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Domingo, 1 de febrero de 2004

EMERGENCIAS

Cuenta regresiva

Los descubrió la investigadora norteamericana Dian Fossey, que les dedicó un best-seller con vocación hollywoodense (Gorilas en la niebla) y murió asesinada por defenderlos. Cuarenta años después, custodiados por ONG y tropas del ejército, los gorilas de la cadena volcánica de Ruanda enfrentan dos amenazas letales: las guerras, que reducen implacablemente las reservas naturales de la región, y la rapacidad de los hombres, que los cazan para vender sus manos como ceniceros.

Por Eduardo Febbro, desde el Parque Nacional de los Volcanes, Ruanda

Si no fuera por la tranquila actitud de los guías, cualquiera saldría corriendo. En el Parque Nacional de los Volcanes, a menos de cinco metros del grupo que está arrodillado en un claro de la profusa selva montañosa, un inmenso gorila se golpea el pecho en signo de desafío. “Es una forma de mostrar que él es el jefe, que éste es su territorio y que nosotros somos intrusos. Pero si nos quedamos quietos no pasará nada”, dice uno de los guardias. El gorila se acerca unos pasos, mira con ojos tiernos y curiosos, vuelve a golpearse el pecho y luego se aleja lenta, pesadamente, observando de a ratos al grupo de hombres que está detrás. Apenas desaparece entre los árboles, dos gorilas chiquititos surgen de pronto jugando con ramas secas. Los guardianes emiten un sonido gutural que divierte a los gorilas. “Siempre se desplazan en familia. El padre marca el territorio y luego viene el resto. Si no se los molesta son totalmente inofensivos”, explica uno de ellos.
Los gorilas de la cadena volcánica de Ruanda, en la frontera con Uganda y la República Democrática del Congo, son todo un mito. Allí se instaló la investigadora norteamericana Dian Fossey, autora del famoso libro Gorilas en la niebla, con el propósito de protegerlos. Fossey viajó a la región en 1963 y cuatro años más tarde creó el Centro de Investigaciones de Karisoké. En 1985 fue asesinada por las mismas razones que hicieron que el Parque Nacional de los Volcanes se volviera una reserva estratégica: los gorilas suscitan la codicia de quienes los cazan para comerlos, comercializarlos en Occidente o vender sus cabezas como trofeos.
De los miles de gorilas que había hace unos años hoy sólo quedan 362. Pero el censo anterior, realizado en 1989, reveló un número inferior: 324. Aunque la diferencia parezca irrisoria, los científicos se frotan las manos: cuarenta gorilas de más en poco más de diez años es un éxito rotundo ante las amenazas que se ciernen sobre una especie en vías de desaparición. Los conflictos que ensangrentaron en los últimos quince años esta fabulosa región de Africa de los Grandes Lagos redujeron considerablemente el espacio vital que necesitan los gorilas para vivir. Desde 1990, no menos de tres guerras estallaron en la región, provocando el éxodo de más de un millón de personas que acamparon en las proximidades del Parque. El genocidio ruandés dejó un millón de muertos y redujo peligrosamente las reservas naturales de los gorilas de montaña.
Actualmente, los campos agrícolas –papas, tomates– se encuentran a apenas veinte minutos a pie de los abrigos que los gorilas confeccionan para vivir. “La presencia tan cercana del hombre es nociva para los animales”, explica François, uno de los científicos ruandeses del Parque Nacional de los Volcanes. Cerrado durante cuatro años a raíz de la guerra que opuso en Ruanda a las etnias Hutus y Tutsis, el Parque recién abrió en 1999. Para ver ese espectáculo único hay que pagar el precio. Además del pasaje a Ruanda, el desplazamiento a Ruengueri –norte de Ruanda– y los hoteles, el acceso al mundo de los gorilas de montaña cuesta 250 dólares por persona y una buena caminata a más de 3500 metros de altura. “Es caro, pero debemos evitar el turismo de masa, que sería muy malo para los gorilas”, argumenta François.
La marcha se realiza a través de una frondosa selva que atraviesa la cadena montañosa de Virunga, donde está situado el Parque. Aunque discreta, la custodia militar es constante. Además de los soldados que merodean en los alrededores sin hacerse ver, tres guardias acompañan a los grupos mientras uno de ellos abre el camino a golpe de machetazos. A veces la selva es tan densa que parece de noche. Pero los gorilas viven en ese entorno, rodeados de troncos de bambú –los chupan como si fueran caramelos– y hierbas de todo tipo. Los soldados protegen a los gorilas de la doble amenaza que se cierne sobre ellos: el conflicto armado permanente en las fronteras de Uganda y la República Democrática del Congo, ex Zaire, y el acecho constante de las poblaciones civiles, que se sirven necesariamente del parque para sacar alimentos. Miembros de la ONG Dian Fossey, los científicos ruandeses efectúan un trabajo constante de verificación. “Los gorilas se desplazan siempre en familia: si llega a faltar uno es porque algo pasó”, cuenta uno de los guías. Los gorilas suscitan una fascinación y una admiración inmediatas. Son enormes, juegan todo el tiempo y mantienen una relación de lejana tolerancia con los humanos que los visitan.
David Sibomana, uno de los guías, se acurruca contra un árbol. A unos 20 metros una familia entera de gorilas juega en una zona despejada de la selva. Sibomana los llama con un ronroneo: Mhem, Mhem, Mhem, dice el hombre, que explica: “Les digo que se aproximen, que somos amigos”. Los gorilas se acercan, primero los más pequeños, luego el padre, un enorme gorila que apenas se digna husmearnos con una indiferencia casi monárquica. Sibomana explica que los gorilas pasan sus días agrupados en comunidades de entre cinco y treinta miembros. “Viven en una unión casi perfecta, protegidos y conducidos por un patriarca, el macho dominante, al que también se conoce con el nombre de pelo gris, porque cuando llega a la madurez una parte de su cuerpo se cubre de pelos grises”.
El turismo que atraen los gorilas tiene aspectos benéficos: los fondos que deja se utilizan exclusivamente para su protección. En la línea fronteriza con Uganda y la República Democrática del Congo la situación es menos estable. Trescientos gorilas viven en las impenetrables selvas montañosas de Bwindi, al límite con Uganda, y otros 2 mil al norte de la República Democrática del Congo, en la reserva de Kahuzi Biega. Pero esos animales escapan a todo control. Los científicos estiman que los encarnizados combates que se producen en las planicies del este de la República Democrática del Congo exterminaron a cientos de gorilas, asesinados por los combatientes para utilizarlos como alimentos.
Aunque se los describe como violentos y peligrosos, los gorilas son criaturas muy dulces, juguetonas e inteligentes. “Las únicas demostraciones de agresividad se producen cuando la célula familiar está en peligro. En realidad, el único enemigo que tienen es el hombre y sus actividades dañinas”, resume uno de los científicos del Parque. Existen tres subespecies que se diferencian únicamente por su estatura, su corpulencia y su color: los gorilas de las planicies orientales, los gorilas de las planicies occidentales y los gorilas de montaña, como los que hay en Ruanda y Uganda. Cada una de ellas vive en las selvas tropicales de Africa Central y Occidental.
Luego de algunos años de relativa calma, los especialistas miran el futuro con cierto temor. Las conclusiones de los trabajos realizados en los últimos dos años por los científicos del Grasp, el Proyecto para la supervivencia de los grandes simios (Great Apes Survival Project) y el Pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) son alarmantes. Así lo indica el documento que los organismos hicieron público a principios de diciembre: si de aquí al 2030 no se hace nada, vaticinan, los gorilas y el conjunto de la especie perderá la gran mayoría de sus territorios naturales. El texto advierte que si la construcción de rutas, la explotación de minas y la expansión de otras infraestructuras prosigue al ritmo actual en Africa, “menos del 10 por ciento del espacio en el que viven los grandes simios permanecerá intacto de aquí al año 2030”.
Lo notable del informe es que las evaluaciones no sólo conciernen a los gorilas de montaña sino a todas las especies: los chimpancés que viven en Senegal o Tanzania, el chimpancé bonobo (República Democrática del Congo) y los grandes monos de Asia –orangután de las islas Borneo y Sumatra– están amenazados. “Para evitar que desaparezcan nos quedan apenas veinte años”, afirma Ian Redmon, responsable técnico del Grasp. Resulta incongruente que alguien pueda asesinar a mansalva a esas moles tiernas que se desplazan con una agilidad sorprendente. “Es difícil no quererlos inmediatamente: tienen una mezcla de fuerza descomunal, ternura e inteligencia que pocas especies tienen. Pensar que hay personas que los asesinan para cortarles las manos y hacer con ellas ceniceros”, dice François, responsable científico del Parque. De todos los animales, los grandes simios –chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes– pertenecen a la especie más emparentada con el hombre. Pero, a diferencia de ellos, los gorilas comen bambúes y no se matan entre sí: es el hombre quien los ha ido exterminando de a poco.

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