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Domingo, 11 de julio de 2004

PáGINA 3

El día después de hoy

Por J. G. Ballard

Lo Inconsciente siempre saldrá a la luz. Si los tabloides ingleses exponen el inconsciente de la nación en funcionamiento –una marmita burbujeante de lascivia y ansiedad–, entonces los éxitos de taquilla de Hollywood revelan las fantasías y paranoias más profundas de la psique norteamericana. En cualquier caso, probablemente sea mejor que nuestros monstruos se lancen hacia nosotros a través del living de nuestras casas que mantenerlos encerrados en los sótanos de nuestras mentes.
Hace 50 años, en su libro War, Sadism and Pacifism, el psicoanalista inglés Edward Glover comentó: “Incluso el estudio más superficial de las fantasías muestra que las ideas de destrucción mundial se encuentran latentes en el inconsciente”. Pero está claro que en la Norteamérica de hoy estas fantasías ya no se encuentran latentes. Los ingleses son todavía reticentes a enfrentar sus miedos más profundos –la guerra de clases, una vuelta al feudalismo económico, el fantasma de una sociedad de consumo omnipotente e insípida–. Pero en la Norteamérica moderna no hay sueños reprimidos ni pesadillas prohibidas. Cada miedo y cada ansiedad paranoica andan sueltos: desde los incendiados discursos de la ultraderecha hasta El día después de mañana, ese último intento de Hollywood por traumatizarnos con miedos a los cambios climáticos. En la película, el calentamiento global derrite los cascos polares, inundando nuestro planeta y hundiéndonos en una catástrofe mundial. Los efectos especiales son más reales que la realidad, sorteando ciertas áreas del cerebro y planteando problemas tanto a filósofos como a neuro-psicólogos, al asomarnos a un futuro en el que la raza humana abandonará la “vieja” realidad del mismo modo que los norteamericanos abandonaron la vieja Europa. Podríamos pensar que Estados Unidos ya tiene suficientes problemas lidiando con Irak, donde el abuso de prisioneros le ha agregado un matiz de perversión sexual a su plan de dominación mundial, algo que el Imperio Británico, con su croquet y sus memsahibs, nunca consiguió. Pero el cine catástrofe ha sido para Hollywood una de sus manufacturas principales durante décadas. Terremotos y tsunamis, asteroides y volcanes, invasiones extraterrestres y máquinas enloquecidas han destruido y re-destruido el planeta, quizá como analogía de una hipotética guerra nuclear contra la Unión Soviética. O –más probable, sospecho– como un fugaz vistazo de las necesidades de autodestrucción agazapadas junto a la hamburguesa y la cultura comic que admiramos. A medida que la nación se infantilice más y más, se llegará a un punto en el que el niño abandonado no podrá hacer nada salvo romper su cuna.
Por más perturbadores que sean los tabloides, la psique británica y sus problemas no le importan al mundo. Pero las turbulencias de la psique norteamericana tienen vastas ramificaciones. ¿Son películas como El día después de mañana, Armageddon y Día de la Independencia una señal de alerta para todos nosotros? Desde que Hiroshima y Nagasaki desplegaron el vasto alcance del poder norteamericano, el mayor riesgo es que Estados Unidos se crea sus propios mitos.
Los norteamericanos lloraron, y con razón, el ataque del 11 de septiembre contra el World Trade Center. La destrucción de las Torres Gemelas pareció emerger directamente de un Banco de la Memoria Nacional ubicado en Hollywood, y lo filmado por los noticieros es, efectivamente, la mayor película catástrofe hasta la fecha. Probablemente todos podemos lidiar con El día después de mañana, pero mi miedo es que, si seguimos en esta dirección, la “remake” del 11 de septiembre, con lo mejor y lo último en efectos especiales, inspirará en los norteamericanos algo aún mayor que la venganza.

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