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Jueves, 6 de noviembre de 2003

LA ENTREVISTA FORMAL, PUESTA EN DUDA

Pasemos a otro tema

La Máquina Entrevistadora, una curiosidad del ciclo “Arte en Progresión”, se propone desacralizar y deformar un clásico del periodismo tradicional .

POR JULIAN GORODISCHER

Hay veinte pesos para el cronista que se levante a su entrevistado o, en versión mundana, para el que termine en transa. La Máquina Entrevistadora, que los impulsores de la revista Juliana Periodista montaron, es la demolición del mito del periodista serio. En este salón (como parte del multidisciplinario “Arte en Progresión”, hasta el domingo en el C.C. San Martín) se proponen todos los desvíos: no pautar el tema, hacer un culto a la deriva y, sobre todo, cambiar de agenda. Si el “periodismo establecido” va en busca del famoso, Natalí Schejtman, junto con Daniel Levi y Germán Garrido, invitan a su juego a las personas comunes, anónimos de cualquier sexo y edad, bajo un lema extraído de alguna glosa del propio Manuel Puig a sus libros: “Todos tienen algo para contar”. Lo que surge es una crítica (o una puesta en crisis) de la entrevista periodística, aquella que se propone como verdad y, como dice Natalí, “es una instancia ficcionalizada de por sí”.

Una relación particular
Se exalta el artificio: se disfrazan con bigotes y pelucas, entrevistan en una cama de dos plazas, un diván, una playita o un camarín, y largan el chorro de preguntas que nunca persigue un titular a priori. “Quiero escuchar historias de amor, cuentitos que suenen lindo...”, asume la cronista, que se desplaza de la cama al living, se emociona con las angustias de Eugenia (sólo un nombre de pila) y escucha, después, el parte diario de su propia prima. En la cama, el cronista (Patricio) pide consejos, en su debut, sobre cómo preguntar: “¿Y qué me aconsejan para hacerlo bien?”. Ninguna pose quedará erguida allí donde el propio periodista reniega del poder de manejar la situación: cae la autoridad que confiere el grabador.
“Yo mismo me pongo en crisis –cuenta Germán–; empiezo hablando de cine y termino preguntando si las mujeres son más sensibles que los hombres.” Lo que aparece, en la Máquina Entrevistadora, es un diálogo entre dos antes que el vínculo mecánico de la situación-herramienta. Si otros medios entrevistan para que se pueda leer en un texto, aquí prefieren recuperar algo de humanidad en el trato. “Cuando uno logra recrear algo y ver sus condiciones de producción –dice Natalí–, sí o sí se rompe el respeto y se deja de cosificar.” Si el “deber hacer” del oficio impuso reglas inamovibles (objetividad, distancia, profesionalismo), esta gente desmonta la convención. Eso incluye la provocación de apostar dinero para el que llegue a la transa. No es trivial: es la desmentida a una prohibición originaria que no permite el sexo con el entrevistado. ¿Y si él o ella me gustan –dirá el cronista–, por qué no hacerlo?

Experimentar
Una vez que las entrevistas estén procesadas, la idea es editarlas por separado para que la gente pueda armar (este fin de semana) una revista a medida, seleccionando y descartando temas según su afinidad. El producto final es una incógnita: no hay criterios previos, no saben todavía qué puntos comunes tenderán entre las historias y, sobre todo, si éstas tendrán algún interés. La experiencia sirve como crítica y reacción frente a una práctica (el periodismo), pero, ¿dará un buen producto final? “Hay riesgos –dice Natalí–, y por algo no hay publicaciones sobre ignotos. Tal vez una respuesta posible es que hay que seguir las reglas del mainstream.” Hasta en la vacilación, la Máquina es una experiencia atípica en el periodismo: se actúa sin certezas, sin voluntad de dar una primicia, apenas con el deseo de experimentar sin fines prácticos. Pero, siempre, lo que se mantiene es la esencia del oficio: la destreza de aquél puesto allí para escuchar, mirar y escribir.

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