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Domingo, 30 de noviembre de 2003

PáGINA 3

La mala educación

POR LEONARDO MOLEDO

La República Argentina se compone de hombres, mujeres, niños, animales y vegetales. Está dividida en veinticuatro provincias, cada provincia está dividida en departamentos y cada departamento comprende tres ambientes, el peor de los cuales es el dormitorio de los padres. Allí el niño, nace, crece, se desarrolla y muere. No se reproduce, porque los niños no se reproducen. Un niño no podría reproducirse nunca en otro niño. Es único y los padres, en general, están de acuerdo con esta afirmación.
Una vez nacido, los padres exponen el niño al sol y el niño aprende a ver. Le enseñan los colores, el rojo, el anaranjado, el blanco. Le acercan una radio al oído y el niño aprende a oír. Si el niño no quiere, los padres ponen la radio a todo volumen y el niño no tiene más remedio que oír. Después los padres calientan una cuchara en el fuego y la acercan a la piel tersa y suave del niño. Entonces el niño aprende a hablar. El niño grita y los padres se quedan maravillados: en cada grito del niño escuchan celestiales melodías. Los padres aplauden y acercan nuevamente la cuchara caliente a la piel tersa y suave del niño.
Al rato, los padres se cansan. El niño, empero, no lo sabe, y sigue gritando porque le gusta que lo aplaudan. Entonces el padre le pega. El niño se calla. La madre protesta porque el padre le ha pegado al niño. El padre contesta que está en su derecho. La madre dice que el niño es de los dos y siguen discutiendo. Los padres del niño no se separan a raíz de esa discusión, pero a partir de ese momento se odian para siempre. El niño escucha a sus padres discutir y no dice nada. El niño está esperando la cuchara caliente, el olor de la carne chamuscada, para volver a hablar.
Los padres le enseñan al niño todo lo que saben. Le enseñan historia, latín, química, lenguas eslavas, teatro, literatura clásica, semiótica, matemáticas y astronomía. Pero no le enseñan nada sobre la muerte. Eso se lo reservan para el final. Empero, algo dejan entrever. Si el niño pregunta, los padres se encogen de hombros. El niño descubre que le están ocultando algo y siente un ligero cosquilleo. Es el miedo a la muerte.
Los padres le enseñan que no hay causa sin efecto, que no hay dos sin tres, que no hay acción sin reacción, que no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. También que no hay muerte sin miedo a la muerte. En esa etapa, el niño todavía confunde la muerte con el agua, quizás porque alguna vez fue al mar y vio a un ahogado. El niño cree que los ahogados y los muertos son lo mismo y piensa que todo se soluciona no entrando al mar. Los padres le enseñan inglés, francés, danzas clásicas, algún instrumento (piano, violín, flauta dulce), geografía, dibujo. El niño ya lee y escribe, y por ende no es analfabeto. Asimismo canta y dibuja, es un artista. Los padres, al contemplar los dibujos, vuelven a aplaudirlo. El niño siente el mismo placer que antes, cuando le acercaban la cuchara caliente.
A los once años, los padres consideran que el aprendizaje del niño ha terminado. En consecuencia, hay que enseñarle lo que es la muerte. Los padres encierran al niño en el dormitorio paterno y se van. El niño oye cómo se cierra la puerta de calle y cómo los padres suben al ascensor. El niño se pone a gritar; trata de abrir la puerta del dormitorio, pero está cerrada con llave. Entonces destroza todo lo que hay a su alrededor, empezando por la cama de los padres. Después busca una salida, trata de encontrar un agujero en la pared, reconoce la textura de los muebles rotos, se agita, corre, recuerda una bicicleta que tuvo, desea que todo sea como antes, hasta que al final encuentra una ventana y se alegra porque ha resuelto el problema. Piensa que lo van a aplaudir porque ha encontrado una salida, salta por la ventana y allí se encuentra con el vacío. Durante cinco pisos se encuentra con el vacío y allí no hay nada. El niño aprende lo que es caer, el niño aprende lo que es caer y caer, estrellarse contra la calle llena de coches. El niño aprende que los padres no le enseñaron a volar.

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