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Domingo, 29 de marzo de 2015

SAMPLER COTIDIANO

INSTALACION En La tripulación, la artista Irina Kirchuk plantea una búsqueda doméstica y arqueológica, cruzada por una alucinación personal, donde los electrodomésticos y otros objetos de uso diario desafían lógicas y al mismo tiempo permiten ver cómo se amoldan nuestros cuerpos a las exigencias de la vida moderna.

 Por Leopoldo Estol

Como si un cuadro sinóptico se hubiese emborrachado y en lugar de su calculada eficiencia aparecieran todo tipo de inventos y artilugios para sobrevivir a una lista aburrida de tareas domésticas. De esa manera, poco y nada queda de la tendencia de la biblioteca a organizar libros y autores en estantes: podemos poner cara de ensimismados, sacar la lengua y esperar a que la foto nos multiplique en el ciberespacio cuando una decena de tapitas de enchufe retorcidas sobre sí se deslizan y caen casi hasta el suelo.

Algunos efectos son dignos de un estudio de animación, varias son las alquimias animistas que su autora, la artista Irina Kirchuk (Buenos Aires, 1983), les proyecta a objetos domésticos que rescata del olvido o de la monotonía de la góndola dándoles una súbita carga de personalidad. Kirchuk mira fijamente las cosas, a veces de manera más sesuda y otras dejando espacio a la lucubración. Su formación mezcla años en el IUNA con acaloradas charlas en el taller de Fabián Burgos de La Paternal y también clases en la cosmopolita Universidad Di Tella. Lleva casi diez años ejercitando ese tiempo que va de la recolección y reciclaje a la frenética pintura y espera, ¡también hay que esperar!, que la pintura se seque y el pegamento selle la unión entre universos extraños.

Bajo el halo de lo que podría presentarse como una logia, sus aparatos convergen dentro de un título múltiple, La tripulación, y alguien podría pensar en el gran cristal duchampiano, santo grial del arte actual, por su hermetismo y los inconfundibles aires de sistema. Esta vez, los aparatos vuelven a repartirse la hoja en blanco que no es un vidrio sino una sala. Remix o gimnasia recicladora, el ciclo de la instalación dista de ser el de la escultura o la pintura en donde las pinceladas constituyen una forma, una unidad definida para la posteridad. En eso el teórico Nicolás Bourriaud, que popularizó la idea de que los artistas se vinculaban a sus materiales como los djs, sigue siendo muy actual: hacer una instalación se parece a samplear un espacio, habrá elementos que se repitan y la repetición generará una rima y cuando no, una sospecha. Replicando ámbitos domésticos pero bañándolos de nuevas coloraciones, modificando alturas, provocando choques inesperados entre los elementos y sus lógicas originarias. Cuando Kirchuk luce cansada y con ganas de ir a dormir, los electrodomésticos toman las riendas de la situación: un ventilador al que le han removido las aspas se nos presenta como la bola (sin pinches afortunadamente) con la que el guerrero medieval castiga a sus contrincantes mientras tres sillas bajo la luz puntual de tres focos personifican una prolífica reunión social en la que ya se empieza a contar chismes... Parte de la gracia de la exposición reside en la posibilidad de encontrar figuras en la composición espacial como si se tratara de una mancha Rorschach escala living. Así, todas las proyecciones con envión, lograrán su cometido y la muestra se volverá ese lugar promiscuo donde las imaginaciones individuales se fusionan generando una trama de sentido colectivo.

El descubrimiento, por llamarlo de alguna forma, el regodeo formal abierto al paseo de los demás empieza en la cocina o en la calle. Una búsqueda arqueológica y doméstica atravesada por una alucinación personal esconden la fuerza para llevar adelante esta empresa absurda; un altamente sugestivo momento de ocio se acurruca en el exquisito degradé de un rojo acaramelado que viaja rumbo al anaranjado y con ese sencillo toque la chapa de un calefón también puede remitir al placer de un abundante baño. En la efímera sucesión de líneas verticales y diagonales que se proyectan a través de la sala se suscitan las líneas que deja un cuchillo afilado en un tabla de picar. Son la acción y su evanescencia. Lo gastado que en lugar de vencer al objeto logra reverberar en nuestra sensibilidad una vez más. La artista es una heroína contemporánea, vence la obsolescencia programada y vuelve a unir fragmentos y tecnologías domésticas cual Frankenstein. El iPhone, la cima del diseño actual, quedará lejos, la fusión de laboratorio da lugar a una casa con su propia normativa ¡también es una hazaña! y en la nueva vida no hará falta comprar más nada, nunca más supermercados. Autoabastecimiento de aquí al fin de los días.

De alguna manera el hechizo de Irina hizo volver a la vida a calefones, hornos, y a esa magnífica aspiradora que de un brinco salta y a punto se encuentra de llegar a la gran olla. Todos estos artefactos recauchutados y vueltos a conectar en una lógica blanda, por juguetona y vital permiten entrever, en una mirada más sutil, cómo se moldeaban y aún se moldean algunos cuerpos a las exigencias tirantes de la cotidianidad. Porque por más provocador que suene, una mujer que asume en el reparto de tareas el rol de ama de casa tiene como aliado a su vientre. ¿En qué sentido? Y, fríamente, más hijos significa más trabajo. El lavarropas automático: un gran compinche. La conciencia de la simultaneidad y el multitasking: algo ominoso y apabullante. Ahí llega la metáfora del hombre o la mujer de goma, a fin de cuentas hoy en día –teoría de genero y flexibilización mediante– todos somos amos de casa y estiramos nuestros cuerpos de formas impensadas. Crecer es asumir que todavía hay juego detrás del pilón de cosas por hacer. La tripulación asume con libertad el redescubrir lo doméstico como un territorio de plenitud y lo dice por suerte sin televisión, sin computadoras, lo dice en silencio y a través de muchas acciones concretas.

La tripulación
En el Centro Cultural Recoleta
Hasta el 5 de abril
Junín 1930
De martes a domingo. Lunes cerrado.
http://irinakirchuk.tumblr.com/

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