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Domingo, 21 de octubre de 2007

FAN

Fragmentos de un discurso amoroso

Un cineasta elige su escena de película favorita: Marcelo Piñeyro y La conversación, de Francis Ford Coppola.

 Por Marcelo Piñeyro

Cuando me propusieron que eligiera la escena favorita de mi película favorita me pusieron en un aprieto. Son tantas las películas que en mí se disputan ese lugar, tantas las escenas que me conmueven y me llenan de admiración, que elegir una me resultaba imposible. En eso estaba cuando, casi por casualidad, volví a ver La conversación. Debo confesar que hasta ese momento no había pensado en ella, pero al volver a ver el comienzo no tuve dudas de qué escena elegiría.

Esta secuencia inicial sintetiza toda la película: contiene todos los elementos que después –así está armada la película misma– se completan, se complejizan, entran en contradicción. Arranca con un plano muy abierto de una pequeña plaza en San Francisco. La cámara se va a acercando: hay un montón de gente, es mediodía de un día de semana en una zona de oficinas, está toda la gente que bajó para la hora del almuerzo; hay una orquesta tocando, un mimo. Y poco a poco la cámara se centra en una pareja joven que da vueltas en círculos. Vemos a alguien que los está mirando desde una mira telescópica, y uno se dice –eso es lo primero que pensé, al menos–: "Años '70: ¡atentado!". Pero enseguida nos damos cuenta de que no; que la mira es de un micrófono ultradireccional que está captando sonido. Hay un tipo en una terraza, que tiene algo que parece un rifle; otro con una parabólica desde una ventana; otro los sigue vestido como un homeless. Hay todo un operativo montado para seguir a la pareja, para grabar su conversación. Y la pareja tiene una conversación absolutamente banal, de nada, de tonterías absolutas. Y de a poco uno va descubriendo que hay un camión en el que están los equipos instalados, y que se está registrando en tres grabadores, y simultáneamente te van presentando a los personajes: a esta pareja, los tipos que registran, y el líder del operativo, que es el personaje que hace Gene Hackman, Harry Caul. Toda la secuencia es un prodigio de puesta en escena, de tratamiento de sonido: la banda sonora es impresionante, todavía no había Dolby, era mono puro, pero el tema del sonido es conceptual, es creativo. Uno está escuchando la escena desde los micrófonos, y de pronto uno escucha a uno, y el micrófono corrige y entra a escuchar al de atrás, y de pronto entra una interferencia. La película luego va a desarrollarse a partir de esto, todo se centra en esta conversación absolutamente banal que resulta no serlo tanto. Todas las piezas empiezan a jugarse de un modo distinto, mientras vamos viendo el retrato de este servicio, que es un proveedor privado de seguridad que antes ha trabajado para el Estado; y vemos cómo va desarrollando sus culpas, su soledad, su imposibilidad de establecer conexiones, aunque sí sea capaz de entrometerse en las vidas de los otros.

Es una película que me fascina desde la primera vez que la vi, el día de su estreno. Yo vivía en La Plata, pero para verla allá hubiera tenido que esperar tres, cuatro, cinco semanas y no podía con la ansiedad, así que me vine a Buenos Aires, donde se daba en el cine Luxor. En esa época yo era estudiante y La conversación era una lección de cine, todo el tiempo: de escritura de guión, de desarrollo de personajes, de música cinematográfica; todos los elementos están jugados con maestría. Es hiperdidáctica: a la secuencia de la grabación, la sigue la de la edición, con el montaje auditivo de lo que registraron tres grabadores. Al largar los tres grabadores en simultáneo se van revelando zonas de la conversación que uno se había perdido por las interferencias, y uno va descubriendo que lo entendió todo mal: la película juega todo el tiempo sobre este juego de apariencias.

Hay películas que me gustan más que La conversación, que me han marcado más en mi vida, que son más importantes para mí. Pero hay muy pocas películas que yo considero perfectas; ésta, o El tercer hombre. El último tango en París, que es infinitamente más imperfecta, más llena de cables sueltos, de cosas que no cierran, me entusiasma mucho más. Pero ésta es una de ésas películas que yo siento que son casi perfectas, en su manera, en el registro hiperrealista con el que trabaja sobre el tema de las apariencias y de la realidad, que comparte con películas como Blow Up de Antonioni o Blow Out, de De Palma, que muestran cómo una imagen o un sonido que uno cree que está mostrando una cosa, de los que uno cree tener una comprensión cabal, cuando empezás a escarbar en ellas, a limpiarlas, te encontrás con que hay otra cosa en realidad, que estaba totalmente oculta. En los '60 y '70 había todo un cine político que trabajaba sobre la paranoia y la sensación de engaño. Es parte del espíritu de la época, cuando se les dejó de creer a los medios y al poder; fue en cierto modo la pérdida de nuestra inocencia.

La conversacion (The Conversation, Francis Ford Coppola, Estados Unidos, 1974). Con Gene Hackman, John Cazale, Allen Garfield, Frederic Forrest, Cindy Williams, Harrison Ford y (no acreditado) Robert Duvall.

Harry Caul (Hackman) es un personaje patológicamente obsesionado con su propia privacidad, que trabaja de vulnerar la privacidad ajena con sus equipos tecnológicos. A lo largo del relato asistimos a cómo, contra su propia premisa profesional, se va obsesionando con las conversaciones de la pareja a la que le han asignado espiar con un propósito que desconoce. Una y otra vez escucha las cintas, reinterpretando y encontrando posibilidades cada vez más tenebrosas en una frase en particular, a medida que avanza en su seguimiento.

Aunque el guión fue escrito en 1966, Coppola recién pudo financiar su película (con producción de Paramount) después del éxito de El Padrino (1972), y la estrenó pocos después del Watergate, con lo cual sus resonancias políticas se dispararon en direcciones imposibles de prever. Coppola ha citado a Blow Up (de Michelangelo Antonioni) como una de sus influencias principales, en el tratamiento del tema de la vigilancia y de la percepción.

La película pertenece en buena medida a su editor y diseñador de sonido, el legendario Walter Murch; la inolvidable banda sonora del film consiste principalmente en una composición a cargo de David Shire: sólo un piano, por momentos distorsionado electrónicamente. La idea –pergeñada por Shire y Coppola– era que un piano solo transmitiría mejor la sensación de aislamiento y paranoia que rodea al protagonista.

La conversación ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y fue nominada a tres Oscar: Mejor Película (que perdió a manos de El Padrino - Parte II), Mejor Guión Original y Mejor Sonido.

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