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Jueves, 6 de noviembre de 2003

EL INCIPIENTE ROCK DE GARAGE SE HACE NOTAR CADA VEZ MAS.

Un nuevo sótano beat

El festival B.A. Stomp! de este fin de semana confirma la idea de un pequeño boom de la escena porteña de garage-surf-rockabilly. Más público, más bandas, más shows, más ediciones discográficas. Como si fuera una nueva manera de subir por la escalera, y salir a la luz.

PRODUCCION Y TEXTOS: PABLO PLOTKIN

El rock argentino tiene su historia oficial, la que comenzó cuando Los Beatniks, encabezados por Moris, editaron el simple “Rebelde” en 1965. Es una cronología que se hilvana sin fisuras: a cada acción corresponde una reacción; cada contexto, se supone, alumbra sus demonios y anticuerpos. Desde el comienzo, el canon impuso la valoración del idioma, la “originalidad”, la lírica “elaborada” y una especie de compromiso con el entorno social. Es una historia a la que le llevó un par de décadas reconocer a Sandro y los del Fuego como banda pionera, y donde el rockabilly y el rock norteamericano transitaron por una ruta colectora anexa a la autopista beatle y stonemaníaca. Ese quiebre convirtió a los olvidados Wild Cats en los inolvidables Gatos, llevó a Eddie Pequenino (Mr. Rock y sus Roll) a objeto de estudio arqueológico e hizo que bandas proto-surfers de los setenta terminaran tocando cumbia para ganarse la vida. “El problema es que acá pegaron demasiado los Beatles y muy poco los Yardbirds”, opina Nicolás Valle, contrabajista de Historia del Crimen y organizador del B.A. Stomp!, el festival porteño de garage, surf rock y rockabilly que este fin de semana concretará su cuarta edición.
El rock nacional nunca fue territorio fértil para las recreaciones literales de género, y los casos más resonantes fueron ficcionalizaciones tardías y algo superficiales (Los Ratones Paranoicos con los Stones, Los Súper Ratones con los Beach Boys). En ese contexto, el rockabilly pasó a ser la caricatura del rock manipulado y sumiso previo al hippismo. Por eso fue una especie de rareza cuando, en los ochenta, Los Casanovas salieron a escena con su psicobilly (rockabilly, new wave y punk) y torcieron levemente el rigor del paradigma. Les siguieron bandas más clasicistas, como Pelvis (producidos por Sandro, a quien trataron en persona) y Los Valiants. Ya en los noventa, los notables Ultrasonoros fundaron el retro-surf instrumental hecho en Buenos Aires. En cuanto al rock de garage (cuyo nacimiento se remonta a los años sesenta, cuando los yanquis copiaron mal a las bandas de la ola británica), hay que señalar a Cadáveres de Niños (luego Cadáveres) como el grupo pionero. “Hasta hace unos años no había nada”, recuerda Patricia Pietrafiesa, quien comandó Cadáveres junto a Marcelo Poca Vida. “Estábamos nosotros, que tocábamos mal, pero no mucho más. Después empezaron a surgir más bandas, y ahora vivimos un pequeño boom: reapareció un público de gente más grande, más rockera, una generación que pensé que había abandonado las salidas. En un momento creí que los únicos que iban a los shows eran los pibes hardcore vegetarianos.”
En los últimos años, el festival Stomp! y fundamentalmente el sello No Fun (propiedad de Charlie Lorenzie, radicado en Detroit) instalaron un principio de circuito que ya exhibe algunos síntomas: una radio de Zona Norte (FM Fénix, 93.1) emite los lunes, de 22 a 24, el programa especializado “Ante todo mucha calma”. Los responsables del ciclo también lanzaron el sello Scatter, que editó a The Tormentos, The Hates (“garage soul punk”) y próximamente a Satan Dealers (stoner garage) y Los Peyotes. No Fun, en tanto, publicó a Tandooris, reeditó el disco de Ultrasonoros, los Flaming Sideburns (banda dilecta del garage de Detroit, liderada por el argentino Eduardo Martinex), Thee Butchers Orchestra (Brasil), Coronados, Killer Dolls, los peruanos Manganzoides y Motosierra, quienes también fueron editados por Rastrillo Records, otro sello en actividad.
La música surf (que había sido borrada del mapa comercial por más de una década para luego resucitar con la banda de sonido de Pulp Fiction) cobra en estos días un volumen imprevisto en los sótanos de Buenos Aires: The Belvederes, The Surfecers, Distortion Surf, Los Vengadores, The Tormentos y Zorros Petardos Salvajes son algunos de los grupos que barrenan el microauge del género. Mientras tanto, Daniel Melero produce el disco de los rockabilly Historia del Crimen y genera una asociación impensada: la cabeza futurista del rock argentino incidiendo en el retro porteño más declarado. Patricia, en tanto, funda junto a Irene y Pipo el primer grupo de garage pop con voces femeninas –Bambolinas– y los excelentes Distortion Surf, de San Antonio de Padua, corren el foco de atención de la Capital.
“El nivel de las bandas argentinas es muy bueno, sobre todo teniendo en cuenta la poca cantidad que hay”, observa Charlie Lorenzie. “La cosa es que, por ahora, esas bandas siguen haciendo algo netamente retro, ya sea recreando el sonido original de los sesenta o, en algunos casos, tomando también elementos de los dos revivals importantes que vivió el género: a mediados de los ochenta y de los noventa. En Estados Unidos ya hay un garage año 2000, con las influencias lógicas, pero con un sonido fresco. Algo que todavía no escuché en la Argentina pero que, seguro, llegará en los próximos tiempos.”
Es difícil encapsular a todos en una misma corriente. “En el fondo, a todos nos une el garage. Todos vamos o venimos de ahí”, dice Marcelo Di Paola, guitarrista de The Tormentos. Más allá de las guitarras Fuzz, existe un imaginario (fetichismo) que vincula a todos estos géneros expósitos: las películas de terror de los años dorados de la factoría Hammer; Betty Page y todas las pin-ups de la época; los autos de trompas de tiburón y llantas cromadas; la ropa de cuero, los dibujos animados de los cincuenta y las máquinas valvulares. Ahora, el auge internacional del retro-rock (para los “especialistas”, los White Stripes y los Strokes son el emergente más “careta” de la escena) impondría un viejo dilema de la (contra)cultura rock. ¿Qué pasa si el garage argentino llega al Luna Park? “Se muere”, dice Patricia. “Deja de existir. Por algo se llama garage.”

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