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Domingo, 14 de abril de 2002

RAREZAS

Cadáveres exquisitos

Lo que empezó como una exhibición de bajo perfil en el mundo académico de la medicina rebalsó todas las expectativas y se ha convertido en el suceso mayor de la agenda de exposiciones artísticas de Europa. Sin embargo, el profesor Gunther von Hagens dice que sus cadáveres “plastinados” no son obras de arte sino “de iluminación”, que todos los cuerpos son de donantes voluntarios y que sólo le importa el éxito de su muestra en la medida en que sirva para difundir las bondades del método de taxidermia que supo inventar.

Por Ernesto Mallo
Las religiones nos prometen la vida eterna después de la muerte: en el cielo o en el infierno pero inmortalidad al fin. El pensamiento consuela a muchos ante la única certeza que tenemos todos los humanos: que algún día moriremos. Eso en cuanto al alma, porque hasta el más creyente sabe que cuando muera, su carne se corromperá hasta la desaparición. Pero ahora eso puede evitarse. ¿Cómo? Donando nuestro futuro cadáver a Gunther von Hagens. El susodicho es un profesor de anatomía de la Universidad de Heidelberg que viene perfeccionando desde hace veinte años una técnica inventada por él mismo llamada “plastinación”: mediante una serie de operaciones de laboratorio, que incluyen el reemplazo de grasa y fluidos corporales por resinas y polímeros, el científico logra que los cadáveres conserven para siempre el aspecto, la textura y la consistencia que ostentaban cuando andaban vivitos y coleando, y logra que se queden sentados, parados, acostados o en cualquier otra pose vívida sin necesidad de sostén artificial alguno. Más y mejores
cadáveres para todos
Desde 1996, Von Hagens viene exhibiendo sus trabajos con un éxito sin precedentes. Hasta hoy, más de ocho millones de personas han pagado un promedio de quince dólares por cabeza para ver a los embalsamados en las muestras que organizó en Japón, Bélgica, Austria y distintas ciudades de Alemania. En ellas, el visitante pudo contemplar más de veinte especímenes, perfectamente conservados y despojados de su piel, en actitudes cotidianas, como el jugador de ajedrez, el jinete (que incluye al caballo debidamente plastinado), el nadador y el lanzador, entre otros. Cada uno de ellos permite al observador ver el funcionamiento de músculos, huesos y vísceras en relación con las diferentes actividades. También se exhiben órganos diseccionados, sanos y enfermos para que el respetable pueda apreciar, por ejemplo, la diferencia pulmonar entre fumar y no fumar; cuerpos seccionados en dos, tres o más partes con el sistema circulatorio pelado y muchas variantes más. Los especímenes más impresionantes son las dos mujeres embarazadas, convenientemente abiertas para mostrar en sus vientres a los nonatos.
La obra de von Hagens, que semeja un matrimonio de ultratumba entre el arte y la anatomía, se presenta desde el pasado 24 de marzo en Londres. Una multitud hace cola diariamente a las puertas de la renombrada galería de arte Atlantis, para acceder a la muestra que ha recibido el nombre de Body Worlds, un título con más marketing que el usado hasta ahora: Körperen Welten (“tajadas corporales”). Estos shows, supuestamente de interés sólo para anatomistas, patólogos y médicos, han demostrado ejercer un inesperado atractivo para el público general que, de a miles, se aviene a contemplar las embalsamadas instalaciones que no pocos críticos califican de arte. Por cierto, en el mundo del arte hay antecedentes notables de cuerpos despanzurrados: La lección de anatomía de Rembrandt (1632), el cuadro homónimo de Thomas Keyser (1619), los Estudios Anatómicos de Leonardo Da Vinci (circa 1510), el Thorax de Herbert Boeckl (1931) o las calaveras de la Revolución Mexicana de Guadalupe José Posada, para no mencionar al anatomista francés Honoré Fragonard (1732-1799), que por ser primo hermano del pintor romántico Jean-Honoré Fragonard se lo conoce como “el otro Fragonard”. Este precursor, a falta de materiales plásticos, rellenaba sus cadáveres con ceras pigmentadas. Su caballo, hombre y fetos embalsamados que componen el Jinete del Apocalipsis de 1771 (evocación de un célebre grabado de Durero) es, sin duda, primo hermano del Jinete de von Hagens. Pero el profesor alemán asegura que su caso es distinto: si bien en la elegante disposición de sus especímenes y en el armado de sus exposiciones hay una búsqueda estética evidente, él dice que no es un artista sino tan sólo un humilde plastinador.

Currículum mortae
Gunther von Hagens comenzó sus estudios de medicina en 1965, en la Universidad de Jena (entonces Alemania Oriental), interrumpidos cuando lo arrestaron por distribuir panfletos en contra de la invasión a Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. En 1970 el gobierno de Alemania Federal “compró” su libertad dentro de un lote de prisioneros políticos y pudo continuar sus estudios que finalizó en 1973 en la Universidad de Lübeck. En 1974, con su título bajo el brazo, se mudó a Heidelberg donde completó su doctorado en el Departamento de Anestesia y Medicina de Urgencia, trabajando luego en los Institutos de Anatomía y Patología. En 1977, en Heidelberg, inventó la técnica básica de la plastinación y en 1980 fundó Biodur, una exitosa empresa dedicada al comercio de polímeros y equipamientos desarrollados. Finalmente, en 1993, fundó el Instituto de Plastinación de Heidelberg. Desde 1996 es profesor visitante de la Escuela de Medicina de Dalian (China) y Director del Centro de Plastinación de la Academia Estatal de Bishkek/Kirgizstan (Rusia), donde fue galardonado con el título de Profesor Honorario. Y hasta tiene su biografía: la editorial Bastei Lübbe publicó hace poco la investigación realizada por Nina Kleinschmidt y Henri Wagner con el título ¿Inmortal al fin? (Endlich unsterblich?).
Pero no todas son flores en el artístico cementerio. Von Hagens no ha salido indemne de críticas, especialmente por parte de las iglesias que lo inculpan de apropiarse de cadáveres argumentando que, por derecho divino, éstos pertenecen a Dios. Parte de la irritación la generó la salvedad realizada por Von Hagens, cuando dijo que sus trabajos no calificaban como “obras de arte” sino como “de iluminación”. El científico no duda en declararse agnóstico, como tantos que no temen a la muerte por estar familiarizados con ella. Pero sabe cuidarse muy bien de la ira eclesiástica: se muestra respetuoso e insiste en que muchos de sus donantes eran personas muy religiosas, afirmación que las referidas no están en condiciones de discutir.
Mientras tanto, el feminismo extremo lo ha señalado como sexista argumentando que en su muestra “sólo hay dos cuerpos femeninos que tienen la particularidad de estar embarazados. De modo que el cuerpo de la mujer en general no está representado más que por su cualidad de reproductora, mientras que los masculinos son mostrados en distintas actividades sin necesidad de preñez”. También lo han acusado de ser un mercader que lucra con los cadáveres. Y, en verdad, llama la atención el elevado costo de las entradas como así también el desarrolladísimo merchandising organizado alrededor de las “piezas”: pins, remeras, bolígrafos, relojes, réplicas, videos y DVDs, posters, mouse-pads, juegos, catálogos, postales, libros y mochilas se ofrecen a las ansias del consumidor. Las plastinaciones de Von Hagens, por otra parte, están protegidas con patentes internacionales en los cinco continentes.

El precio de la inmortalidad
En referencia a los costos de la plastinación, Hagens explica que el proceso es muy trabajoso (alrededor de 15.000 horas/hombre por cadáver) y muy costoso (entre 60 y 70 mil dólares por ejemplar) y que las recaudaciones se utilizan para financiar el desarrollo de su técnica en todo el mundo. Impermeable a las críticas, von Hagens, que gasta un chambergo compadrito a la Joseph Beuys, se encoge de hombros y disfruta del éxito (la suya es la que ha despertado mayor interés entre todas las que se realizan en el continente europeo actualmente) y continúa planeando exhibiciones con el objetivo de promover el conocimiento del cuerpo humano y su funcionamiento, para entenderlo y cuidarlo mejor. La actividad de von Hagens no está regulada por ninguna ley, dado que la plastinación es una técnica muy moderna. En las cuestiones éticas, se ampara en que todos los cuerpos exhibidos provienen de donantes voluntarios: personas que murieron hace unos pocos años, y puntualiza que todos ellos lo conocieron e hicieron el obligado tour por su laboratorio, antes de firmar el formulario de donación. Aunque no puede decir lo mismo de aquellos que guarda en el Instituto de Plastinación en Heidelberg: en 1999 una revista alemana investigó la procedencia de los cuerpos y encontró que 56 de ellos pertenecían a campesinos y enfermos mentales de Novosibirsk (Siberia). Hagens tiene un contrato con la universidad de dicha ciudad, la cual goza de autorización para hacerse de los cadáveres no reclamados. Un caso en particular horrorizó a muchos: uno de los cuerpos tenía caracteres cirílicos tatuados en el brazo, hecho que sugería podía tratarse de un antiguo interno de algún campo de prisioneros. Hagens argumentó que se trataba de un ciudadano alemán y amigo personal. Pero muchos de sus compatriotas no aceptaron su aclaración y, cuando inauguró su muestra en Köln, fue saludado por un gentío que portaba una pancarta donde se leía: ¡Mengele 2000!
Ahora que la muestra llegó a Londres, muchos británicos han recordado a Anthony Noel Kelly, un ex carnicero y matarife devenido artista que hace unos años fue condenado a nueve meses de prisión por haber robado cadáveres del Real Colegio de Cirujanos que, pintados en plata, exhibió en 1997 en la Feria de Arte Contemporáneo de Londres. La semana pasada, un visitante a la muestra atacó a martillazos una de las criaturas de von Hagens. Al respecto, el científico alemán comentó que tal acto era comparable a la profanación de cementerios y sepulcros, una tradición de la cual es heredero: los primeros anatomistas de Alejandría, en el siglo III (DC) hacían disecciones de los muertos y también de los vivos. Sus colegas británicos de los siglos XVIII y XIX contrataban pandillas para robar cadáveres y también compraban gente asesinada especialmente para la ocasión. Como bien sabía el Doctor Frankenstein, para el progreso de esta ciencia es esencial contar con cadáveres frescos, ya que la descomposición es un impedimento considerable. A través de los tiempos, los célebres funebreros soviéticos y los taxidermistas victorianos han tratado de encontrar el elixir vitae que conserve la carne intacta e incorruptible después de la muerte. Se sabe que las momias egipcias se deshacen al contacto con el aire y, en unos pocos lustros, las propiedades corrosivas del formol hacen polvo lo que se pretendía conservar. La plastinación ha sido saludada por muchos estudiosos como la solución al problema: von Hagens ha triunfado donde la ciencia antigua y las artes modernas han fracasado. Aunque se jacta del privilegio de no tener todas las respuestas, en sus frecuentes encuentros con los medios y en sus conferencias, von Hagens tiene respuestas políticamente correctas para cada cuestionamiento que se le hace a su técnica. Incluso cuando se le pregunta si prevé que su propio cuerpo sea exhibido después de su muerte, contesta sin sonreír: “Por cierto que sí, pero antes planeo continuar plastinando unos treinta años más”.

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