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Jueves, 3 de enero de 2013

EL DRAMA DE SER TELONERO

NO LO SOPORTO

Escupitajos, mal sonido y hasta la exigencia de poner plata para tocar. No es fácil la vida del artista soporte. “El telonero es un pelador nato”, arriesga Montiel. ¿Pelar para vivir? Historias de soportes que debieron soportar todo.

 Por Javier Aguirre

La mitología rocker garantiza que, en un concierto, al “artista soporte” le corresponde el lugar del gil. Que nadie se ofenda, pero abundan los argumentos: lo tratan de gil porque toca muy temprano, porque no le permiten probar sonido, porque no le dan buen volumen, porque le dejan todas las luces encendidas menos las del escenario, porque el tiempo autorizado para su set resulta ínfimo, porque puede ser blanco de hostilidades de parte de los espectadoresfans del número principal o porque –según el caso– le hacen llevar equipos, costear afiches y avisos publicitarios en medios de comunicación, o bien asegurar una venta mínima de entradas, lo que se traduce en la vieja idea pérfida de pagar para tocar.

O sea que, merced al puntual objetivo de “acceder a un público más numeroso” (el que se supone, convocará el artista central de la velada), la banda a cargo de abrir el show –también llamada “soporte”, “invitada” o “telonera”– a menudo paga bastante cara su intención de crecer. ¿Dónde termina aquello de “pagar derecho de piso” y dónde empieza el forreo liso y llano?

Parte del problema reside en la verticalidad implícita, casi clasista, que parece definir la relación entre el artista principal y el artista invitado. Uno es un grosso y el otro, un emergente. El mainstream y el under. La vedette con boa de animal print y el chiquilín que miraba de afuera. El que llega al show en limusina rodeado de groupies en celo y el que se carga al hombro el bajo y el amplificador y toma tren y dos colectivos. Esa diferencia de fuerzas (convocatoria, infraestructura, trayectoria), inherente a los lugares que ocuparán uno y otro en el cartel, supone que el primero es un artista consagrado que ya hizo todos los méritos para estar ahí, mientras que el segundo es un artista ignoto que debería dar gracias por poder mostrarse en esa fiesta ajena.

Aclaración: este fenómeno no ocurre en fechas compartidas, gestionadas y organizadas por distintas bandas que se tratan como “iguales” y que hasta deciden el orden de aparición por sorteo. Más allá de miserias puntuales, en estos casos la relación entre los artistas ha de ser horizontal y nadie sentirá que está “soportando” a nadie. “La idea es que todas las bandas laburen tanto como nosotros para convocar monada y para que sea una fiesta total, es lo bueno de sumar fuerzas”, destaca al NO Gaspar Om, cantante de Los Umbanda. “Es lo valioso de moverse por afinidad musical, de vida, casi intelectual –dice Martín, voz de Ojos Locos–, eso nos hace especialmente felices por compartir algo tan importante como una fecha, en la que mostramos nuestras expresiones artísticas, en las que creemos, junto a personas a las que de diversas maneras las admiramos.”

Sin embargo, cuando hay uno que mira desde arriba y hay otro que mira desde abajo, las anécdotas sobre solidaridad y camaradería entre colegas empiezan a parecer, precisamente, meras anécdotas. Hechos aislados: “No sabés lo que me pasó... toqué de invitado y no intentaron cagarme”, acaso contará algún rocker con cara de sorpresa en la cena familiar. Las culpas de esa asimetría no deberán cargarse únicamente a los músicos, claro, también meterán la cola en todo esto los organizadores, productores, managers, dueños de boliches o empresarios. Pero de ellos nunca nadie espera solidaridad.

“Hay muchos productores de shows de bandas medianas que usan a las bandas soporte para pagar el cachet del artista principal, haciéndoles pagar por tocar; es triste pero es la realidad”, confirma Gaspar. Y denuncia: “Una vez me llamaron de la productora que armaba un show de Calle 13 en el Luna Park. Tirándome flores, me dijeron que querían que Los Umbanda fueran la banda soporte, pero que yo debía ceder mis derechos de cobro de Sadaic. Por supuesto que no accedimos a tal disparate y un productor me dijo: ‘Cuidado que yo te disuelvo la banda con un solo llamado telefónico eh...’. Por supuesto que los Calle 13, a los que después tuve la suerte de conocer, no estaban al tanto de nada de esto. Es que este ambiente esta lleno de vampiros que se la quieren llevar toda”.

Por su parte, Martín, de Ojos Locos, mira hacia atrás para entender el duro oficio de telonear: “En el pasado, los productores y los músicos tenían otro concepto del artista soporte. Se presentaba verdaderamente a alguien creíble, que estaba ahí por mérito propio, no por acomodo, ni para sacarle plata, ni porque lo imponía un sello discográfico; entonces se lo respetaba y eso llegaba al público, que sí estaba dispuesto a descubrirlo. Pero todo eso se perdió, se oxidó la cadena en todos los eslabones, desde los shows más grandes hasta los más under. Se propagó un pensamiento que, lamentablemente, todos fueron aceptando”.

Los obstáculos que esperan al telonero no son, únicamente, económicos. “Allá por los ‘90, con mi banda de entonces, Entre Las Medias, nos tocó ser soportes de Divididos y de La Zimbabwe en la Sociedad de Fomento de Rafael Castillo, ante más de mil personas”, cuenta al NO el cantautor Pablo Montiel, hoy solista. “Los organizadores, que no tenían nada que ver con las bandas, consideraron que debíamos tocar en un escenario inferior y nos armaron un lugar al ras del suelo, debajo del escenario mayor (que tenía dos metros de altura) y sin vallado, con dos cajitas por lado y con sólo una persona de seguridad, que estaba muy concentrada haciendo fondo blanco con una cerveza de litro. Era jugar en el Morumbi, de visitantes”, recurre a la metáfora futbolera el ex Mondo Hongo. “El resultado fue demoledor: todos bañados de escupidas y un par de equipos menos... pero bancamos el show hasta el final; puro aguante”, destaca, con la analgésica perspectiva que da el tiempo.

La predisposición del espectador para prestar atención a un artista por el que no pagaron su entrada parece ser, entonces, un factor de peso: el artista soporte no necesariamente encontrará espectadores dispuestos a probar un bocado nuevo... que no pidieron. “Recuerdo haber ido a un show de Los Visitantes, apenas se había separado Don Cornelio, en el Viejo Correo de Parque Centenario –ubica en tiempo y lugar Martín, de Ojos Locos–; de casualidad, al entrar, sin intención de buscar nada, me topé con una banda que estaba tocando un tema que me gustó mucho y cuando terminaron su show me dieron una especie de panfleto. Lo guardé y me prometí que los iba a volver a ver. Nunca lo hice. Todavía hoy recuerdo el tema, pero hasta perdí el panfleto.” Y ese destino de olvido, así y todo, es mucho mejor que las escupidas y las cajas de menos de Montiel.

¿Es tan agrio, entonces, el panorama para cualquier banda soporte? ¿Acaso se trata de un malentendido histórico, y subirse al escenario antes de un artista de gran convocatoria es una experiencia que, en realidad, no redunda en ningún beneficio? “Funciona porque te ve mucha gente junta, una cantidad de personas, tal vez miles, que resulta difícil de reunir en un show nuestro –concluye Gaspar Om, de Los Umbanda–; sirve mucho para ver, desde adentro, cómo laburan las bandas grandes y aprender y, por supuesto, también sirve porque cobrás muy bien Sadaic, lo que ayuda a desarrollarse.” “En las liquidaciones de derecho de autor suma un manguito más, pero el aspecto en el que más sirve, es a nivel ‘nombre’, porque en términos de difusión y comunicación, uno se va armando una chapa”, precisa a su vez Montiel, y observa: “El poder flirtear con las grandes ligas también ayuda a la maduración de una propuesta. El escenario enseña y esas oportunidades no dejan de ser grandes aprendizajes, inclusive, en las experiencias negativas. Generalmente uno toca en condiciones de inferioridad técnica, y se siente casi una molestia, o un mal necesario. Encima, la atención del público es inestable, cuando no agresiva.”

¿Y a nivel convocatoria? ¿Es válido el supuesto que indica que el soporte tiene la posibilidad cierta de conquistar a espectadores que nunca lo habían escuchado?

“Que a las bandas les sirva para hacer conocido el nombre, no significa que vaya a tener impacto directo en la cantidad de tickets o discos vendidos”, opina Montiel. “Mucha gente nos dice que nos descubrió cuando teloneamos a Radio Bemba, que le volamos la peluca y que desde entonces nos empezó a seguir”, afirma, en cambio, Gaspar Om. “Fuimos soporte de Manu Chao casi todas las veces que vino a la Argentina, y resultó alucinante, ya que Manu elige los soportes por razones netamente musicales, para que la gente la pase bien antes de su show”, destaca el líder de Los Umbanda.

“Hace muchos años, cuando tocaba en la banda Venenosos, me tocó compartir una fecha con Miranda!”, hace memoria Gabriel Rulli, hoy vocalista de Crema del Cielo, “y me parecieron mucho mejores que la banda principal... que éramos nosotros”. Son los casos en los que, a los ojos del espectador, el artista soporte significa un plus, un valor agregado para el concierto. “Tuve la suerte de ir a ver a Primal Scream, en España, y quien tocó como telonero fue Jonny Marr... que la rompió toda”, agrega Rulli. “Tuve gratas experiencias con artistas que yo no había escuchado, aunque no eran nuevos, como Jorge Ben en el Live Earth, o como Muse, el día de U2 en La Plata”, enumera a su vez Montiel, “y también me ha cambiado la imagen de algún grupo, tanto positiva como negativamente, al haberlo escuchado como invitado de otro artista”.

“El balance es otro cuando hay afinidad personal, o si te estás dando un gran gusto, como tocar con AC/DC, Bob Dylan o los Rolling Stones”, subraya Martín, de Ojos Locos, “pero a esos shows rara vez llega nadie emergente”. “En cambio”, continúa, “una vez tocamos para siete personas, como teloneros de una banda ‘importante’ y ‘muy buena onda’, cuyos integrantes estaban en la esquina tomando unas cervezas durante nuestro show, pero que a la hora de hacer números nos cayeron encima como la Afip”.

¿Soporteloneros?

La diversidad de palabras (soporte, telonero, invitado) para designar a quien sube primero a un escenario arroja cierta luz sobre lo sinuoso y complejo de ese rol. “Entre las denominaciones comunes, me gusta la de ‘telonero’, porque tiene raigambre argentina: el telonero era quien salía a aguantar delante del telón mientras se preparaban los números centrales de la revista porteña”, ilustra el solista Pablo Montiel y amplía: “Generalmente era un cómico que hacía un monólogo y que se bancaba, él solito, a la gente. Tiene la mística del pelador nato”.

“Son palabras que me hacen entrever una división, la presunción de que alguien es menos que el otro —reflexiona Martín, voz de Ojos Locos—, no nos gustan los conceptos de ‘telonear’ ni de ‘soportar’, preferimos sentirnos invitados.” “Yo entiendo que lo de ‘soporte’ viene de que la banda invitada funciona como un ‘soporte artístico’ para la propuesta de la banda principal —analiza Gaspar Om, de Los Umbanda—; está bueno que compartan algo, no sólo por el estilo musical, sino por la onda, la energía, el mensaje.” “Yo prefiero que me digan ‘invitado’”, aporta Gabriel Rulli, cantante de Crema del Cielo, “básicamente, porque se supone que el invitado tiene acceso a la heladera”.

Hecha la Ley

La flamante Ley de la Música, sancionada hace apenas semanas, incluye artículos que apuntan a proteger los intereses de los artistas invitados, en particular, cuando participen en conciertos de músicos extranjeros. “Es muy importante, porque permite que un grupo argentino toque no menos de 30 minutos y en un horario destacado, ante un público generalmente numeroso”, explica al NO Diego Boris, referente de la Unión de Músicos Independientes, entidad que tuvo un rol fundamental en la llegada de la Ley de la Música al Congreso. Boris arroja algunos datos: “Si el artista soporte toca composiciones de su autoría, podrá cobrar derechos de autor por esas canciones. Hacer la cuenta sirve: Sadaic retiene el 12 por ciento de la recaudación de todo recital y luego divide ese importe por la cantidad de canciones tocadas en ese show”. El artículo 32 de la ley prevé, además, una sanción por incumplimiento, que obliga al productor a pagar una multa del 12 por ciento de la recaudación bruta. “El ejemplo más desmesurado está en los recitales que Roger Waters ofreció en River —apunta Boris—, la cuenta por derechos de autor fue tan grande que cualquier banda argentina que hubiera interpretado canciones propias antes de Waters, habría cobrado en Sadaic más de un millón de pesos.”

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