Domingo, 9 de octubre de 2005 | Hoy
FAN › FAN > UNA PINTORA ELIGE SU OBRA FAVORITA: SILVIA GURFEIN Y CAZADORES EN LA NIEVE DE BRUEGEL
POR SILVIA GURFEIN
Amo el invierno.
Ese tiempo en que todo es concentración de lo que luego va a desplegarse.
Todo es interior. Vitalidad contenida. El momento de la máxima confianza.
De las líneas negras recortadas en el cielo brotarán pequeños trazos verdes o rojos o celestes.
Con mi cabeza de niña poblada de cuentos de hadas escritos en los países nórdicos, miraba extasiada la reproducción de este cuadro en la Pinacoteca de los Genios que llegaba a mi casa. Y adoraba las historias con nieve. Y entrar en el relato del fuego, que era entonces más fuego si ardía en el frío, porque el calor es más calor si hay nieve alrededor. Respirar el aire melancólico del fin del día, que acelera la sangre, hace cristal la mirada y borra los bordes.
La sensación de lejanía por los tonos fríos en el horizonte y los cálidos en primer plano, siempre lejos frío frío frío, cerca tibio tibio tibio, te estás por quemar.
El oro de los pastos secos, el morado verde pardo de los vestidos de los cazadores sobre el blanco manchado de la nieve-tela, los infinitos matices de gris de la ropa de los campesinos que avivan el fuego, el chisporroteo del rayo amarillo naranja, los patinadores de invierno sobre la fragilidad del agua convertida en hielo, hora de jugar.
Por aquí pasa la mujer que transporta el ato de leña seca, hace su aparición algún rojo óxido perfecto, emergen las colinas con su decidido diseño natural, llegan los pájaros, como anunciando.
Así era la vida replegada.
Después, la fiebre y los sueños me mostrarían el camino que iba a conducirme al secreto contenido. Como una cazadora, como presa y como lanza, de la mano de Bruegel y con el amor como maestro, iba a rasgar los pasadizos de la luz, trazar la vía, construir la máquina del tiempo. Y siendo yo misma una buena máquina traer para ahora, la virtud oculta, el tesoro escondido en el cuadro, como un espectrógrafo nos da a conocer la composición de una estrella lejana por su dibujo de los intervalos de color.
Desde dentro, del mismo modo en que el invierno contiene toda la información del verano, del otoño y de la primavera, el óleo contiene toda la historia de la pintura, como ADN que transporta en el tiempo la información de su génesis.
Al igual que había en mí una posibilidad replegada, esperando, las paletas de este cuadro guardaban en sus pliegues una historia.
Tomar entonces un pequeño fragmento del cuadro, identificar el color como una unidad de sentido y en un mismo movimiento paradojal transformarlo en otro cuadro y en sí mismo.
Convertir la historia de la pintura en infinitas paletas a mi disposición.
Desarrollar esos colores, extrapolados, como una escritura, uno después de otro, en todos los sentidos y desplegar mi pintura y mi pintora.
Construir las relaciones posibles de esa paleta como un espectro.
Un cuadro oculto por otro cuadro.
Pintura sobre pintura sobre pintura.
Un cuadro habitado por un espectro.
El fantasma de un pintor.
Yo misma como un espectro.
Esta es una historia que ocurrió hace mucho
mucho tiempo.
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