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Jueves, 24 de julio de 2008

UNICO MEDIO: OMAR RODRIGUEZ-LOPEZ, DE THE MARS VOLTA, Y LA REVELACION XIMENA SARIñANA ANDUVIERON POR CHACARITA

Volta al mundo

En marzo pasado, el violero de esta gran banda estadounidense se “unió” con la nueva estrella de la canción mexicana. Omar Rodríguez-López, de The Mars Volta, y Ximena Sariñana, actriz convertida en suceso, finalmente pudieron reunirse en Buenos Aires. Y el NO los entrevistó en exclusiva.

 Por Yumber Vera Rojas

Detrás del mítico bar de la calle Rodney ocurre una historia de amor. Se trata de uno de esos encuentros emocionantes que desbarata fronteras y erige ilusiones. Considerando la naturaleza latina de sus actores, la trama podría estar cerca de convertirse en un culebrón de Corín Tellado. Pero en realidad simboliza un romance de última generación que sortea itinerarios y distancias para materializar la iconografía del constante encuentro. El corazón de Chacarita, entre la calle Otero y la avenida Jorge Newbery, guarece la confidencialidad de dos estrellas del aparato pop. En marzo pasado, la casualidad unió al violero de una de las bandas estadounidenses más sensacionales del rock reciente con la nueva estrella de la canción mexicana. Omar Rodríguez-López, cacique de la agrupación The Mars Volta, y Ximena Sariñana, actriz convertida en rutilante suceso musical de su país, finalmente pudieron reunirse en Buenos Aires para cultivar el idilio, luego de un fallido intento por coincidir en Australia mientras el grupo también liderado por el vocalista Cedric Bixler-Zavala estaba de gira en la nación oceánica.

“La historia es de película”, reconoce Omar en exclusiva para el NO. “A Ximena la conocí en un vuelo, no sabía que era actriz, ni cantante. Me preguntó sobre el significado de una palabra que contenía un libro en inglés que estaba ojeando, le contesté que no sabía lo que quería decir y seguí leyendo lo mío. Luego nos volvimos a encontrar en inmigración en el aeropuerto de Los Angeles. Era un vuelo que procedía de Guadalajara, pues allí coincidimos en el cartel del Coca-Cola Zero Fest. Me comentó que venía a tocar, y me invitó. Aunque no salgo, ni tengo vida social, no sé por qué se me antojó ese día coger un break e ir a ver su show. Si bien las entradas estaban agotadas, me quedé afuera esperando porque sentía que algo iba a pasar. Al rato salió su manager y me hizo entrar. Su concierto fue mucho más íntimo de lo normal porque no había llevado a todo su grupo, y su voz se me hizo increíble. A pesar de que soy tímido con las mujeres y la gente en general, luego de su presentación platicamos toda la noche. Y ahí comenzó el rollo.”

Apenas debutó el mes de julio, el invierno lo castigó con una tarde fría y oscura. Envuelto por un silencio interrumpido ocasionalmente por el eco industrial de las fábricas aledañas y la fantasmal bocina de algún tren con rumbo al oeste, el andurrial mostraba un retrato desolado de autos tristes aparcados, árboles desnudos, el concreto más gris del mundo y al fondo la pared blanca y alta del cementerio de Chacarita. En Otero al 300, un chirriante motor eléctrico estacionado en la vereda derecha tensa unos cables que conducen hacia una casa opaca de ventanas amarillas. Si se lo hubieran propuesto, Omar y Ximena, seguro, no habrían podido conseguir algún paraje tan idóneo para lo ignoto como éste. No obstante, no lo eligieron. Hasta esa edificación los llevó un equipo de MTV para que la mexicana grabara unas promos: la razón de su estadía durante cuatro días en la capital argentina. La escenografía varía del calor de un hogar a una calle en la que nieva telgopor. Mientras ella trabaja, el guitarrista de The Mars Volta, Tweety González –realizador del disco debut de Sariñana– y el equipo de producción miran sigilosos su actuación.

Luego de escuchar el trillado “corten”, Ximena aprovecha para mimar por un minuto a su chico. Ese instante para ellos dura una eternidad, como si representara su propia versión del estancamiento del tiempo a-lo-Matrix, a la vez que maquilladores, camarógrafos y asistentes raudamente cambian el set. Cuando la novia nuevamente entra en plano, Omar se levanta a saludar. Tweety lo presenta. Su pinta tiene más que ver con la que inmortalizó el salsero Héctor Lavoe en el clímax de los ‘70 –saco de solapa ancha y pantalón bordó, camisa negra y, además, zapatos que no distan de una alpargata argentina– que con la de un guerrero de la música moderna actual. De hecho, si algo tienen en común el salsero y el rockero de 32 años es su origen: ambos son puertorriqueños.

Piden silencio y baja su notable entonación boricua, aunque saca a relucir su generosidad y paciencia. Sugiere subir al piso de arriba y en el camino recuerda el recital que su grupo brindó en 2004 en Buenos Aires en el Personal Fest. “El show estuvo cabroncísimo. Esa vez vino con nosotros John Frusciante, que nos acompañó en el último tema. Pensé que regresaríamos al año siguiente, pero no volvimos. Sentí esa experiencia como una vacación, especialmente porque venía de mezclar el disco Frances the Mute.”

Rodríguez-López ha tomado un descanso en el tour que lo mantiene ocupado en este momento para encontrarse con Ximena. En éste presenta el más reciente álbum de The Mars Volta, el emotivo The Bedlam in Goliat (2008), un trabajo de carácter conceptual, al igual que sus discos De-Loused in the Comatorium (2003) y Frances the Mute (2005), que gira en torno de la ouija (una tabla similar al juego de la copa). “Resultó una historia curiosa de tres personas y de la forma en que la religión trata a las mujeres. Para Cedric, la ouija fue una influencia importante pues usó expresiones que salieron de ella para el título y el contenido de las canciones. Si bien yo había compuesto la música de los temas cuando estaba grabando Amputechture (2006), nuestro álbum anterior –al que cataloga como el más ‘especial’ del grupo–, para él ésa fue su inspiración.”

Una historia que surge a partir del regalo de Omar a su compañero de banda. “Estuve diez días de vacaciones en Palestina y Jerusalén. En ese viaje le compré de regalo una tabla ouija a Cedric. Se me hizo una pieza antigua que le vendría bien para su colección. En los Estados Unidos no se vende nada así; existe, pero es más como un juguete. Nunca se me ocurrió que quisiera utilizarla. En nuestra primera gira de Amputechture se la trajo. El quería usarla, y me pareció chévere. Algunos dicen que cuando juegas todo viene de tu subconsciente, aunque otros creen que es real lo que pasa.”

Sugestión o no, tras comenzar a jugar con la ouija una serie de sucesos extraños rodearon a la grabación de The Bedlam in Goliat. “Tuvimos mala suerte después de usar la ouija. No sé si lo inventé o si fue real. De allí en adelante hacer el álbum fue karmático en términos de producción, los tracks comenzaron a desaparecer. Además, mi ingeniero, con el que trabajé cuatro años e hice 23 discos, de repente me dijo que se había dado cuenta de que yo estaba tratando de enfermar a la gente con mi música. Cogió la grabación y se la llevó para su casa. Tuve que mandar gente para que se la quitaran. El disco entero se convirtió en una locura. Cuando me la trajeron, él había empezado a eliminar los temas. Hasta la mezcla del disco se borró, y pensé en ese momento que todo tenía que ver con la ouija. Pero fue pura mala suerte.”

Luego de haber sido catalogada una producción oscura y negativa por Omar, hoy la piensa como una realización positiva. “En ese tiempo no quería hablar sobre ella, ni girar, ni hacer prensa. De repente la cosa cambió, tuve una perspectiva nueva. Se me hizo muy positivo porque pasé por eso y no me rendí, acabé lo que empecé. Ahora la amo. Entré por la locura y salí por otro lado. Es como mi niña especial.”

–Pero la superstición es una actitud común en la cultura latina.

–Totalmente. En unas entrevistas para México y Chile tratábamos de no hablar de la ouija. Sin embargo, los periodistas que conocían la historia nos cuestionaban y preguntaban que si veníamos del Caribe y conocíamos la cultura santera, por qué nos metíamos con eso. Caso distinto fue el de Europa. Recuerdo que echábamos el cuento en Alemania y no nos creían.

–Sos de Bayamón y creciste en una ciudad norteamericana influenciada por México como El Paso. ¿No fue tortuoso tener que convivir con tres culturas al mismo tiempo?

–En Bayamón y El Paso están mis raíces. Cuando se habla de Puerto Rico sólo se conoce la salsa y ahora el reggaetón, que no me conmueve ni lo entiendo mucho. Pero poseo una identidad confundida porque siendo boricua he vivido mucho tiempo en los Estados Unidos, así que estoy americanizado. Y también tengo la influencia de los mexicanos: los boleros, Pedro Infante, el cine que hizo Luis Buñuel cuando vivió allá o la obra de Jodorowsky. A veces me siento parte del libro La raza cósmica, de José Vasconcelos, que adviene que un día todo va a estar mezclado. Así como Blade Runner.

–Así como tu compatriota Carlos Alomar, te convertiste en un referente de la viola dentro de la experimentación del yeite. Considerando que tus influencias primarias provienen de la salsa, ¿cómo llegaste al rock?

–Fania All-Stars, Héctor Lavoe, Eddie Palmieri y Cheo Feliciano eran mis dioses, mientras que la música en inglés se me hacía chistosa. Cuando llegué a los Estados Unidos con mi familia me metí en la onda del skateboarding y de esa forma conocí el punk rock. Me parecía que tenía el mismo fuego de la salsa. Mi padre, que es médico, tocaba en una orquesta e iba con él a los ensayos. Allí me di cuenta de que debía estudiar muchos años para poder armar mi banda. Una vez que entré en contacto con el punk, a los 12, supe de inmediato que eso lo podía hacer yo. Empecé a tocar el bajo, escribí canciones, formé mis grupos y a los 13 estaba haciendo guisos en El Paso.

–¿De qué manera se enlaza el punk con una propuesta más afín al rock progresivo o al art rock como la que hoy practicás?

–El punk tiene sus reglas y una forma de pensar muy abierta que me llevó hasta artistas como Fela Kuti. Gracias al punk cultivé el sentido de la curiosidad y me di cuenta de lo interrelacionado que estaba todo. Con The Clash conocí el reggae y el dub, a Bob Marley y a Lee “Scratch” Perry. Una cosa te arrastra hasta otra, una pregunta se convierte en otra. Llegué a Pil a través de los Sex Pistols. Supe que a Johnny Rotten le gustaba Can y así entré en el krautrock. Por Neu! me enteré de que había una banda llamada King Crimson, y ésta me conectó con Stravinsky.

–Confesaste que tu mayor influencia musical es el salsero Larry Harlow, creador de Hommy, la adaptación afrocaribeña de la ópera rock Tommy de The Who. No sólo cumpliste tu sueño de conocerlo sino que te diste el lujo de invitarlo a colaborar en Frances the Mute. ¿Colmó tus expectativas?

–Conocerlo fue una de las mejores cosas que me pudo pasar. Su hijo es fan de The Mars Volta y me dijo que le iba a pasar lo nuestro. Como la gente habla mucho, no me quise entusiasmar con su ofrecimiento. De repente Larry le mandó un mail a nuestro manager en el que decía que le encantó la música que hacíamos y que sentía la influencia de la salsa en ella. Le respondí y le pregunté si le gustaría grabar algo con nosotros. Aceptó y nos fuimos a Puerto Rico. Una vez que entramos al estudio, me consultó si la toma había quedado bien. Me daba pena pedirle que la repitiera, pero insistía en que se lo comentara con confianza porque yo era el director y tenía que guiarlo. Hasta mi papá se compró un boleto y viajó para conocerlo. Lo pasamos tan bien...

–Es notable el peso de tu padre...

–Mi papá vive por mis ojos. Cuando puede, se escapa con mamá a ver nuestros shows. El es el que colecciona las revistas, los tickets.

–Antes de hacer de la música tu oficio, ¿por qué te fuiste a vagar por los Estados Unidos?

–Sentía que no me conocía. A los 17 años decidí distanciarme de mi familia, de la escuela y de mi identidad boricua. Como quería saber quién era, me fui. Para mi padre fue difícil porque éramos amigos. No supo de mí por un año, incluso llegó a creer que estaba muerto. Aprendí muchísimas cosas, conocí gente, sufrí y estuve de parranda. Me metí en las drogas de forma negativa, viví en sitios sucios con ratas. No tocaba música, no me importaba nada. Pero un día en Baltimore desperté. Supe que no se había acabado el viaje. Entonces llamé a Cedric, a quien le tenía mucha confianza y con el que no hablaba desde hacía meses, y me mandó dinero para regresar a El Paso. Y ahí empezamos con At The Drive-In (antecedente post-hardcore de The Mars Volta).

–¿No sentís que Cedric es como tu alma gemela?

–Está errado el que piensa que eso pasa sólo con una mujer. No tenemos ni que hablar para entendernos. Nos vimos la primera vez y nos reconocimos de otro lugar, de otra vida, de otro momento. Siempre me apoyó y me ayudó a creer en mí. Tan estrecha ha sido nuestra relación que cuando At The Drive-In se hizo exitoso se comenzó a especular con que éramos homosexuales porque compartíamos no sólo el grupo sino la casa y la ropa. Estábamos juntos todo el tiempo. La gente a veces no entiende relaciones tan fuertes entre los hombres.

–¿Por qué la amistad es un tema recurrente en The Mars Volta?

–Los amigos son espejos, nos ayudan a comprender cuál es nuestro lugar en el mundo. A mí me cambiaron la vida. Julio Venegas, a quien está dedicado el primer disco de The Mars Volta, y Jeremy Ward, fundador del grupo, fueron una influencia bien grande porque me mostraron películas, libros, músicas y la interrelación entre todas estas cosas. Además, con ellos conocí los límites. Sus muertes trágicas fueron una consecuencia del abuso de las drogas.

–El año pasado publicaste Calibration, tu nuevo disco en solitario. ¿En qué se diferencian tus trabajos solistas de los álbumes de The Mars Volta?

–Por contrato podemos lanzar un álbum al año con el nombre de The Mars Volta. Como siempre estoy grabando, después decido si esos temas formarán parte de un disco del grupo o si irán para otro proyecto. Por el momento estoy publicando mis trabajos en solitario bajo mi disquera, Rodríguez–López. Ahora que se acaba el contrato con Universal, me gustaría sacar cuatro discos de la banda al año a través de mi sello. No quiero hacer más álbumes solistas, The Mars Volta es mi grupo. La única diferencia que puede haber a veces entre uno y otro son los músicos que me acompañan.

–¿Cuándo se acaba la locura?

–Puede ser en cuatro o diez años. Uno nunca sabe. Por eso la tienes que disfrutar. Uno de los guitarristas de At The Drive-In siempre se ponía a reflexionar sobre lo que pasaba, y años más tarde me dijo que se arrepentía de no haberse divertido más mientras duró. Siempre me acordé de eso. Quiero vivir la experiencia, y cuando se acabe lo aceptaré y le pediré prestada a mi padre su colección de recortes míos para mirarla.

De Omar sobre Ximena

Al tiempo que Omar cuenta que tiene como materia pendiente escuchar los discos de Luis Alberto Spinetta, Charly García, Divididos y Astor Piazzolla que Tweety González le regaló, adelanta que planea regresar a Buenos aires con The Mars Volta a fines de octubre. Cuando se le consulta sobre el contraste entre su música y la de Ximena, el guitarrista boricua apunta: “A ella la respeto musicalmente. Si bien lo que hacemos es diferente, a mí me gusta la música honesta. No importa si es experimental o pop”. Mientras se toma un descanso en la grabación de sus promos para MTV, la cantante mexicana se suma a la tertulia: “Omar entiende que es una liviandad encontrar a alguien que te comprenda. Rescato su personalidad, su alma, su corazón y su generosidad para compartir todo eso conmigo. Tratamos de conservar nuestra relación lo más normal posible, dentro de lo que cabe. El siempre está viajando y yo también, pero nos conocimos en un avión. Nuestra historia está escritísima. Son circunstancias de la vida, y si están las ganas de hacerlo no me importa que él se venga a la Argentina o yo lanzarme a donde sea”.

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