Domingo, 9 de febrero de 2014 | Hoy
FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: KARIN GODNIC Y “NATURA MORTA CON VASI E BOTTIGLIE”, DE GIORGIO MORANDI
Por Karin Godnic
“Morandi, Giorgio Morandi”, dijo con voz grave, y siguió.
Aquel profesor era hombre de pocas palabras. Ese día, en algún aula de la vieja Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, tuve la certeza de haber obtenido una información importante. Fui a la biblioteca a averiguar quién era ese hombre y qué había pintado. Me recuerdo pasando las páginas del libro. Un pintor de pocos temas: algunas flores, algún paisaje y una serie llamativamente interminable de naturalezas muertas. Justo en un año en que el profesor pretendía que pintáramos algo diferente de las naturalezas muertas. No entendí. Tampoco olvidé a Morandi.
Años más tarde, me encontré con su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes. Esa pintura me dejó especialmente quieta y silenciosa. Entonces sucedió. “Il miracolo.” El alma dijo su presencia. Y volví sobre la obra de Morandi, sobre sus cientos de “Natura morta”. O en inglés: “Still Lifes”. Vidas quietas.
Quién había sido este hombre que, encerrado en la tranquila soledad de su estudio, se mantuvo siempre fiel al compromiso de explorar un territorio deliberadamente delimitado del mundo, reduciendo su campo de investigación a rigurosas limitaciones autoimpuestas. Unos pocos colores. Unos pocos objetos. Algunas botellas de vidrio opalino, una vasija, una caja de lata, dos o tres tarritos, un vaso, un cuenco de cerámica, un jarrón. Sobre la mesa de su habitación en su Bolonia natal. Sobre un fondo liso, plano y vacío. Iluminados por la claridad difusa de alguna ventana.
Si no somos capaces de atribuirle importancia a un mundo que se considera importante, sólo nos queda tomar de él una pequeña parte, atesorarla, y darle la importancia de un mundo entero. El universo es un lugar demasiado grande y demasiado frío. Giorgio juega en su pequeño y mágico mundo como un niño melancólico. Y sabe que su juego no hará reír a nadie. En la intimidad de una pequeña habitación hay un alma que lucha contra el vacío. Y unos cuantos objetos cobran vida, reunidos como individuos sobre la superficie de una mesa. Como los miembros de una familia. Un padre, una madre, los hermanos, los tíos, la abuela, algunos primos. Giorgio toma tres o cuatro piezas. Las acomoda en la mesa. Como caminantes detenidos en una plaza. Las agrupa, las separa. Aleja una. Sólo unos pocos centímetros. A un abismo de distancia. Ahora una se retira del grupo. Falta la botella azul. La más alta. No se oye música alguna. Los objetos se prensan, se juntan, se amontonan. Como un grupo de árboles en la pánica llanura. Se acomodan según su altura, escalonados como en las fotos grupales de la escuela. Ocultándose unos detrás de los otros como en las fotos de familias grandes. Saca el vaso. Agrega un jarrito. Ahora todos juntos, bien cerquita. Para que se toquen y se den calor. Una colección de objetos de uso diario agrupados para ser observados en relación. Despojados de todo tipo de etiquetas de identificación, como cubiertos de un polvo suave y antiguo, quedan sólo sus formas esenciales, elementales. El pintor se esfuerza por distanciarse de los detalles y especificaciones. Parece simplificar tanto como puede la forma y, al mismo tiempo, alejarse de la generalización, hasta el punto de que cada botella y cada vaso parecen tan individuales como los sujetos de un retrato.
Natura morta con vasi e bottiglie me conmueve especialmente por su gran ternura, enorme belleza y profunda melancolía. Tres pequeñas y temblorosas botellas arriman sus cuerpos al vaso más grande, como intuyendo algún peligro. Tal vez real. O imaginario. Como tres niños tímidos en medio de algún lugar grande y desconocido se pegan a su madre. O a su padre. (Morandi siempre se las arregla para dejarme con la triste sensación de que alguien falta en la escena.)
Grupos idénticos de objetos familiares, alterados por la adición o sustracción de un solo elemento. La presencia (o ausencia) de una botella más. Una caja de menos. Un estudio tenaz, obsesivo y continuado sobre los mismos asuntos, produce imágenes que se destacan a la vez por su repetición y por una sutil diferencia. Como esas composiciones que los músicos llaman “variaciones sobre un mismo tema”. Porque al final la vida no se parece mucho a una novela fantástica con acontecimientos novedosos y millones de personajes en cada capítulo, sin denominador común alguno. Más bien, la vida parece construida siempre del mismo material. Los mismos cimientos, las mismas columnas, los mismos ladrillos. Como en los óleos de Morandi, la vida parece contener sólo unos pocos temas. Y uno lo comprende cuando comienza a componer las primeras variaciones.
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