La herramienta es el mensaje: el índice Nasdaq le pone algo de glamour y american way of life al enredo social y digital creado por Mark Zuckerberg. No deja de ser sintomático el efecto del marketing muy bien pensado: Facebook es el who is who de los ‘80 aggiornado, la plataforma perfecta para los cool hunter, para los buscadores de consumos urbanos, el aviso de la promotora, el investigador privado o también para el mundo de la creación artística. Embelesados por la necesidad de “ser y verse”, miles de usuarios que se dejan “adherir” al fabuloso sistema, hombres y mujeres dejan sus datos sobre la red sin pensar en sus consecuencias. ¿Y qué importa? En la época del Gran Hermano que transmite en pantalla plana, la patraña del amigo abierto a mostrar su cartera de encuentros sociales no deja respiro: no importa lo que uno haga, nuestros pasos quedan registrados, y uno va olvidando, lentamente, imperceptiblemente, que una vez tuvo una vida propia. ¿Se usará Facebook para contratar gente o para echarla? ¿Para evaluar a los “amigos peligrosos” de futuros empleados? ¿Importan los datos que uno va dejando por ahí? ¿O quedará apenas en el anecdotario del consumidor adolescente como eso que usaban cuando eran jóvenes y punto? Mientras los fotologs crecieron bajo el amparo de los anonimatos y los códigos secretos, la comunidad Facebook pone la cara, nombre y apellido, teléfono, vida y obra. Contradicción mediante, el NO abrió la semana pasada una cuenta en Facebook en la búsqueda de un espacio para acercarse a sus lectores, para marcar presencia en el mundo digital. Al cierre de esta edición, el espacio ya contaba con 350 “amigos”, entre músicos, productores, agentes de prensa y lectores entusiasmados que acercaban a este suplemento sus gustos, sus deseos, la música que escuchan, las fiestas a las que concurren, los amigos que se hacen y los que podrían ser sus amigos, porque también son amigos “nuestros”.