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Jueves, 28 de noviembre de 2002

LAS AVENTURAS DE UN DE LA GUARDA EN COREA DEL SUR

Colgado en Seúl

El grupo argentino de performances teatrales se presenta por estos días en la capital coreana y uno de sus integrantes, a pedido del No, escribió sus primeras impresiones desde el otro lado del mundo. Con una extenuante temporada por cumplir, Sebastián revela cómo se prepara para sobrevivir lejos, muy lejos de casa.

Hace cuatro días que estoy en Seúl, esperando llegar. Me parece que el 50 por ciento de mi cuerpo y mi cerebro todavía están viajando. Lo que no tengo muy claro es qué parte del 50 por ciento restante está acá. ¿Mirá si se perdió un porcentaje de mí en el viaje? Que lío, ¿a quién me quejo?
Cuando, semanas atrás, De la Guarda me convocó para la gira 2002-2003, me pareció que iba a suceder un quiebre en mi vida. Dudaba si ese quiebre iba a ser bueno, malo o físico. Todavía no lo sé. Ocho funciones semanales podrían destrozar a cualquiera, y como perdí mi omnipotencia hace rato, a veces creo que voy a morir, y sin mi chica... ¿Podré soportar la gira? ¿Podré soportar a los coreanos? ¿Los coreanos me soportarán? Mi vida estaba llena de interrogantes y ahora tengo nuevos, y en coreano.
Seúl, el otro culo del mundo, pero muy, muy distinto. Decidí relajarme y tratar de disfrutar al mango todo. Todavía no lo pude hacer. Es raro: son doce horas exactas de diferencia y el cuerpo está acostumbrado seguir esos horarios, me despierto a las 2 o 3 de la mañana y me desvelo porque allá son las 2 o 3 de la tarde. Hoy me dijeron que eran una o dos semanas de adaptación. Cuerpo puto, dale, apurate.
Embarcamos en American Airlines y viajamos 10 horas hasta NY. Como no teníamos visa –estábamos en tránsito–, los yanquis se dedicaron muy profundamente a hacernos sentir que éramos ilegales. Nos retuvieron los pasaportes hasta Seúl. ¿Cómo era que trece personas de la Argentina podían tocar suelo yanqui sin visa? Estuvimos a un costado de todos una hora, con custodia, hasta que pasamos por migraciones, y ahí sí se dedicaron a hacernos sentir peor: tres horas tirados en el suelo en un cuarto, con custodia. Si queríamos mear, con custodia. Los que fuman, a fumar con custodia afuera. No sé, raro, pero obvio. Después de 7 horas de espera, nos llevaron a embarcar a la terminal de Corean Airlines, donde ya empezamos a ver todos coreanos.
Ese viaje fue muuuuuuuuuuuy extraño. Fue muy loco cruzar la date line. Viajamos 16 horas hacia el Oeste y siempre el sol igual. Fue un atardecer eterno y en vez de anochecer, como sería lo común para mí, cada vez era más temprano. Ahí ya me preocupé...
En un momento me colgué a mirar el mapa de recorrido del viaje: Canadá, Kamchatka, Siberia, todo un pedazo de mundo que nunca me detuve a observar. ¿Dónde estaba? ¿Dóoóoooooonde? Más miedo. Ahí me dije: “Sebas, estás hasta las manos. No hay vuelta atrás”. Sí, se me frunció un poco, pero aguante vieja, que recién empieza. Estaba viajando al otro extremo del globo, sabía que si me pasaba de Corea, empezaba a volver.
Llegamos a Seúl agotados. Después del tramiterío rápido, me dispuse a observar mi nuevo medio, pero al darme cuenta de que estaba agotado, lo dejé para después. Para qué iba a gastar la poca energía que me quedaba, sabiendo que yo iba a ser el observado. Sí, puede ser fobia (acá te agarra). Los primeros días salía y cuando me encontraba rodeado de coreanos, me agarraba un no sé qué, que me obligaba a correr hacia el hotel, siempre cerca, porque temía alejarme y perderme. Los nombres de las calles son difíciles de recordar, también de entender y además son muchísimas. Calles, avenidas, callecitas, pasajes, son un millón y todavía no me alejé más de un radio de 20 cuadras. Opté por no tratar de conocer mucho de entrada y sí investigar las comodidades del hotel.
A la comida –voy a ser positivo– hay que acostumbrarse. Estoy esperando estar más fuerte para animarme a pedir algo raro. Aunque pensándolo bien todo es raro, no hay traducciones en los restaurantes, y todavía no aprendí el idioma de palito-palito-signo. Yo sé inglés bien, pero acá muy poca gente lo habla. El curso de mimo que hice en mi adolescencia sirvió. Todo es señas, sonidos raros y mucha reverencia. Para decir “hola” hago una reverencia; para decir “chau”, también, y ahora estoy tratando de inventar la comunicación por reverencias. A ellos les gusta y te sonríen. Todavía no puedo afirmar que son recopados, que te ayudan en todo, que son educados, que te respetan. No sé si soy yo, pero a mí no me dan bola. Si hasta se me cuelan en las filas para pagar... Me explicaron muchas cosas, pero prefiero entender y aprender desde mi óptica. Pobres seulenses.
El otro día uno de mis compañeros inauguró la gran argentina: “Che, mozo comilón, traé agua”, todo con una sonrisa. Así que quise hacer lo mismo. Estaba frente a la Embajada de los Estados Unidos, y como hace unos meses un tanque yanqui atropelló y mató a dos niños seulenses, el edificio está lleno de canas. Pasé con mis compañeros por ahí y, como hablándoles a mis amigos, empecé: “Sí, sí, todos los canas se la morfan...”. Primero me dio miedo de que hubiera alguno que sepa español, y después me dio vergüenza. Creo que no lo voy a hacer más, aunque me encanta degradarme.
SEBASTIAN PIRATO MAZZA
DESDE SEUL, COREA DEL SUR,
Noviembre, 2002

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