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Domingo, 2 de noviembre de 2003

MúSICA

Un hombre inteligente

En los siete años que siguieron a Walking on Locusts, John Cale compuso música para ballets, bandas de sonido para películas de arte, una autobiografía con forma de libro-objeto, y vio la hecatombe del 11 de septiembre desde su estudio, a pasos de las Torres Gemelas. Secreta o explícitamente, todo eso alimenta 5 Tracks y el magistral Hobosapiens, los dos discos con los que Cale, a los 61 años, se reencuentra con la canción valiéndose de una celestina de avanzada: la tecnología Pro Tools.

POR RODRIGO FRESáN

Ya se dijo, se vuelve a decir: durante nuestra adolescencia admiramos con todos los dientes al callejero Lou Reed y, llegada la mediana edad, les damos por fin el justo lugar que les corresponde a las neuronas del sofisticado John Cale.
En cualquier caso, esta tan instantánea como caprichosa dicotomía marca Velvet Underground ha probado no ser del todo eficaz, y así también descubrimos que las cosas no son tan negras ni tan blancas; que el mejor Reed (Street Hassle) se parece tanto a John Cale; que John Cale no le esquiva el bulto a un ramalazo de ruido blanco cuando lo considera pertinente; y que los dos juntos todavía sacan chispas –ahí está el formidable Songs for Drella como evidencia incontestable– cuando se juntan de vez en cuando.
Una cosa ha quedado clara a lo largo de reportajes y biografías y memorias: Lou Reed le tiene envidia a John Cale y John Cale no le tiene envidia a Lou Reed, aunque, quién sabe, tal vez sí experimente una piadosa pena cada vez que Lou Reed intenta, sin conseguirlo nunca, convertirse en portavoz avant-garde.
En cualquier caso, de lo que aquí se trata es de celebrar el regreso a la canción de John Cale siete años después del multiestelar y un tanto decepcionante Walking on Locusts. ¿Y qué hizo John Cale durante estos años? Muchas cosas: música para ballets (uno de ellos dedicado a la malograda y subterránea Nico), soundtracks para muchos art films, una autobiografía (el objetivo libro-objeto What’s Welsh for Zen). Y contemplar la decadencia milenarista del planeta y el derrumbe del World Trade Center desde su estudio doméstico, a pocas calles del lugar de los hechos. De todo eso tratan 5 Tracks, aperitivo con cinco canciones que, lanzado en mayo, nos advirtió de las grandes cosas que estaban en camino, y, ahora, las otras doce canciones que dan forma al magistral Hobosapiens. Un opus de dos cabezas que se une sin esfuerzo a obras maestras como Paris 1919 y Music for a New Society y prueban que –lo siento– mientras Lou Reed pierde el tiempo descubriendo a Poe, John Cale gana tiempo redescubriéndose a sí mismo.

UN HOMBRE TALENTOSO
No creo que haga falta descubrir a John Cale, pero, por las dudas, un rápido resumen de lo vivido y sonado. Cale nació en 1942 en Cwmamman, Garnant, Gales, en una humilde familia de mineros. De niño estudió piano y viola en la Guildhall School of Music de Londres y a los ocho años, ya con patente de niño prodigio, había compuesto y grabado música para la BBC. En 1963 se fue a Nueva York con una beca que le consiguió Aaron Copland luego de recomendarlo a Leonard Bernstein. Allí trabajó con John Cage y La Monte Young y el grupo Fluxus, y fundó un grupo que a veces se llamaba The Theatre for Eternal Musica y a veces The Dream Syndicate. A fines de 1964 conoce a Lou Reed, con quien tocó en el freak-dance-single “The Ostrich” bajo el nombre de The Primitives, y juntos crean la histórica y tan influyente Velvet Underground, de la que es expulsado en 1968 por los celos que sentía su socio cuando lo veía tocar el cello, o algo así.
A partir de entonces, John Cale comienza una carrera de discos solistas imprevisibles en los que alterna entre el pop más melodioso y el pop más bestial. Abstracto y figurativo según el día y el humor y los escenarios, Cale es capaz de mostrar la imagen de un compositor serio para pasar, sin previo aviso, a decapitar a un pollo y provocar el asco en sus músicos que lo dejan solo y no vuelven. Sí, sí: el deductivo Sherlock Holmes y el reflejo Jack el Destripador en un mismo envase. Esta suerte de psicosis le permite infiltrarse en todos los climas y paisajes, y así John Cale es respetado por punks de pub y diletantes con abono al Carnegie Hall; y así John Cale produjo los trascendentes debuts discográficos de The Stooges, Patti Smith y The Modern Lovers. De un tiempo a esta parte, Cale –tan capaz de musicalizar a Dylan Thomas como de orquestar una suite clásica dedicada a esas problemáticas y belicosas islitas del Atlántico Sur– viaja y gira a solas con piano y guitarra, siempre con esa ominosa y espigada estampa de mayordomo asesino o de aristócrata a punto de ser asesinado, desplegando un show de greatest hits que puede ser recordado o descubierto en el perfecto álbum en vivo Fragments of a Rainy Afternoon (1992), donde, además de ofrecer los tesoros propios de treinta años de carrera, se roba para siempre el “Heartbreak Hotel” de Elvis y el “Hallelujah” de Leonard Cohen, esa canción sobre el arte de componer canciones.

UN HOMBRE INTERESANTE
Comprar un nuevo álbum de John Cale es una inversión segura, una movida inteligente. Porque los álbumes de John Cale no se “gastan”; duran más y se los puede escuchar muchísimas últimas veces como si fueran la primera vez. Es más: los compacts de John Cale siguen teniendo algo de disco; y alguien tendrá que escribir alguna vez por qué escuchábamos más veces el mismo disco (un animal mortal y frágil y rayable) que las que escuchamos un mismo CD (un animal que se supone inmortal y perfecto y tanto más maleable). Tal vez tenga que ver con el casi olvidado acto de levantarse a dar vuelta los discos: había allí algo que nos involucraba, que nos hacía partícipes en el asunto. En cualquier caso, todo lo que hace John Cale se las arregla para darte vuelta –lo mismo ocurre con los trabajos de gente como Randy Newman, Andy Partridge, Lyle Lovett, Robyn Hitchcock, Paul Simon, Badly Drawn Boy, todos ellos artesanos de la canción– y suena siempre clásico y vanguardista y, finalmente, atemporal. De ahí que resulte virtualmente imposible ubicar en tiempo y moda cualquiera de las selecciones de la indispensable auto-antología Seducing Down the Door, que lanzó en 1994 la discográfica revisionista Rhino.
El Método John Cale es tan sencillo como respetable: tomarse todo el tiempo del mundo y tocar lo que se le canta: “Con los años he aprendido que no tiene el menor sentido intentar satisfacer el gusto popular, porque no existe. Es una mentira. El gusto popular cambia sin parar, es imposible diagnosticarlo o decodificarlo; y cuando lo consigues, ya ha cambiado. Es como uno de esos virus para los que no hay cura. Muta constantemente. Así que lo mejor, lo más sabio, es dedicarse a lo que a uno le gusta, a lo que me gusta a mí”.
5 Tracks y Hobosapiens pueden entenderse como el extático reencuentro de un John Cale de 61 años con la canción gracias a una celestina mecánica: la posibilidad en la tecnología Pro Tools. Está claro lo mucho que Cale se divirtió componiendo y grabando estas canciones en las que terminó convirtiéndose en su propia banda con ayuda del co-productor Nick Franglen, mitad de Lemon Jelly, célebre dueto chill out. Así, todos y cada uno de los temas aparecen arropados por multitud de samples, cubiertos por capas y mantas de sonidos –con métodos que por momentos evocan los de otros modernos como Laurie Anderson, Franco Battiato, David Byrne, Brian Eno y Peter Gabriel–, sin que eso atente contra la potencia de estrofas y estribillos cantados con esa voz poderosa, cálida y única. Queda claro otra vez, siempre fue así: en un disco de John Cale, la tecnología jamás podrá ahogar a la emoción.
Y lo más interesante de todo, lo de siempre: John Cale es uno de los mejores escritores de historias musicales. Sus canciones pueden narrarse y verse y recordarse como si se tratara de cuentos o de películas. De ahí que no sea casual el guiño explícito de “Things” al “Things to Do in Denver When You’re Dead” de Warren Zevon. Pero, a diferencia de las narraciones de aquel norteamericano, las de este galés son postales desconcertantes y abstractas, modelos para desarmar que a menudo te ofrecen esos consejos perfectos para perderte. Y así, la amorosa y casi sacra “Wilderness Approaching” que cierra 5 Tracks –donde escuchamos “Despiértame cuando lleguemos a casa / Entonces será tu turno de descansar”– trata en realidad de dos policías que persiguen a una red de narcotraficantes asiáticos en Las Vegas y fue escrita por encargo para una film titulado Paris. Mientras que la engañosamente mansa “E is Missing” se ocupa de la angustia final del poeta Ezra Pound, y la optimista “Waiting for Blonde” es una oda a la ciudad de Nueva York gestada in situ aquel 11 de septiembre de aquel 2001.
En una reciente entrevista, John Cale recordó aquella mañana y sus palabras son útiles e ilustrativas a la hora de comprender cómo funciona el ojo de este músico y cómo una noticia de primera plana se convierte en una canción de primera: “Yo había salido a comprar el diario y, otra vez en casa, me puse los auriculares para escuchar música y responder e-mails cuando me entró un e-mail de un amigo que me decía: ‘¡Sal de ahí! ¡Nos están atacando!’. Yo pensé que mi amigo había bebido demasiado o se había vuelto loco. En algún momento, sí, había sentido un pequeño temblor, pero lo había atribuido a esos bostezos misteriosos de la ciudad. Entonces me asomé a la ventana y los huevos se me subieron hasta la garganta. Vi a miles de personas corriendo, pero no podía oírlos porque corrían sobre una capa de dos centímetros de polvo de asbesto. Entonces se cortó la luz. Llamé al colegio de mi hija para decirle que todo estaba bien, que no me había pasado nada. Pero decidí quedarme en la ciudad. Era todo tan surrealista... Algunas líneas de metro todavía funcionaban y yo me metí en un subte para ver qué se sentía y grabar a la gente, y recuerdo estar viajando ahí, a través de los túneles, y que al pasar por la estación de Canal Street todo un coro se subió en el vagón y empezó a cantar música religiosa. Y era todo tan hermoso y el conductor anunciaba el nombre de cada parada y agregaba: ‘Recuerden, ustedes son neoyorquinos. Tengan un día maravilloso, porque ustedes son lo mejor de lo mejor’. Y no se trataba de ese sentimiento patriotero que surgió enseguida sino de otra cosa, de algo mucho más primitivo y al mismo tiempo tan elegante y evolucionado, digno y emocionante. Y yo volví a casa. Y escribí una canción con todo eso”.
Y todo eso está en uno de los cinco tracks de 5 Tracks.
Una canción titulada “Waiting for Blonde”.

UN HOMBRE RARO
Y supongo –estoy seguro de– que es esta percepción única de las cosas lo que distingue a un artista único de un profesional como tantos otros.
5 Tracks y Hobosapiens desbordan de esas percepciones de nuestras vidas filtradas a través de la pupila y el tímpano de John Cale. Lo que no significa caer en el cripticismo solipsista de agonistas estilo Radiohead. Explorar 5 Tracks y Hobosapiens como si fueran despachos enviados desde el frente de nuestros días reinterpretados por un cronista único en su especie. Así, lecciones de geopolítica terminal (“Zen”); la mesiánica locura de dictadores listos para implementar la solución final (“Twilight Zone”); disquisiciones sobre ese instante secreto que separa a los muertos de los vivos (las dos versiones de “Things”, una amable y la otra, bueno...); la reflexión paisajística conectando con tantas otras canciones paisajísticas de John Cale (“Look Horizon”), donde se espera el final en una playa de Zanzíbar o se observa a las rubias paseando junto a la Fuente de Trevi (“Reading My Mind”); los muchos modos de contemplar un cuadro (“Magritte”); la disquisición científico-doméstica (“Archimedes”); un paseo por el apocalipsis en cámara lenta de estos tiempos (“Caravan”); lo más parecido a un dance-hit jamás compuesto por John Cale (“Bicycle”) que funciona como un oasis de luz entre tanta oscuridad; la postal talibana (“Letter from Abroad”); y la inquietante canción de amor à la John Cale, “Over Her Head” (donde canta: “Ella ama a todo el mundo / Así que hasta me amará a mí”) y cierra la caja de souvenirs. Y, claro, el cuadernillo con una cita de Alain Robbe-Grillet. Y está todo dicho pero no escuchado porque, como ya se dijo, nunca se termina de escuchar un disco o de ver a John Cale.
Escuchen. Vean.
Yo lo vi y lo escuché a John Cale dos veces: una vez en el monumental Teatro Coliseo de Buenos Aires, donde se movía como si fuera el living de su casa, y otra en la pequeña Sala Bikini de Barcelona, donde Cale, con modales de palacio, exigió mediante un mensaje grabado minutos antes del concierto que –pecado imperdonable para el público local– no se fumara ni se vendiera cerveza durante su actuación, bajo la amenaza de parar todo y mandarse a mudar si se desobedecían sus condiciones. Por supuesto, a mitad de concierto, una catalana encendió un cigarrillo y se produjo un gracioso intercambio entre la chica y el artista en el que la muchacha pedía por favor que John Cale le permitiera fumar un solo cigarrillo y John Cale, con educación, le repetía una y otra vez que no, que no se podía, que ya lo había advertido antes de empezar. El ida y vuelta dialéctico alcanzó los cinco minutos y el resto del público temía que John Cale se cansara de la gracia de suspender el partido y adieu-sayonara. Pero la chica, encantada por su protagonismo, no parecía dispuesta a rendirse y seguía gimiendo con acento cada vez más seductor e irritante. Entonces John Cale respiró profundo, cerró los ojos, sonrió torcido, la miró fijo y le dijo, con todo el amor del que eran capaces su corazón y su cerebro, dos palabras comprensibles en todas partes. “Fuck you”, le dijo John Cale, y la chica apagó el cigarrillo y, solucionado el problema, Cale arrancó con la delicada y sentida “(I Keep a) Close Watch”.
Y todos tan felices y la chica tan triste y –lo siento– Lou Reed no lo hubiera hecho y solucionado mejor.
Y en la portada de Hobosapiens hay una foto donde John Cale parece atrapado en el ámbar de sus amargos sueños y sus dulces pesadillas, siempre despierto.
Y dentro del cuadernillo hay una foto de John Cale observando al trasluz un frasco que contiene a un pequeño y desesperado John Cale, y otra foto donde John Cale se estudia a sí mismo través de un microscopio.
Y de eso –del más cuerdo de los científicos componiendo en el más loco de los laboratorios– trata todo esto.

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