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Jueves, 6 de abril de 2006

AGUAS (RE) FUERTES

El loco Doye (Dodge)

 Por Facundo Di Génova

El loco Murdock toca la bocina de su Renault 12 negro que antes era taxi. La misión: internarse en el norte bonaerense para encontrar y comprar una vieja cupé Dodge, de esas que hay varias versiones, pero muy pocas unidades en pie. No es un coche caro, no puede valer más de 4 mil pesos. Pero si está bueno, y el motor es V8, esa cifra es, sin pestañear, en dólares. Es difícil encontrar una. Pero lo intentamos. “Quizás algún viejo quiera vender”, dice Murdock, que parece un muchacho de Acassuso. El pelo albino, camisa escocesa, cinturón de cuero blanco, zapatitos náuticos. Parece, pero no. Los ojos claros, tres operaciones de vista –ahora ve tres veces menos–, la piel pálida, dos hermanas que rajan la tierra, Murdock tenía como único oficio parar con la hinchada de Chacarita. Hasta que se rescató. Ahora es chofer de una distribuidora y colabora con la revista TC Urbano. Para eso está buscando la doye. “Bueno –dice Murdock– vamos a dar una vuelta y vemos si encontramos la puta doye. Pero antes vamos a almorzar a un lugar. ¿En el diario no salió nada?”, pregunta. Nada. Agarra la Panamericana, sube en Márquez, enfila por Rolón, cruza un puente y frena a la derecha, en la parrilla del entrerriano. Fritas, un Vasco Viejo, dos chori, mixta, asado a la cruz y otro Vasco Viejo. “Vamos a encontrar esa puta doye”, dice el loco Murdock medio escabiado. Y arrancamos. Ruta 8, San Miguel, nada. En Malvinas Argentinas, llegamos al taller del loco Claudio, una especie de desarmadero donde sólo hay partes de viejos Chevrolet, cupé Chevy, 400, C-10... Ni noticias de la puta doye. “Enfilá para el Barrio San Roque y andá verlo al loco Mario, ahora está en el taller preparando la cupecita”, tira el dato el loco Claudio. “No, acá a la vuelta uno vende una Torino, está buena, eh –dice después el loco Mario–, pero si buscás una doye tenés que ir a verlo al loco Doye. Ojo, no sé si te va a atender.” Parece chiste, pero a todos los fierreros antes del nombre les dicen el loco tal. Agarramos la 197, cruzamos la estación de servicio, doblamos. La calle es de tierra. Dos perros huesudos custodian la entrada del taller. Ancho y grueso, el pelo ensortijado, cara de sátiro y voz de tabaco negro, los brazos engrasados, el mameluco medio baqueta y los borcegos reventados. Así me imaginaba al loco Doye. Nunca pude comprobarlo. “Mirá, salió, pero no lo esperés porque no sé si vuelve”, nos mintió una vieja, mate en mano. Eran las 19.45 en José C. Paz y la luz se estaba fugando. Y todos saben qué pasa en esos lugares cuando la luz se fuga y uno no conoce. Pegamos la vuelta. ¿La cupé Dodge? Todavía la estamos buscando.

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