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Domingo, 6 de junio de 2004

NOTA DE TAPA

El arcón Maltés

Hugo Pratt, Solano López, Oski, César Bruto, Ferro, Mirco Repetto... Todos ellos y muchos más. Juan Sasturain acaba de publicar Buscados vivos (Ed. Astralib), un libro en el que recopila ensayos y entrevistas a algunos de los maestros del humor, el dibujo y la historieta argentina. Apenas como botón de muestra, Radar reproduce un fragmento de una jugosa y conmovedora entrevista a Hugo Pratt, el padre de Corto Maltés, realizada en 1978. Y como yapa: pasajes de otras entrevistas en las que Solano López habla de la fallida secuela del Eternauta, Oski define la soledad, César Bruto rememora los años con Tato Bores, Ferro confiesa el placer de inventar una palabra y Mirco recuerda el día en que Isidoro Cañones conoció al Che Guevara.

Por Juan Sasturain

Llegué con un portafolios lleno de revistas y otro bolso que rebalsaba. Había Misterix del ‘50, Hora Cero y Frontera, números actuales de Skorpio, la versión a pluma de La isla del tesoro... Mientras lo esperaba en el living del elegante departamento de Acassuso –”Hugo ya viene” me había dicho la indudable ex suegra de acento europeo al hacerme pasar– me sentí de repente ridículo. Yo había llegado allí como periodista, no como un admirador apasionado que quiere compartir sus experiencias juveniles con el ídolo, decirle todo lo que ha significado para él... Me di cuenta repentinamente de que más que una nota lo que buscaba era casi un autógrafo, una certificación de que era cierto, de que había estado ahí, que me firmara una revista como me había firmado los ojos para siempre a los diez, doce, catorce años.
Apareció. Ahí estaba el tano Pratt. Dejé todo en el suelo, estiré la mano, me tuteó. Me tuvo que obligar a que yo también lo hiciera. Puse el grabador mientras tanteábamos el terreno de la entrevista. Comprendí que había un terreno fértil, excesivamente fértil en lo anecdótico, en lo evocativo, en la posibilidad de sus peripecias infinitas, en la vida como historieta, en las aventuras en Abisinia, en la mitológica pensión de Palermo donde vivió. Opté por otros caminos.
Y habló. Mucho, casi dos horas apenas interrumpidas por dos cafés y una excursión a la habitación contigua para mostrarme un cuadro. Seguimos charlando en el regreso a Buenos Aires, en el auto. Cuando nos despedimos creo que Hugo Pratt estaba contento, pero sin duda menos que yo. Tenía el casete lleno de ambos lados, tenía las revistas firmadas.
Hay una generación de argentinos que entienden lo que pude haber sentido. Una generación para la que Ernie Pike es más real que Mac Arthur; el Sargento Kirk un amigo que vive en el Cañadón Perdido, estado de Arizona, EE.UU., pero de cuya lealtad uno puede estar seguro, a pesar de los años sin verse...
Pero hay algo más, claro: Hugo Pratt es un símbolo, junto a Oesterheld, de un momento de gloria para la historieta nacional; la demostración palpable de la existencia de un arte perdurable en los sucesivos cuadritos de una revista barata.
Lo que sigue es la transcripción, soslayadas las preguntas, de parte de lo que conversamos.

El hijo de Zane Grey
Existe en los jóvenes italianos una idea que los ha llevado a creer que son los hijos de la cultura francesa; y lo son en realidad. Casi siempre se miró a Francia como un modelo, como una base de cultura. Y no sólo en lo estrictamente cultural. No hay que olvidar que fueron los franceses los que hicieron la revolución burguesa y esas cosas. Por lo tanto, de ahí no se escapaba. Sin embargo, cuando llega el momento de seleccionar la lectura, la información, en la infancia podías elegir entre una biblioteca juvenil francesa y una anglosajona. Y yo, un poco por familia, un poco por influencias, tuve una biblioteca anglosajona. Eran los libros que me podían permitir el despliegue de la fantasía, porque los franceses tienen más el tipo de preocupación burguesa, provincial, al modo de Madame Bovary. En cambio los ingleses me posibilitaron acceder a Stevenson, por ejemplo. El único francés que me interesó por entonces fue Dumas. Ese es el tipo de lecturas iniciales que me han llevado después a una preocupación por todo lo vinculado a la acción y a la aventura.
Fueron las primeras lecturas seudoserias. Empecé a los diez años a leer todo Stevenson, fueron los primeros encuentros con Conrad –probablemente en versiones extractadas– y Fenimore Cooper. A la misma edad, paralelamente, encontré todo Zane Grey. Todo el mundo me dice que yo soy hijo de Stevenson, de Conrad, de Melville –y Melville vino mucho después, vino a los quince años–, pero yo debería decir que soy, sobre todo, hijode Zane Grey. Aunque parezca que es una literatura menor, es una literatura que me acompañó toda la vida, que me preparó para el “folletón”, la historieta, la novela. Fue el impacto del encuentro con el héroe, el truhán, el caballo, el cowboy misterioso y de pocas palabras. El héroe norteamericano. Y de nuevo aparece una figura anglosajona...

Cine de súper acción
Claro que también estaba el cine con todo el bagaje de la aventura americana del cine de acción y la aventura de corte romántico. Yo tenía cinco o seis años, iba al cine y comenzaba a ver imágenes dinámicas que se movían allá adelante. Todo eso ha influido muchísimo en mi formación informativa. Y si hablo de cine, tengo que mencionar a Frank Capra. Por las comedias y por lo demás. Por todo. Me hizo divertir, me sugirió cosas. Es el non sense también. En mi obra hay acaso algo de John Ford, ¿por qué no? Toda la historia del “Concierto para arpa y nitroglicerina”, el episodio del Corto en Irlanda, tiene el clima, la atmósfera –la niebla, el cartel pegado en la pared– de El delator, la película de Ford sobre la novela de O’Flaherty. También hay algo de Michael Curtiz, de Zoltan Korda, de todo el cine llamado “imperialista” que hizo Las cuatro plumas, Gunga Din, El tambor de Drahma, Los lanceros de Bengala, La carga de la Brigada Ligera, en las dos versiones. Todo eso está después en Los escorpiones del desierto.

De Arlt a Borges
Borges no ha sido el primer impacto importante, como todo el mundo dice. Siempre citan el ejemplo del “Tema del traidor y del héroe” como fuente para el episodio irlandés. Y no es cierto. Ni leí ese cuento. Para mí el primer impacto –si hay algo en mi obra– es Arlt. Lo leí tarde, en uno de los últimos viajes a la Argentina, en Pinamar, en 1967. Y empecé a darme cuenta de su grandeza. Leí El juguete rabioso, Los siete locos, El amor brujo, Los lanzallamas, todo; y los cuentos cortos. Porque yo hago así: tomo a un autor y lo leo durante un año entero. Así, un año lo dedico a Stevenson, otro a Conrad, otro a Arlt. En eso soy metódico.
Borges es un grandísimo escritor. Exquisito, sabio, tiene una cultura enorme. Escribe sobre los ingleses, los franceses, los italianos. Pero no me gusta lo que dice de la literatura española. No se puede decir que la literatura española no existe. Ahí están Cervantes o Pío Baroja o cualquiera de muchos que no pueden negarse. Él será capaz de jugar con sus laberintos y con tanta cosa, pero se equivoca cuando según él literariamente sólo existen unos y otros no. Por ejemplo, Dante Alighieri... Para mí, Dante no está solo. Petrarca tenía su gran valor. Y además, si pensamos de dónde viene Dante, hay que hablar de toda la literatura cabalística que proviene de España, de los judíos que emigran a Italia, y no se termina más. Por eso no estoy de acuerdo con Borges.
Arlt es el que más me ha tocado, pero hay otra cosa muy poco conocida en Europa, por mí y por todos, que es Leopoldo Lugones. Ha escrito cosas extraordinarias. Como aquello del tipo que lo quieren mandar a la frontera; se casa o lo fusilan... La miró a la gordinflona aquella y eligió la muerte; “El reo”, se llama... Y es la ironía... Lugones habrá tenido sus cosas, sus idas y venidas, pero lo pagó definitivamente con la vida. Lo que importa es que dejó cosas como “El reo” y no interesa todo lo demás. Dejó eso y basta.
También Quiroga, el uruguayo de Misiones. Lo leí y lo leo junto con Traven. Los dos me han dejado cosas importantes, pero Quiroga es obsesionante, me preocupa. El tipo aquel de la canoa, que no puede volver, picado por la víbora... “A la deriva”. Me acuerdo... Son tantas lecturas, porque yo soy un autodidacta.

Siempre y demasiado
Además, donde no llegaba el profesor explicando yo tenía que seguir adelante porque no me alcanzaba. Por ejemplo, después, si yo iba a hablar de los indios iroqueses, ¿quién sabía algo de los indios iroqueses? Tenía que irme yo por mi cuenta a buscarme los indios iroqueses. Ahí está el aporte que yo le daba a Oesterheld, por ejemplo, para Ticonderoga. La cosa de tipo étnico, o de geografía, o mis intereses por las cosas de indios. A los indios iroqueses los conozco a todos... Después, nunca sabés mucho, nunca demasiado. Leés un libro sobre Napoleón o sobre Cristo, después agarrás otro y no te basta más. Sobre cualquier cosa es lo mismo.

“Lo encontré todo acá”
No encontré nunca una literatura ciudadana, urbana, del tipo de la que escribieron aquí en Buenos Aires. Es que esta ciudad tiene tantas cosas... Y todo eso está en la historieta mía; están los personajes, esas cosas. La madurez mía es Buenos Aires. Es el encuentro con un mundo complejo y único. Algo que no se encuentra tampoco en Europa aunque la generación actual conviva con italianos, ingleses, españoles. Porque es aquí que yo encontré al gallego, al andaluz, al tano, al judío polaco, al alemán, al inglés, al ruso, al patagón, a los galeses de la Patagonia... Yo lo encontré todo acá. Los militares vascos, los vascongados lecheros de aquí... Nombres y sobrenombres. Mamé todo lo que estoy haciendo ahora. Y he sido como el ternero de tambo. Tengo cicatrices, tengo golpes, envejecí, pero mamé, como el ternero que apartan a argollazos para ordeñar a su madre. Y ésa es una ventaja que tengo con respecto a los demás de Europa. Inclusive respecto de los argentinos que vinieron después, el caso de colegas míos como Sampayo y Muñoz, que están haciendo cosas muy lindas con Alack Sinner. Es que ellos ya llegan con una cosa argentina adentro y buscan en el país adonde van la cosa que les interesa. En cambio yo vine a la Argentina, a estar aquí, y fui adoptado por la Argentina; tengo hijos argentinos y creo que soy un argentino más en el mundo. Y eso creo que se siente en mi historieta.

La historieta es otra cosa
Yo creo que la historieta es otra cosa. Distinta de la literatura, de la plástica, del cine. En el día de hoy podemos decir que es otra cosa, pero desde siempre lo ha sido. Hoy lo es oficialmente, pero es otra cosa desde que nació. Porque la historieta es un producto básicamente norteamericano. Siempre lo dije. Se habla desde los jeroglíficos o desde la pintura rupestre de Altamira o de la tapicería... Nada tiene que ver con la historieta. Todo el mundo, cuando quiere encontrarle la base a la historieta se va siempre a las cosas míticas, clásicas. Y todo eso no tiene nada que ver. La historieta es americana, norteamericana. Ellos hicieron la tira, el tabloide, todas las maneras.

Una mirada cool
Porque la historieta es algo para leer en serio, pero para eso se requieren algunas condiciones. La lectura de comics es algo que viene con la educación infantil. No se puede comenzar a leer comics a la edad de treinta años. Le das una historieta a alguien, y si nunca ha estado preparado para leerla no le interesa, no le llega. Le interesa la lectura seria, la literatura llamada seria. Y no la alternativa de los comics.
Cuando me dicen que algo mío ha sido objeto de estudio en una cátedra universitaria como la de Teoría Literaria, donde analizaron la estructura de La Balada del Mar Salado, eso me conmueve y me llena de orgullo porque vale decir que hice una cosa que no pasó. Porque efectivamente, cuando yo hice La Balada sabía lo que estaba haciendo y lo hice con bastante profundidad. No soy un tipo emotivo, aunque tengo mis emociones, y sé ser lo suficientemente frío como para darme cuenta de las cosas que estoy haciendo. Digamos que en el jazz, por ejemplo, me gusta más el cool que el hot. Prefiero el razonamiento. Así, en la historieta, me pasó la misma cosa. Sin llegar a la pedantería, si yo puedo hacer llegar alguna información de lo que ha sido mi formación cultural, ayudar a encontrar los valores de cierta literatura clásica o snobística o aun de cierta cosa popular que está como escondida, lo hago a través de personajes que rodean a Corto Maltés y que en algún momento hacen alguna referencia. Yo no quiero ser pedagogo o ser pedante. La cosa va más allá.
A veces se encuentra un tipo que dice: se puede estudiar y explicar la historieta en la escuela. Pero no es cuestión de aplicar la historieta a las disciplinas escolares. Es inútil que yo haga en historieta La Ilíada y La Odisea o adaptaciones en general. Lo que está en los libros allí está y siempre ha sido muy lindo leerlos como los leí yo, por el deseo de informarme que me llevó de la Biblia a la filosofía, a Teilhard o a Marx. Pero ya dije que la historieta es otra cosa.

Contra los críticos
En fin, siento que he hecho algo por un género tan despreciado y maltratado por gente no preparada para discutir sobre historietas, pero que se ha asignado el derecho de hablar sobre ellas sin conocerlas. Y un crítico debe informarse. No tiene derecho a ser naïf. Yo sí puedo hacerme el naïf porque soy autor. Y hubo críticos que dijeron cosas tontas; entonces me dediqué a atacar a los críticos también. Y me valí de la pintura para hacerlo, para demostrarles que uno puede... Fue después que Roy Lichtenstein ampliara cien veces un cuadrito de historieta e hiciera con eso un cuadro. Era un acto de piratería, y yo pensé que si él podía hacer cuadros con historietas, yo podía hacer historietas con cuadros. Entonces pinté óleos ampliando desmesuradamente fragmentos de De Chirico, por ejemplo, de modo tal que resultaban abstractos irreconocibles. A ese silencio metafísico lo interrumpí con globos de comic que señalaban onomatopeyas de sirena de fábrica, etc., nadie entendía nada, pero decían que era “muy interesante la pintura de Pratt...”

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