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Domingo, 14 de abril de 2002

DANZA

¿Quién dijo que todo está perdido?

Llenó el Broadway ocho veces en pleno verano caliente del corralito. Acaba de bailar a beneficio de la Casa Cuna, ofrecerá una serie de funciones didácticas para escuelas en el Cervantes, después saldrá de gira por Brasil, España, Italia, Grecia e Israel bailando el Himno en versión Charly García, antes de volver a su puesto de primer bailarín de La Scala de Milán. Y encima tiene tiempo para hacer terapia y analizar el país en este diálogo sin desperdicio. Señoras y señores, Maximiliano Guerra.

POR SILVINA SZPERLING
“Me analizo acá porque tengo una súper terapeuta. Y bueno, cada tanto hay que revisar cómo están los laberintos, si están limpios o qué,” dice Maximiliano Guerra señalando su propia cabeza. “La primera vez que me analicé tenía dieciocho. Y la verdad es que me encantó. Soy un adicto de la idea de conocerse a uno mismo para poder conocer mejor al otro. Así que cuando vengo a la Argentina me doy una sobredosis”. A punto de concretar una derivación psicoanalítica internacional, para no quedar a la deriva cuando vuelva a casa en Milán, donde reside desde que fue contratado como Primer Bailarín Invitado por el Teatro Alla Scala en 1992, Guerra se presenta este fin de semana acompañado por el Ballet del Mercosur en el Anfiteatro Alberdi de Mataderos, en funciones a beneficio y cuya entrada es un alimento no perecedero o pañales. La ocasión es la inauguración del ciclo Danza Solidaria, que organiza el instituto Prodanza de la Secretaría de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, en este caso a beneficio de la obra Pequeño Cottolengo Don Orione y la Fundación Hospital Garrahan.
Adorado por la crítica internacional por su rara combinación de virtuosismo, carisma, tranquilidad y pasión, Guerra ha descrito un arco que va desde el estudiante del Instituto del Teatro Colón hasta el coreógrafo repositor del Ballet de Stuttgart, pasando por el cuerpo de baile del Teatro Argentino de La Plata, el Los Angeles Ballet, el London Festival Ballet y la Deutsche Oper de Berlín. Los coreógrafos que han sido atraídos por sus dotes de intérprete no requieren presentación: Maurice Béjart, John Neumeier, Oscar Araiz, Rudolf Nureiev. Fue éste último quien sugirió al Teatro alla Scala que lo integrara a sus filas, con estas palabras: “Es como yo a los veinte años, o quizá mejor”. Anatomía de un obsesivo
Guerra se define como un pasional prudente. “Es decir, dejo salir la pasión pero quiero saber dónde estoy pisando. Largar la pasión es fantástico, si no lastimás, o te lastimás. Porque muchas veces la pasión se confunde con necesidad de explosión, y son cosas muy distintas”. Famoso por estudiar a fondo cada personaje que le ha tocado encarar (incluyendo la responsabilidad de ser el primer no soviético que bailó Spartacus con el Ballet de la Opera de Novosibirsk, en Siberia), Guerra debe a su propia inquietud la capacidad para superar la escasa preparación en las lides actorales que reciben los bailarines en nuestro país. “La primera vez que hice un ballet con algo más que técnica, que fue en el papel de Don José en Carmen con el Argentino de La Plata, me di cuenta de que quería hacerlo de adentro. Y para eso tenía que saber cómo se vivía en esa época, qué podía sentir un personaje de ese entonces según las reglas de aquella sociedad, y cómo transportarlo acá. En fin, le hice un análisis al personaje y al momento en que él vivía para poder interpretarlo. Y tenía dieciséis años. Bueno, yo leí a Freud por primera vez a los catorce”, confiesa quien fue iniciado en el terreno psi por su madre maestra, en tiempos de la dictadura. “En aquella época teníamos una regla en casa respecto de los libros que había en la biblioteca: antes de sacar uno había que preguntar si se lo podía leer y si se lo podía sacar de casa. A mí me llamó la atención el título La interpretación de los sueños. Y mi vieja me dijo: leerlo sí, pero sacarlo a la calle no. Así que lo leí en casa”.
Ese afán por comprender por qué suceden las cosas, para ver claramente (“Muchas veces hay que cambiar de punto de vista para poder ver bien las cosas”) se demuestra en la versatilidad que Guerra despliega ocupando los roles de bailarín, director, productor y coreógrafo del Ballet del Mercosur (la compañía que creó en 1998, luego de años armar sus giras con cambiantes elencos extranjeros), en el cual se ocupa de elegir los bailarines y coreógrafos, componer alguna obra (le dedicóuna coreografía a René Favaloro) y, obviamente, encabezar el elenco. Además, fue nombrado hace poco Mensajero de la Paz de la Unesco por su colaboración con la campaña para el medioambiente y por su apoyo a la paz en el mundo. Y no es la primera vez que hace funciones a beneficio (las instituciones a las que avala suelen llamarlo para mostrarle, por ejemplo, el instrumental que han logrado adquirir, o la alimentación que se brinda a los niños con el fruto de lo recaudado). Al respecto de esa itinerancia, Guerra dice que su casa es Milán, pero sus lugares de mayor contención están en Argentina. “Acá es donde tengo más libertad, donde me siento más yo. En los otros lugares soy siempre un poquito el personaje, ése que vive conmigo: el bailarín, el famoso. El que me ayuda en momentos en que el ser humano está un poco perdido, como cuando Maximiliano Guerra va a Rusia y no tiene con quién ir a cenar, aunque esté en un hotel cinco estrellas”.
¿Es como un amigo imaginario o como un disfraz que te ponés y te sacás?
–No, nunca lo utilizo fuera del escenario, le tengo muchísimo respeto. Sólo lo dejo libre sobre el escenario. Pero es un compañero, una parte de mí que viaja conmigo a todos lados.
¿Es una creación propia o un ser mediático?
–Fue creado por la imaginación colectiva: por lo que muchos vieron arriba del escenario. En parte a mí me gustó, y además trabajé mucho para que fuese lo más parecido posible a mí. No una idealización, pero tampoco un divo insoportable que no saluda. (La mano del manager y coproductor del Ballet del Mercosur, Juan Lavanga, entra en escena y enciende la luz, quebrando la semipenumbra en que estaba desarrollándose la conversación. Guerra parece reaccionar al estímulo lumínico de manera inversa a lo previsible: poniéndose más confesional.) A mí, mi propia vida me sorprendió mucho, y me sigue sorprendiendo. El otro día estaba en casa de una amiga y agarro un libro sobre la historia de La Scala, y estaba mi nombre, con una foto. Entonces fuimos a buscar la Enciclopedia de la danza, y también estaba. Obviamente mi intención al agarrar esos libros era ver si estaba, pero confieso que me sigue sorprendiendo que el personaje ya no muera: hay videos, DVDs, libros o páginas de internet que van a quedar, y eso me da una gran satisfacción. Por lo menos, no pasé por este mundo sin haber dado felicidad o gratitud a la gente que me vio o me va a ver. El día en que a alguien se le ocurra poner junto todo lo que yo dije en los reportajes, por ahí van a decir: “Mirá la cantidad de boludeces que decía éste”. Pero, para mí, está todo bien igual.
Tal vez alguien estudie tus contradicciones.
–Mm, es difícil que yo me contradiga.
Historia de una pasión argentina
Nacido en el barrio de Almagro en 1967, Guerra es capaz de describir con lujo de detalles los paseos infantiles que daba por el barrio acompañando a su padre. “Me acuerdo que tenía que correr para seguirle el paso a mi papá y que llegaba muerto después de las seis cuadras que había hasta el Abasto, cuando funcionaba como mercado. En esa época todavía estaban los tangueros, con el funyi, el pañuelito, la cara pintada y fumando el puchito. Era un ambiente mágico, especialmente desde mi punto de vista, que lo veía todo desde abajo”. Las cosas fueron cambiando bastante desde entonces. La experiencia del último y caliente verano porteño en el teatro Broadway, al frente del Ballet del Mercosur, parece demostrar que hubo y hay formas de convocar a la gente que no necesariamente pasan por manifestar la bronca. “Habíamos pedido sala para cuatro funciones. Como las entradas se agotaron no bien salieron a la venta, decidimos hacer más funciones. Finalmente fueron ocho en tres fines de semana, con entradas totalmente agotadas, lo cual te demuestra que, por más crisis que ten-gamos que soportar, la argentina es una sociedad que va siempre en busca de la cultura como regocijo para paliar el malestar que tiene”. Es por eso que, para este año, Guerra sigue levantando la apuesta: luego de la apertura de Danza Solidaria, se presentará en el Cervantes haciendo funciones didácticas para escuelas (a $3 la entrada), una presentación en el Teatro Colón y una gira por el interior y el exterior (desde Brasil hasta Israel, pasando por Italia, España y Grecia), con un repertorio que incluye clásicos del ballet, más coreografías contemporáneas del brasilero Tíndaro Silvano, la chilena Hilda Riveros y los argentinos Miguel Robles, Susana Szperling y Oscar Araiz (de quien interpretará Con gloria morir, sobre el Himno Nacional en versión Charly García). A la pregunta de si no le produce cierto temor ir a Israel a bailar, responde: “Tengo muchas ganas de ser un embajador de paz en la zona”. Pero la niña de sus amores sigue siendo Argentina y su gente.
“Este malestar que te comentaba está producido por una cuestión de falta de liderazgos, más allá del costo de la vida o del desbarajuste del dólar. Viviendo en el extranjero, yo nunca creí en esa bandera del uno a uno, siempre pensaba: Esto va a explotar, y mejor que explote lo antes posible porque cuanto antes suceda, antes empezamos a crecer de nuevo. Pero no hay un líder, una persona que diga: Loco, acá hay que hacer esto y yo me la juego por la Argentina. No por el Fondo Monetario, ni por las empresas. ¿Por qué usamos el gas de Brasil, si tenemos en Ushuaia? Empecemos a tener producción propia de nuevo. Tengamos de nuevo Alpargatas, los IKA y los Torino. Que Fiat vea de nuevo que nosotros costamos menos y traiga de vuelta a Córdoba la planta que se llevó a Brasil. Enseñemos a la gente a cultivar los campos. ¡Si no necesitamos nada de afuera! Produzcamos lo que necesitamos para vivir. Y si el dólar está a dos o tres pesos, nos va a dar igual, porque no vamos a estar atados a él sino a nuestras uvas, a nuestros vinos, a nuestros tomates, a nuestras carnes, a nuestras fábricas. A lo nuestro”.
De todas maneras, hasta un entusiasta como el taurino Guerra tiene sus momentos de afloje. “Hace un mes dejé de leer los diarios en internet, dejé de escuchar las noticias. ¿Para qué me voy a seguir amargando y angustiando y discutiendo sobre algo que parece que no tiene solución, que no hay posibilidad de cambio? Si lo único que cambian son las caras de los que están. Que digan ser de izquierda o de derecha da igual, son exactamente iguales. No creo ser el único que piensa que hay un poder político y económico muy grande en este mundo que ha hecho que todo sea igual. Pero igual a la manera de ellos, a beneficio de ellos. Así como estuvo en su momento el imperio romano, ahora está el imperio americano. Ellos dictan dónde y cuándo van a ser las guerras, cuánto van a costar, a cuánto va a estar el dólar en todos los países del mundo. Y es obvio que tienen mucho miedo al Mercosur. Porque realmente si Argentina, Brasil y Chile se ponen a funcionar juntos, con la materia prima que tenemos...”
¿Cómo surgiría un nuevo líder?
–Yo creo que la estabilidad tiene una gran ventaja en el sentido de que te da tranquilidad en tu vida: sabés que tenés un trabajo que cumplir. Pero muchas veces se tiene la desgracia de que ese trabajo se haga rutinario. Cuando sabés que a fin de mes tenés el cheque igual, trabajes bien o mal, podés llegar a ocupar un asiento de senador o de diputado de cualquier manera, pensando que no pueden sacarte. Y después de cuatro años te jubilás y vivís toda tu vida de la plata que te paga el estado. O, mejor dicho, la gente. Pero de lo que nunca tomaste conciencia es de que estás ahí sentado para trabajar para la gente, que es la que te paga. Y no tomaste conciencia porque nadie te lo exigió nunca. Eso es lo que está cambiando hoy. O lo que tiene que cambiar.
¿Te imaginás un proceso de cambio violento?
–Ojalá que no. Quiero decir, no sé si saldrá algún líder de nuestra generación, tal vez tengamos que esperar una generación más. Es que este país no está estable desde hace muchísimos años. Lo de la época de Menemfue un bluff. Cuando Menem se veía acechado por alguien que le podía mover un poquitito el sillón, ¿te acordás de todo el juego psicológico que le hacía al pueblo? Por eso digo: ¿qué estabilidad era eso? Lo que hay que tener es inteligencia. Aceptar que éste es un país inestable, que no se sabe cuándo empiezan a tirar bombas, cuando arrancan todos a los tiros, o cuándo viene uno y dice: “Momento, paremos todo, arremanguémonos y pongámonos a trabajar”. A ver si los impuestos que pagamos sirven para algo. Porque todos tenemos hijos acá, todos vamos a tener nietos. A veces mirás alrededor y es como para preguntarse qué es lo que queremos: ¿un jarrón de cristal, mientras el vecino se muere de hambre? ¿Por qué no aprendo a soplar vidrio y me hago un jarrón divino que, encima, no va a tener costo, porque lo hice yo? Nuestro país lo tenemos que hacer nosotros con nuestras manos. Hay que aprender a caminar solos de una vez.

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