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Jueves, 24 de octubre de 2013

EL KUELGUE VOTA POR EL ABSURDO

Kolgar es humano

Con chistes en clave y canciones que “no pretenden bajar línea”, pero “rara vez cuentan historias”, la banda rebotó de la TV al cartelito de sold out.

 Por Mario Yannoulas

“Ruli es un nombre que no tiene ningún significado, una palabra que nos resulta graciosa y la venimos diciendo desde hace un tiempo. Para nosotros significa un montón de cosas que, en una cuestión de chiste interno, puede sintetizar algo...”

Tal vez la explicación del multiinstrumentista Ignacio Martínez sobre el título del segundo disco de El Kuelgue no haya sido del todo reveladora, pero a su favor tiene una excusa: el respaldo al absurdo, al chiste interno. La pregunta es cómo un manojo de bromas grupales, encriptadas, intestinas –quizá vergonzantes–, deviene en un discurso artísticamente válido para una generación, o al menos para el público que agotó entradas en Niceto y agregó función para este sábado. “También tiene que ver con no casarnos con ninguna idea en particular”, profundiza el cantante Julián Kartun, y cuenta: “Lo mismo nos pasó con el primer disco, Beatriz, un concepto artístico que no necesariamente tiene una definición. Es eso. Es Ruli. Un muñequito en un lugar vacío diciendo eso”.

¿Y se puede saber qué es?

J.K.: Es que no es nada. Es un personaje que aparece o se aplica como remate de una frase. Alguien dice algo y otro dice: “Ruli” (imposta la voz). Es tan ridículo que da vergüenza explicarlo (risas).

I.M.: Aparece mucho en las giras, en los ensayos. Entre nosotros nos decimos “Ruli”.

Hasta que el código se abre. Como en un show donde, entre estilos musicales como la salsa, el candombe o el jazz, la luz de un láser puede ser suficiente para romper el molde. “Uno de Seguridad le apuntó a alguien, y aunque teníamos el show muy estructurado, empezamos a joder con eso. ‘¿Qué somos, Pink Floyd?’ Fue una simple conexión con el público que salió espontáneamente... Es que reírse de vos mismo te permite esas cosas”, apunta Kartun, también creador de Caro Pardíaco, la cheta recalcitrante que la descosió en TV en el micro “Cualca”, de Duro de domar. “Pero la risa no es nuestro objetivo”, aclara. “No hacemos rock cómico; hacemos esto, que no sabemos qué es”, sigue.

En el disco –donde colaboran Adriana Varela, Sergio Dawi y Fernando Samalea-, los estribillos llaman la atención, como la frase “pizza con pala”. “Es otra cosa con la que jodemos en las giras –explican–. Son boludeces con las que nos reímos y que caen en una canción. Pizza con pala es un poco lo que pasa en los camarines, donde te dan eso, pizza y pala. Las letras suelen tener que ver con imágenes que nunca pretenden bajar una línea y que rara vez cuentan una historia.”

¿Y por qué pueden interesarles a los demás?

J.K.: Supongo que es como un lunfardo que está en las casas, en las calles.

I.M.: Muchas de las letras de Divididos no cuentan una historia particular, son palabras e imágenes que cobran sentido con la música.

J.K.: Intentamos hacer algo relativamente nuevo. No sé cuántas bandas hablan de una mina con remera de Boca que toma una birrita y dice que la keta no da para estudiar. Está repleto de lugares comunes, y una de las cosas que intentamos hacer, mal o bien, es salir de eso.

¿Tiene que ver también con un auge de lo ridículo?

J.K.: El rock en sí ya es una parodia, no existe más, sólo funciona como absurdo. Toda esa estética ridícula que se armó alrededor del rock no existe. A esta altura, el que toca sólo un género se falta el respeto a sí mismo. Un ejemplo contrario es el shuffle del iPod, donde te salta un tango de la orquesta de D’Arienzo, después viene 2Pac, después Jaime Roos, y después Michael Jackson. Un collage mental súper enriquecedor.

* Sábado 24 en Niceto Club, Niceto Vega 5510. A las 21.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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