puesto frente a frente. Es una décima de segundo, pero se miran para no olvidarse jamás el uno del otro.
Los pibes piqueteros han cargado contra la policía con las armas de los pobres: las gomeras, las piedras recogidas en la marcha, las molotov hechas con botellas de gaseosas, los palos.
La policía ha cargado contra los pibes con las armas que el Estado les presta. Pistolas y fusiles lanzagases, balas de goma, palos, escudos.

Pausa. Congelen la imagen. Pongan “Selvagem!”, de nuevo. Play, otra vez.
Los pibes piqueteros, gaseados, retroceden, corren, se desbandan. No saben que están infiltrados y que algunos de los que recién marchaban junto a ellos ahora los apalean. Uno tiene una Itaka.
Un tipo con una Itaka comanda a los que rompen vidrieras de negocios y vidrios de autos. Luego detiene un colectivo, baja a la gente y le prende fuego.
La policía, agrandada, persigue a los piqueteros. Ahora aparecen otras armas, esas que la policía lleva “por izquierda”. Las balas de estas armas son de plomo. Hieren y matan. Cada vez que un policía dispara una de esas armas, que arrojan cartuchos rojos, otros policías se detienen a buscarlos. A veces, reemplazan los cartuchos rojos por cartuchos verdes. Los verdes son de balas de goma. Es una operación planificada: barren con las pruebas.
La persecución se convierte en cacería por las calles de Avellaneda. La acción es confusa, pero una cosa está clara: unos huyen y otros los persiguen. Unos están desarmados, los otros armados.
Allá adelante, corre el pibe piquetero Darío Santillán. Ahora no tiene ni palo, ni nada. Tiene miedo.
Acá atrás corre el comisario Alfredo Franchiotti. Está desbocado. Recibió un rasguño en el cuello en la refriega. Tiene la escopeta cargada.
Mientras huye hacia adelante, Santillán ayuda a un señor mayor que él, que no puede con sus años.
Mientras persigue a la gente, Franchiotti va al mando de una patota, que lo circunda.
Al ingresar a la estación de trenes, Santillán ve a un pibe como él, retorciéndose en el piso. Es Maximiliano Kosteki, que está muriéndose. Santillán se arrodilla, intenta darle aliento. Un pibe de pantalones marrones hace lo mismo.
Franchiotti, enceguecido, entra a la estación, al frente de su jauría. Ve la escena. Santillán y el pibe de pantalones marrones que estaba con él se dan cuenta de que les van a tirar. Salen corriendo. Una bala de plomo de una escopeta le entra en la espalda a Santillán. El pibe de pantalones marrones logra escapar.
Santillán está en el piso: pierde sangre. Franchiotti va hacia él, le grita, le manotea el pañuelo palestino, lo maltrata. Lo mismo harán sus compañeros uniformados. Con Santillán, que agoniza, y con Kosteki, que ya está muerto. Uno posa al lado de Kosteki riendo, como un cazador satisfecho junto a su presa abatida.
Luego, entre cuatro arrastran a Santillán, como ni siquiera se arrastra a los perros, hacia una camioneta. Cuando llegue al hospital, Santillán estará muerto.

Pausa. Congelen la imagen. Pongan “Selvagem!”, otra vez. Play, de nuevo.
El comisario Franchiotti empieza a mentir, ante los medios, su accionar de minutos antes. Se hace la víctima, ironiza sobre los piqueteros, se jacta de ser un policía derecho. Un hombre sacado le pega dos trompadas, frente a las cámaras de televisión. Franchiotti sobreactúa su papel de víctima. El hombre va preso. No la pasará bien.
El Gobierno hace circular la versión de que los dos muertos son parte de una interna piquetera. Una porción de los medios –ya se sabe: al frente La Nación, Radio 10, Daniel Hadad, Marcelo Longobardi, Baby Echecopar, BAE, Ambito Financiero & Co.– empieza a repetir eso y a amplificarlo. En el mejor de los casos no tienen ninguna información, pero prefieren creerle al poder. Creer que los que luchan son malos.
Otros medios, con Página/12 a la cabeza, empiezan a iluminar la escena, a mostrar lo que de verdad pasó. El peso de los testimonios gráficos es inapelable. El Gobierno desanda caminos. Eduardo Duhalde dice que se trató de una cacería. Felipe Solá explica que cuando creyó la versión de la policía, estaba en manos de un psicópata de uniforme: Franchiotti.
Las fotos y los testimonios fílmicos circulan por todas partes: nunca en la historia argentina estuvo tan claro de qué manera se mata a los que eligen salirse del rebaño.
El frepasista Juan Pablo Cafiero asume como jefe político de la Bonaerense cuando Franchiotti y su séquito ya están detenidos, a disposición de la Justicia. La Justicia investiga. Tiene sus tiempos.
Los piqueteros también tienen sus tiempos, urgentes: luchan por planes Trabajar, por un cacho de dignidad, por el hambre de los chicos. Se tapan las caras porque luego de las manifestaciones son buscados por los barrios por una policía cuyos métodos hoy están más claros que nunca. Muchos periodistas, incluso algunos progre, repiquetearán sobre eso y sobre los destrozos en los comercios. En general, son los mismos que hacen comentarios jocosos cuando la clase media plazofijista se las agarra con las vidrieras de los bancos. Una porción de ellos abona, acaso sin quererlo, la teoría de los dos demonios.
Es evidente que acá no hay dos demonios. Hay gente con hambre que se decide a reclamar y una policía que los reprime burlando la ley. ¿O es que la gente tiene que resignarse a ser estadística, sin hacer nada por cambiar las cosas?
El martes 2 de julio el gobierno anuncia que adelanta las elecciones.

Stop. Replay
Miren el gesto solidario del piquetero: perseguido por una jauría de policías sedientos de sangre, se para a ayudar a un compañero herido.
Miren el gesto asesino de Franchiotti y sus esbirros: llegan al lugar y le disparan por la espalda.
Miren otra vez: un tipo es capaz de parar una huida desesperada por ayudar a otro. El que viene detrás es capaz de asesinarlo por la espalda.
Elijan de qué lado está su corazón.

Stop. Congelen la imagen. Pongan “Selvagem!”, de Paralamas, otra vez.

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