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Domingo, 30 de noviembre de 2003

Los usos de la locura

Con el caso real de un funcionario que decide jugarse la cabeza al fotocopiar documentación top secret sobre las mentiras de Washington con relación a Vietnam, publicarlas en el New York Times y desatar –entre otros– el escándalo Watergate, Hollywood podría haber honrado la tradición paranoica de Todos los hombres del presidente y JFK. Pero apenas hizo un telefilm.

“La noche del 1º de octubre de 1969, pasé caminando junto al escritorio del guardia de seguridad hacia la salida del edificio de la Corporación Rand en Santa Monica, llevando un portafolios lleno de documentos top secret que planeaba fotocopiar esa noche. Los documentos eran parte de un estudio confidencial de 7 mil páginas sobre la toma de decisiones norteamericanas en Vietnam, que más tarde serían conocidos como los Pentagon Papers. El resto del estudio estaba en una caja fuerte en mi oficina. Había decidido copiarlos y hacerlos públicos: tal vez a través de audiencias del Senado o de la prensa. Sabía que esto, en especial la segunda posibilidad, me mandaría a prisión por el resto del mi vida.” Así comienza Secrets: A Memoir of Vietnam and the Pentagon Papers, el libro en el que Daniel Ellsberg –economista de Harvard, ex marine, estratega y consultor de la Secretaría de Defensa de la Casa Blanca enviado como observador a Saigón a mediados de la década del sesenta– cuenta la historia de una de las fugas de información más increíbles de la historia del Pentágono, un caso incendiario que puso en entredicho la posición de la prensa norteamericana, su poder y su independencia, y desencadenó una serie de incidentes que desembocaron, entre otras consecuencias, en el Watergate. Ellsberg, que había apoyado inicialmente las demenciales estrategias de sus jefes (“llevar todas las operaciones hasta el límite, hacerle creer al enemigo que los Estados Unidos no tenían nada que perder”) y recomendado acciones enérgicas en los comienzos del conflicto, terminaría obsesionado por el brutal sistema de mentiras sobre el cual el las sucesivas administraciones habían llevado al país a la guerra. El gobierno había estado buscando un pretexto, cualquier pretexto, para justificar un ataque, y estaba dispuesto a provocarlo. Eventualmente, Ellsberg viajó a Saigón para investigar “irregularidades” respecto del número de bajas de los partes oficiales, y volvió a los dos años, doblemente enfermo: de hepatitis y obsesionado por la ficción que había ayudado a sostener. Tiempo después se las ingeniaba para que los Pentagon Papers, el informe confidencial sobre Vietnam que hurtó y fotocopió, llegaran a la primera plana del New York Times. La guerra, no obstante, no terminaría hasta varios años después.
Los archivos del Pentágono es un rutinario telefilm basado en las memorias de Ellsberg que será lanzado en las próximas semanas por AVH. La historia es atrapante, pero su guión y su puesta en escena desaprovechan todo el potencial que el subgénero (Guerra Fría, thriller político) pone tan a mano. Pierde el tiempo en el desarrollo banal de una relación amorosa, sobreexplica todo en los diálogos e ignora la lección de varios de los grandes y diversos exponentes de este tipo de cine, como lo fueron JFK, Todos los hombres del presidente, Dr. Insólito y hasta –a su manera– Sin salida: que a este tipo de relatos los motoriza un componente intrínseco de demencia y paranoia. El que le pone el hombro al asunto, como siempre, es James Spader. (¿Por qué hace películas tan mediocres? Spader lleva años explicándolo en entrevistas: “No hay ninguna vergüenza en aceptar una película porque uno necesita algo de dinero. Cada película que he hecho –dice–, incluso aquellas cuyos guiones o proyectos me gustaban, la hice por el dinero. Todas y cada una. Y no me avergüenza decirlo”.)
Las memorias de Ellsberg han aparecido poco tiempo atrás, con cierto sentido de la oportunidad, y casi en paralelo al discurso de la “guerra preventiva” de George W. “Nunca me he arrepentido de lo que hice. Las revelaciones no autorizadas son esenciales para la construcción de una república, para su existencia misma”, volvió a decir hace poco el autor de la tesis titulada “Los usos políticos de la locura”, el tipo que casi se gana 115 años a la sombra; el insider que quiso parar la guerra y cuya historia no obtuvo de Hollywood, hasta ahora, más que un aséptico telefilm.

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