Domingo, 24 de enero de 2016 | Hoy
Por Claudio Zeiger
Aunque parezca mentira o, mejor dicho, parte de la trama ficcional o promocional, el debut de la telenovela La Leona por Telefe estuvo precedido por un llamado a boicotearla en las siempre ardorosas redes sociales (#decilenoalatelenovelalaleona), campaña repudiada por numerosos actores –y no solo los que trabajan en el programa– pero bastante manijeada en algunos medios, hasta que cosechó un rechazo y un chas chas a los más papistas que el papa (y no sin un deseo de buenas ondas a Echarri y Martín Seefeld, actores y productores) por parte del mismísimo Macri. El previsible motivo del boicot era repudiar a la dupla Pablo Echarri & Nancy Dupláa por KKs irredentos. A juzgar por el rating, el boicot no funcionó mucho que digamos y más allá de su intrínseco delirio, no deja de ser otra de las señales alarmantes, aunque en este caso de baja intensidad, de que por estos días todo es y seguirá siendo pasto para la batalla mediática. Como sea, La Leona tuvo su estreno y su primera semana al aire, puso un elenco de amplia gama en pantalla, una estética brillante y una musicalización a full, con mucho ritmo, muy a lo telenovela brasileña, que captura los sentidos cuando el libreto no convence del todo. Un producto con todas las de la ley y, en definitiva, y bien mirada, una inversión de lo que se supone que es. Porque se supone que La Leona es una telenovela rigurosa en el género pero con contenidos modernos y más zarpados de lo que marca la tradición, y sin embargo se puede postular algo contrario: sin dejar de tener contenidos novedosos y estar muy sexuada desde el arranque, también es un regreso a las fuentes de las telenovelas de antaño, con el enfrentamiento de clases en primer plano (que la tradición suele conciliar y consolar vía matrimonio), el choque de costumbres entre el barrio y lo cosmopolita, los problemas de filiaciones inciertas o negadas.
El hecho de armar una trama alrededor de una fábrica donde hay operarios/as por un lado, y empresarios y rematadores de pymes por el otro, se vuelve de súbita actualidad por el simple hecho de que la realidad parece estar pegando un viraje vertiginoso hacia ese mundo de principios de siglo donde el trabajo estaba amenazado y las fábricas eran vaciadas, el mundo pre fábricas recuperadas. Tampoco hay que exagerar: a la realidad le gustarán las simetrías, pero La Leona es básicamente una ficción televisiva, y en todo caso, la situación de la textil Liberman es un telón de fondo para una historia de pasiones cruzadas.
Así y todo, la representación del mundo popular que propone La Leona es deliberadamente ambiguo y diverso. A veces hay ramalazos de feroz realismo, y también pinceladas gruesas de dudoso costumbrismo; en líneas generales: los trabajadores son buenos y los patrones, malos, o mejor dicho retorcidos, tirando a perversos y desquiciados, con los personajes de Miguel Angel Solá y Esther Goris a la cabeza. La sutileza es que los trabajadores son trabajadores, no pobres a secas. Y son –todos, cada uno a su manera– bastante poco humildes. Y mucho menos, sumisos. Viven del sueldo, les deben el aguinaldo. Son de barrio pero algunos de ellos tienen berretines aspiracionales (tema de crucial actualidad) y eso no los invalida ni los vuelve traidores de clase. Hay problemas amorosos pero también violencia de género. Ni siquiera el un tanto viscoso delegado gremial (ironías de la vida o chiste interno: lo encarna Martín Seefeld) es objetable. Tiene ambiciones legítimas y a pesar de que uno imagina que se mandará alguna trastada en cualquier momento, defiende “la fuente de trabajo”.
Dicha fuente de trabajo y usina del barrio, la fábrica textil, fue fundada por el señor Liberman, presumiblemente socialista y cooperativista, y lo que fue dejando en las nuevas generaciones es una herencia de valores que, se supone, serán puestos en discusión y serán un de-safío para todos y todas con el correr de los capítulos. Pronto la fábrica estará en peligro y en la cancha se verán los pingos. Por el momento hay amagues, sabotajes y chicanas patronales. Vendrán días peores.
Más allá del boicot absurdo y de los avatares del rating (esta semana que pasó le fue bastante bien, pero hay que advertir que no son días fáciles para las ficciones), La Leona es una opción bastante atrevida en una televisión que entre la cautela, la autocensura y el verano, poco y nada tiene para mostrar.
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