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Domingo, 26 de septiembre de 2004

ARQUITECTURA > CóMO SON LOS MONUMENTOS DE LA MEMORIA EN BERLíN

Inconsciente colectivo

¿De qué modo puede una ciudad registrar los genocidios que sucedieron en ella? Marcelo Brodsky, que en este momento expone en el Museo Judío de Berlín, aprovechó la ocasión para hacer un relevamiento del modo en que la capital alemana mantiene viva la memoria del Holocausto.

Texto y fotos Marcelo Brodsky

Berlín es una ciudad marcada: lleva su historia encima en cada esquina; desata el pensamiento y la memoria de cualquiera que la transite, sea berlinés, alemán, europeo o extranjero. El siglo XX se ha jugado en sus calles, que han visto pasar ejércitos vencedores y otros en fuga, movilizaciones revolucionarias y turbas fascistas. En su intensa trayectoria cultural, resuenan los mejores intérpretes musicales y el grito del verdugo, coexisten la filosofía y la quema de libros. Sus sitios de poder han sido el centro del mayor genocidio perpetrado por el hombre en su historia.
La complejidad y el dramatismo del siglo pasado se sintetizan en algunas imágenes que forman parte de la cultura icónica básica del hombre contemporáneo: el Reichstag en llamas, la noche de los cristales rotos, los negocios judíos marcados con la estrella de David y la palabra “Jude”, los campos de concentración, los soldados soviéticos plantando la bandera roja en los tejados de la ciudad derrotada, el muro ondulante dividiendo Alemania, los ejércitos en la frontera y los discursos de la Guerra Fría, el muro cayendo, insostenible, demolido a mazazos, los jóvenes trepados en el filo, el ‘68, el ‘89, hoy.
La ciudad recupera al mismo tiempo la capitalidad de Alemania y su centralidad en el continente europeo. La frontera se aleja de Berlín, y la deja en el mismo centro al que siempre aspiró. Los nuevos miembros de la Unión Europea al Este, la Europa próspera al Oeste, y Berlín en equilibrio, en reconstrucción y reflexión permanente sobre su pasado, su rol y su futuro. Una ciudad atravesada por la historia, que intenta significar las señales de su paso.
Del otro lado del charco, Buenos Aires. Al decir de Tuñón: “Proa de los motines de la patria/ abanderada de los inconformistas/ con calor de destino...”. Una ciudad en la que conviven las glorias y los desastres, la centralidad y la periferia, el protagonismo y el deterioro, la utopía europeísta y la realidad latinoamericana. Buenos Aires está empezando a lidiar con su memoria y a discutir los mismos temas que en Berlín se discuten desde hace décadas. ¿Cómo representar el horror, cómo narrarlo? ¿Cómo contar lo inhumano a los jóvenes? ¿Cómo evitar el olvido y motivar la acción y el pensamiento? ¿Cómo sobrevivir a la tragedia, superar la culpa, transmitir la experiencia, asumir las responsabilidades históricas, construir con ética las metrópolis del XXI? En la búsqueda de respuestas viables a estos interrogantes, la distancia entre ambas ciudades se achica hasta la nada. El diálogo que protagonizan las coloca ante el desafío de construir una centralidad basada en la memoria. ¿De qué están hechas sino las diferencias que hacen que estas dos ciudades se distingan en sus respectivos espacios geopolíticos como referentes de un pasado traumático y de un presente vital?
En distintos lugares de Berlín, se señalan detalles puntuales del genocidio, se construyen monumentos memoriales y se asume la responsabilidad del Estado para con las víctimas. Esto no significa que haya una actitud consciente de la mayoría de la población en este sentido ni que todos acuerden en el balance. El olvido y la negación también están presentes, así como una minoría que reivindica el fascismo con un discurso “aggiornado”. Lo que los alemanes nunca deben volver a hacer se enseña en las escuelas, pero nada parece suficiente. Permanentemente surgen nuevas formas de recordar, de intentar transmitir, de representar.
El Muro ya no está, pero de esto hace poco. Aún se venden sus supuestos restos en las tiendas de souvenirs, junto a los gorros militares rusos, los escuditos con la hoz y el martillo, y los símbolos de la extinta RDA. Pero en todo momento está latente la pregunta: ¿estamos en el lado Este o en el Oeste? ¿Dónde estaba el Muro? Todo ha cambiado mucho más desde el ‘89 en el lado oriental, que estaba muy deteriorado y que ha reasumido su lugar central en la ciudad. Así como muchos monumentos de la época nazi,águilas y laureles, estatuas neoclásicas y estadios olímpicos se mantienen en sus lugares, la mayor parte de los monumentos oficiales de la ex RDA han desaparecido por completo. Algunas estatuas real-socialistas permanecen en la avenida Bajo los Tilos, junto a tanques rusos y poemas internacionalistas, y un par de murales se han salvado del frenesí renovador. El cambio en la ciudad es permanente, no paran ni las picas ni las grúas. Y lo que aún no ha cambiado, como la Alexanderplatz, está en camino de hacerlo.
En cualquier recorrido de la ciudad, el memorial es permanente. Desde los adoquines de bronce en las calles del mercado Hakescher con los nombres de las familias deportadas a los campos, hasta el amplio monumento espejado con nombres en Stiglitz, desde la sinagoga de la calle Oranienburg, a la que se le reconstruyó la cúpula, pero no la nave central, ya que no quedan judíos para llenarla, hasta los carteles en las medianeras con los nombres de las familias hebreas deportadas, obra de Cristian Boltanski en el que fuera el barrio judío pobre, hoy carísimo, inundado de negocios de moda y galerías de arte.
La diversidad de lugares de memoria en la ciudad es amplia. El Museo Judío, una obra maestra de arquitectura memorial de Daniel Libeskind, con su forma quebrada e irregular y sus espacios emblemáticos cargados de emoción: el jardín del exilio, la intersección del vacío, la torre del Holocausto.
El Reichstag resignificado, con la cúpula espiral de Foster, el modesto Museo de Checkpoint Charlie, con sus sacos terreros apilados y los trozos pintados del Muro pegados en la pared. El sencillo memorial con el listado de los campos de concentración en Wittembergplatz, en plena zona comercial de la Ku-Damm. Biblioteca, obra del artista israelí Mija Ullman, situado en la plaza Bebel. Una biblioteca subterránea con sus blancos estantes vacíos puede entreverse en el subsuelo de la plaza a través de un cristal en el piso. Rememora la quema de libros por los nazis en 1933 en ese mismo lugar.
Y en un lugar central, a cien metros de la Puerta de Brandenburgo, entre la embajada británica y la estadounidense en construcción, el Monumento a los judíos asesinados de Europa, concebido por el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman, foco de continuas polémicas, replanteos y críticas, pero avanzando sin pausa hacia su terminación y traspaso a una comisión de notables que se ocupará de su manejo. En su centro de información subterráneo tendrá el listado con los nombres de todas las víctimas judías conocidas del Holocausto, proporcionado por el museo israelí de Yad Vashem.
La Topología del Terror, antiguo cuartel central de la policía nazi, está situada junto a los restos del Muro, y se ha transformado en un paseo histórico al aire libre con fotografías, retratos y textos sobre el nacimiento, auge, caída y juzgamiento de los responsables del nacionalsocialismo. Este paseo es un precedente en diálogo con el proceso abierto aquí tras la decisión de convertir a la ESMA en un Espacio por la Memoria y los Derechos Humanos.
El ingrediente de memoria en la fraternidad Berlín-Buenos Aires es tan intenso que la ha marcado de un modo definitivo. Buenos Aires está llamada a jugar en América latina un rol similar al que le cabe a Berlín en Europa, condensando en sus calles, museos, monumentos y debates una mirada sobre el pasado que le permita inducir el aprendizaje necesario para construir sociedades más maduras, conscientes y tolerantes.
El reconocimiento por parte del Estado de sus responsabilidades históricas y políticas en momentos de represión, expresado en el ámbito urbano por los monumentos, memoriales y museos, puede dar un lugar honorable a las víctimas y a sus familiares y enseñar públicamente a las nuevasgeneraciones a no mirar para otro lado cuando cabe actuar por la justicia y la verdad.•

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Los adoquines de bronce con los nombres de las familias deportadas y la fecha del traslado se mezclan con los de granito en las calles del barrio de Hakeschermarkt. Una sutil presencia que se cruza cuando se mira para abajo al recorrer este barrio, que está en pleno auge cultural y comercial.
 
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