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Viernes, 2 de agosto de 2002

CONVIVIR CON VIRUS

Convivir con Virus

 Por Marta Dillon

Una de las formas más comunes de ese comportamiento que popularmente se llama histeria es enmascararse detrás de la amistad entrañable. Es decir: sujeto A seduce a sujeto B –ahorrémonos los géneros que la corrección política suele ser demasiado extensa-. Y viceversa, ya que la seducción unilateral nunca llega al río. Como sucede en toda relación en la que uno o ambos sujetos padecen de histeria, el flirteo se ahonda en las profundidades humanas, se regodea con las experiencias de vida –cuanto más terribles mejor– que siempre, ¡oh! casualidad, tienen puntos de contacto entre un sujeto y otro. No importa si uno es huérfano y el otro ha gozado de padre y madre, en definitiva todos estamos solos en el mundo y cuando se trata de comprender la experiencia humana da lo mismo una madre muerta que una mala y castradora. También se descubren gustos similares, se pueden compartir amanecer o noches de luna llena y tardecitas melanco de cerveza y maní que permiten creer que el círculo se ha cerrado, que al fin encontramos el alma gemela. ¡Cuán conmovedores suelen ser los sujetos histéricos en la primera fase de su desarrollo! Miradas lánguidas, poemas susurrados de memoria, llamados destinados sólo a darnos los buenos días. En esa etapa suelen ser sumamente creativos, despliegan su alma de artistas como una mesa bien servida de la que una puede servirse lo que desee. Lástima que dura poco. Dura exactamente el tiempo necesario para hacernos caer como chorlitos, prendadas de sus ocurrencias, su ternura, su dolor –eso nunca falta–. En muchos casos el encanto termina al mismo tiempo que el polvo, con el último suspiro se apagan todas las estrellas. Después seguirá un largo silencio. Ni buenos días ni buenas noches, ni extraordinarias películas para compartir. Si él o ella –es en vano, los géneros son inevitables– está sufriendo ya no lo sabremos. Tenemos suficiente con la desolación que nos provoca su ausencia. Entonces, es una la que llama, se hace la (o el) desinteresada, propone una humilde cerveza, qué sé yo, una charla. Y el encuentro se producirá, sí. Puede ser incluso que las afinidades sigan latentes, que nuestras sensibilidades nos acercan como las abejas a la miel. Pero, oh casualidad, las cosas cambiaron. Las horas se alargan, las caricias no llegan, somos simplemente amigos. Perdón, no simplemente sino los mejores amigos, esos que no se quieren perder ¡lo pasamos tan bien juntos! ¿Con quién más se podría compartir la salida de la luna? Con tu abuelita, gordo. Esa debería ser la respuesta correcta, queridos amigos y amigas. Esa amistad es, sepámoslo de una vez, una máscara más de la popularmente llamada histeria. Si una acepta, está perdida, condenada a beber para siempre de la fuente de la insatisfacción. No. No sirve tenerlo(a) cerca, salvo para aumentar la cuenta de la frustración. No se puede ser amiga(o) de quien habita en nuestras fantasías sexuales. Es un consejo desinteresado nacido de la voz de la experiencia.

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